Escribo este relato para la propuesta de escritura de @Pceudonimo : #Pceudocuento. El tema de la propuesta: gatos.
Gracias, amigo, por el espacio.
(fotografía de cabecera: mía).
Gracias, amigo, por el espacio.
(fotografía de cabecera: mía).
Auto-ista
Juan no estaba solo.
Tal vez solo un finísimo hilo invisible era lo que le conectaba a lo que todos llamaban "mundo real", eso sí. "Mundo real" para él era, sin embargo, mucho, mucho más de lo que los implicados en su vida podían percibir.
A sus casi siete años de edad, Juan no necesitaba explicarlo ni que otros niños -o adultos- vieran lo que para él era el mundo. De hecho, imponer una realidad siempre había sido cosa de otros: de quienes se creían poseedores de la verdad absoluta, de aquellos que creían -desde su mejor intención, en la mayoría de los casos- en la necesidad de adaptación a esa verdad.
Solo dos seres mágicos tenían la licencia de cruzar entre mundos y permanecer con Juan, quizá construyendo con las fibras de su amor ese finísimo hilo mencionado anteriormente. Hilo que para Juan no era importante, como tampoco lo era estar atado a tierra firme o a ningún sitio. Quizá por eso, porque no era importante, ese hilo estaba vivo y era tan fuerte. Quizá por no ser tenido en cuenta era sólido y presente, el único aquí y ahora compartido de Juan.
Solo dos seres mágicos eran reales en toda realidad. Uno era el amor de mamá: el hogar de Juan. El otro, aquel calorcito suave que él podía abrazar; el cosquilleo del pelaje que retenía su propio olor, el de mamá y el de la casa, y el dulce ronroneo como música que le envolvía, acompañándole al paraíso interior de donde él no sentía que necesitara ser rescatado.
Juan no estaba solo, nunca.
Tal vez solo un finísimo hilo invisible era lo que le conectaba a lo que todos llamaban "mundo real", eso sí. "Mundo real" para él era, sin embargo, mucho, mucho más de lo que los implicados en su vida podían percibir.
A sus casi siete años de edad, Juan no necesitaba explicarlo ni que otros niños -o adultos- vieran lo que para él era el mundo. De hecho, imponer una realidad siempre había sido cosa de otros: de quienes se creían poseedores de la verdad absoluta, de aquellos que creían -desde su mejor intención, en la mayoría de los casos- en la necesidad de adaptación a esa verdad.
Solo dos seres mágicos tenían la licencia de cruzar entre mundos y permanecer con Juan, quizá construyendo con las fibras de su amor ese finísimo hilo mencionado anteriormente. Hilo que para Juan no era importante, como tampoco lo era estar atado a tierra firme o a ningún sitio. Quizá por eso, porque no era importante, ese hilo estaba vivo y era tan fuerte. Quizá por no ser tenido en cuenta era sólido y presente, el único aquí y ahora compartido de Juan.
Solo dos seres mágicos eran reales en toda realidad. Uno era el amor de mamá: el hogar de Juan. El otro, aquel calorcito suave que él podía abrazar; el cosquilleo del pelaje que retenía su propio olor, el de mamá y el de la casa, y el dulce ronroneo como música que le envolvía, acompañándole al paraíso interior de donde él no sentía que necesitara ser rescatado.
Juan no estaba solo, nunca.