I-Inicio de Primavera
A pesar de que hasta la primavera siguiente no le correspondía iniciarse, Shui estaba nerviosa. Ese mismo invierno había manchado en rojo por primera vez sus pieles de dormir, y desde entonces se sentía alterada solo con pensar en La Fiesta.
Aquel año, para bien o para mal, el lugar donde se asentaba su gente había sido elegido para acoger al resto de clanes. Clanes formados por familiares y amigos que venían de todas partes del mundo conocido, algunos de muy lejos. Eso se traducía en que aquel día, el previo a la llegada de todos, las cavernas del poblado eran un hervidero de actividad en el que casi todo el mundo estaba inmerso y con algo que hacer, tratando de ultimar los detalles finales para que todo quedara perfecto. Los hombres iban y venían nerviosos, sin saber dónde poner las manos, esperando instrucciones de las mujeres; éstas voceaban y se movían rápidamente, concentradas en sus quehaceres y sin apenas mirarles. Un grupo de temblorosas jovencitas—las que serían iniciadas tras La Fiesta, por decreto del hombre-tierra—escuchaba por enésima vez las instrucciones de La Anciana, sin osar ninguna de ellas emitir el más leve murmullo, envueltas en las ostentosas túnicas adornadas con ágatas de río. Shui ya iba cumpliendo ciclos, y eso hacía que se aproximase la fecha que temía más que a nada desde que era mujer: su primer contacto con un hombre, su iniciación.
Según La Anciana, sería abierta la primavera siguiente. No tenía ni idea de cómo sería aquello, y estaba claro que era mejor no prestar atención a todo lo que se contaba sobre los Carapintada. Había mujeres que hablaban maravillas a raíz de su primera experiencia con uno de ellos, y otras que se referían a ello como algo desastroso y digno de risa. Incluso algunas—una minoría, aunque no se podía eludir su testimonio-- recordaban el encuentro como algo horrible: una pesadilla en la que habían sufrido espantosos dolores íntimos imposibles de olvidar.
En definitiva, la iniciación era algo que había que vivir en primera persona para saber lo que era, no a través de los ojos de nadie. Eso al menos había comprendido Shui.
Cerró los ojos, mareada por un instante. Pensó en los púberes de los otros clanes que vendrían. Algunos de ellos ya habrían “cambiado”, y llegarían al asentamiento como hombres, con el rostro pintado y cruzado por líneas y dibujos en violentos colores. Serían, junto a los más experimentados, los destinados a iniciar a las mujeres después de los festejos.
Serían los primeros, los portadores del enorme honor de abrir a una mujer jamás antes invadida por un hombre. ¿Por un hombre? por el miembro de un hombre, suspiró Shui.
Solamente había visto una de esas “cosas” colgantes cuando era muy pequeña, bañándose en el lago con su primo Iku, y tan solo recordaba vagamente cómo era. Tiempo atrás ambos solían jugar así, desnudos en el agua, y Shui nunca había reparado en aquello que diferenciaba sus cuerpos. Sabía que eran distintos; que Iku era un niño y ella una niña, pero jamás le había prestado a eso la más mínima atención. No había pensado en ello hasta la noche en que sangró por primera vez, cuando Thaba le habló del rito de primavera y de los Carapintada. Desde esa noche, lo que Shui sentía hacia aquella parte masculina era auténtico terror. Eso que tenían los hombres entre las piernas al parecer se volvía grande y duro como una roca, convirtiéndose en algo capaz de atravesar el cuerpo de una mujer y de hacerla sangrar por días. A pesar de lo que La Anciana y las matriarcas del poblado aseguraban, Shui no veía por ningún lado qué placer podía haber en un acto como ese, sobre todo para la propia mujer.
Los Carapintada eran hombres entrenados por las Matriarcas de un poblado para abrir a una mujer por primera vez. La mujer era un receptáculo sagrado y como tal tenía que ser tratada, de modo que los Carapintada eran instruidos en el arte del placer y la cópula, en los secretos de compartir piel. El conocimiento de los caminos del goce femenino, intrincados y sensibles, era alcanzado por ellos de la mano de las mismas hembras a las que antaño iniciaron otros Carapintada.
Tenían que ser adiestrados adecuadamente, ya que su tarea exigía una gran responsabilidad, siendo su cometido lo más parecido a venerar a una diosa. No todos los hombres de un poblado eran aptos para llevar Los Colores en el rostro, y no todos querían hacerlo; sólo los que lo desearan y los que demostraran ser más capaces lucirían la cara pintada el ciclo siguiente, durante La Fiesta común de la primavera.
Todos los clanes entrenaban muchachos cada año para el rito de iniciación, y todos disponían de Carapintadas experimentados, pero tanto unos como otros eran siempre reservados para abrir a mujeres de otros grupos, nunca para las que residían en su propio asentamiento, y sólo durante el encuentro entre clanes. Cada poblado ofrecía sus Carapintada al resto de clanes, esforzándose por ofertar el máximo placer para esas otras mujeres, la máxima belleza, el máximo honor y respeto. Por descontado, se deseaba que un Carapintada dejase en el mejor lugar posible al Clan que representaba.
Para los que no se iniciaban en uno u otro sentido, y para los que no formaban parte de los Carapintada experimentados de uno u otro clan—a los que se reservaba un lugar especial en el área de la celebración—La Fiesta era normalmente motivo de alegría, pues representaba volver a encontrarse con seres queridos a los que sólo veían una vez cada ciclo estacional. Era agradable bromear frente a las grandes hogueras, beber jugo de cuerno y aspirar el humo del Gran Fuego Blanco con familiares y viejos amigos.
Por otra parte, en La Fiesta también se daba la bienvenida a los recién nacidos durante ese ciclo, a los cuales muchos de esos parientes lejanos verían por primera vez. Algunos de esos bebés habían sido concebidos precisamente en los ritos iniciáticos de la primavera anterior. De esta manera, aunque los clanes se hallaran dispersos por el mundo conocido, la sangre de sus habitantes era común y volvía a mezclarse cada año, en cada encuentro de una mujer con un Carapintada de otro clan.
—Shui.
El murmullo de los juncos besando el agua, ese era su nombre. Se lo había explicado su madre cuando era muy pequeña, pero ella ya no estaba allí para llamarla así ni para recordarle el sonido real. En la voz de otros, pensaba Shui, su nombre sonaba diferente.
—¿Sí?—respondió, girándose hacia quien la había hablado.
—¿Qué haces ahí parada, chiquilla?—preguntó Yagha, la mujer encargada de organizar los preparativos de La Fiesta y brazo derecho de La Anciana—¿No tienes nada que hacer?
Shui se encogió de hombros. No le gustaba el tono que solía emplear Yagha, ni el furor del que hacía gala si no veía moverse alocadamente a todo el mundo.
—Tengo todo preparado, Hacedora—respondió, empleando el trato de respeto para las matriarcas entre su gente.
—¿Todo?—inquirió ésta con los ojillos entornados.
—Sí.
—¿Tus adornos? ¿Tus ropas?
Shui asintió. Desde hacía días tenía todo apunto para evitar precisamente la ansiedad del último momento. Ya bastante tenía con pensar; si ese día hubiera tenido algo importante que hacer, no hubiera dado pie con bola.
—Entonces deberías unirte a las que cocinan—murmuró Yagha entre dientes—un par de manos más les vendrán bien. Vamos, haz algo, niña.
Yagha acompañó estas palabras con un firme zarandeo a Shui, apresándola por el hombro. Suspirando con resignación, la chica se levantó cuando Yagha la soltó y se encaminó arrastrando los pies hacia la cueva donde se cocinaba, sobre las enormes piedras calentadas al fuego o metiendo éstas en recipientes llenos de agua para hacerla hervir.
Aquel año, para bien o para mal, el lugar donde se asentaba su gente había sido elegido para acoger al resto de clanes. Clanes formados por familiares y amigos que venían de todas partes del mundo conocido, algunos de muy lejos. Eso se traducía en que aquel día, el previo a la llegada de todos, las cavernas del poblado eran un hervidero de actividad en el que casi todo el mundo estaba inmerso y con algo que hacer, tratando de ultimar los detalles finales para que todo quedara perfecto. Los hombres iban y venían nerviosos, sin saber dónde poner las manos, esperando instrucciones de las mujeres; éstas voceaban y se movían rápidamente, concentradas en sus quehaceres y sin apenas mirarles. Un grupo de temblorosas jovencitas—las que serían iniciadas tras La Fiesta, por decreto del hombre-tierra—escuchaba por enésima vez las instrucciones de La Anciana, sin osar ninguna de ellas emitir el más leve murmullo, envueltas en las ostentosas túnicas adornadas con ágatas de río. Shui ya iba cumpliendo ciclos, y eso hacía que se aproximase la fecha que temía más que a nada desde que era mujer: su primer contacto con un hombre, su iniciación.
Según La Anciana, sería abierta la primavera siguiente. No tenía ni idea de cómo sería aquello, y estaba claro que era mejor no prestar atención a todo lo que se contaba sobre los Carapintada. Había mujeres que hablaban maravillas a raíz de su primera experiencia con uno de ellos, y otras que se referían a ello como algo desastroso y digno de risa. Incluso algunas—una minoría, aunque no se podía eludir su testimonio-- recordaban el encuentro como algo horrible: una pesadilla en la que habían sufrido espantosos dolores íntimos imposibles de olvidar.
En definitiva, la iniciación era algo que había que vivir en primera persona para saber lo que era, no a través de los ojos de nadie. Eso al menos había comprendido Shui.
Cerró los ojos, mareada por un instante. Pensó en los púberes de los otros clanes que vendrían. Algunos de ellos ya habrían “cambiado”, y llegarían al asentamiento como hombres, con el rostro pintado y cruzado por líneas y dibujos en violentos colores. Serían, junto a los más experimentados, los destinados a iniciar a las mujeres después de los festejos.
Serían los primeros, los portadores del enorme honor de abrir a una mujer jamás antes invadida por un hombre. ¿Por un hombre? por el miembro de un hombre, suspiró Shui.
Solamente había visto una de esas “cosas” colgantes cuando era muy pequeña, bañándose en el lago con su primo Iku, y tan solo recordaba vagamente cómo era. Tiempo atrás ambos solían jugar así, desnudos en el agua, y Shui nunca había reparado en aquello que diferenciaba sus cuerpos. Sabía que eran distintos; que Iku era un niño y ella una niña, pero jamás le había prestado a eso la más mínima atención. No había pensado en ello hasta la noche en que sangró por primera vez, cuando Thaba le habló del rito de primavera y de los Carapintada. Desde esa noche, lo que Shui sentía hacia aquella parte masculina era auténtico terror. Eso que tenían los hombres entre las piernas al parecer se volvía grande y duro como una roca, convirtiéndose en algo capaz de atravesar el cuerpo de una mujer y de hacerla sangrar por días. A pesar de lo que La Anciana y las matriarcas del poblado aseguraban, Shui no veía por ningún lado qué placer podía haber en un acto como ese, sobre todo para la propia mujer.
Los Carapintada eran hombres entrenados por las Matriarcas de un poblado para abrir a una mujer por primera vez. La mujer era un receptáculo sagrado y como tal tenía que ser tratada, de modo que los Carapintada eran instruidos en el arte del placer y la cópula, en los secretos de compartir piel. El conocimiento de los caminos del goce femenino, intrincados y sensibles, era alcanzado por ellos de la mano de las mismas hembras a las que antaño iniciaron otros Carapintada.
Tenían que ser adiestrados adecuadamente, ya que su tarea exigía una gran responsabilidad, siendo su cometido lo más parecido a venerar a una diosa. No todos los hombres de un poblado eran aptos para llevar Los Colores en el rostro, y no todos querían hacerlo; sólo los que lo desearan y los que demostraran ser más capaces lucirían la cara pintada el ciclo siguiente, durante La Fiesta común de la primavera.
Todos los clanes entrenaban muchachos cada año para el rito de iniciación, y todos disponían de Carapintadas experimentados, pero tanto unos como otros eran siempre reservados para abrir a mujeres de otros grupos, nunca para las que residían en su propio asentamiento, y sólo durante el encuentro entre clanes. Cada poblado ofrecía sus Carapintada al resto de clanes, esforzándose por ofertar el máximo placer para esas otras mujeres, la máxima belleza, el máximo honor y respeto. Por descontado, se deseaba que un Carapintada dejase en el mejor lugar posible al Clan que representaba.
Para los que no se iniciaban en uno u otro sentido, y para los que no formaban parte de los Carapintada experimentados de uno u otro clan—a los que se reservaba un lugar especial en el área de la celebración—La Fiesta era normalmente motivo de alegría, pues representaba volver a encontrarse con seres queridos a los que sólo veían una vez cada ciclo estacional. Era agradable bromear frente a las grandes hogueras, beber jugo de cuerno y aspirar el humo del Gran Fuego Blanco con familiares y viejos amigos.
Por otra parte, en La Fiesta también se daba la bienvenida a los recién nacidos durante ese ciclo, a los cuales muchos de esos parientes lejanos verían por primera vez. Algunos de esos bebés habían sido concebidos precisamente en los ritos iniciáticos de la primavera anterior. De esta manera, aunque los clanes se hallaran dispersos por el mundo conocido, la sangre de sus habitantes era común y volvía a mezclarse cada año, en cada encuentro de una mujer con un Carapintada de otro clan.
—Shui.
El murmullo de los juncos besando el agua, ese era su nombre. Se lo había explicado su madre cuando era muy pequeña, pero ella ya no estaba allí para llamarla así ni para recordarle el sonido real. En la voz de otros, pensaba Shui, su nombre sonaba diferente.
—¿Sí?—respondió, girándose hacia quien la había hablado.
—¿Qué haces ahí parada, chiquilla?—preguntó Yagha, la mujer encargada de organizar los preparativos de La Fiesta y brazo derecho de La Anciana—¿No tienes nada que hacer?
Shui se encogió de hombros. No le gustaba el tono que solía emplear Yagha, ni el furor del que hacía gala si no veía moverse alocadamente a todo el mundo.
—Tengo todo preparado, Hacedora—respondió, empleando el trato de respeto para las matriarcas entre su gente.
—¿Todo?—inquirió ésta con los ojillos entornados.
—Sí.
—¿Tus adornos? ¿Tus ropas?
Shui asintió. Desde hacía días tenía todo apunto para evitar precisamente la ansiedad del último momento. Ya bastante tenía con pensar; si ese día hubiera tenido algo importante que hacer, no hubiera dado pie con bola.
—Entonces deberías unirte a las que cocinan—murmuró Yagha entre dientes—un par de manos más les vendrán bien. Vamos, haz algo, niña.
Yagha acompañó estas palabras con un firme zarandeo a Shui, apresándola por el hombro. Suspirando con resignación, la chica se levantó cuando Yagha la soltó y se encaminó arrastrando los pies hacia la cueva donde se cocinaba, sobre las enormes piedras calentadas al fuego o metiendo éstas en recipientes llenos de agua para hacerla hervir.
Contemplando la humareda que se elevaba hacia el cielo a través del agujero existente en el techo de la cueva—por eso habían elegido precisamente esa y no otra para cocinar—se dijo que tal vez no le viniera mal ayudar. No tenía ganas de hablar pero, quizá, escuchar el parloteo de las mujeres podría distraerla y hacer que por un momento pensara en otra cosa que no fuera La Fiesta, el ritual de iniciación y el encuentro con Iku.
Echaba mucho de menos a su primo, y no podía evitar preguntarse, una y otra vez, si él… Oh. ¿Habría cambiado Iku? ¿Habría realizado ya la primera ofrenda de su semilla a La Madre? ¿Sería él, aquella primavera, un… Carapintada? Se estremeció. Pensar eso le hacía ponerse inexplicablemente triste. Tratando de apartar de su mente aquellos pensamientos, se introdujo en la cueva para empaparse del olor a carne especiada y a raíces y verduras hervidas.
Apenas despuntaba el sol al día siguiente cuando el potente sonido del cuerno despertó a Shui. Se incorporó en su lecho de pieles, sobresaltada, recordando de súbito que aquel era el día señalado.
—¡Ya llegan, ya empiezan a llegar!—oyó a un chiquillo gritar alborozado, no muy lejos.
De un salto se puso en pie y corrió hasta la entrada de la cueva. El viento frío de la mañana la golpeó en el rostro cuando sacó la cabeza para ver al grupo que se acercaba. Frunció los ojos para enfocar mejor y creyó distinguir las vestiduras de sus integrantes: largas pieles rojizas y lanudas de Mamut, inapropiadas para la estación en aquella parte del mundo, sin duda alguna.
—¡Mamut!—exclamó en voz baja, y echó a correr colina abajo sin poder contener la emoción.
Entre sus hermanos Mamut estaba Yogo, el hermano de la madre de Shui. La madre de Shui había sido Mamut de origen, pero había entrado al clan del Cuerno de Uro—el clan del que Shui formaba parte—para juntarse con un hombre de allí, al poco tiempo de ser abierta.
Para desgracia de Shui, su madre había muerto siendo ella muy pequeña, víctima de un ataque de un tigre descomunal durante una cacería. El hombre que engendró a Shui había declinado toda responsabilidad en las matriarcas del Clan del Cuerno, dejando a cargo de éstas a Shui y partiendo hacia el norte con un grupo de exploradores. Nadie puso a ello la menor objeción, porque un hombre por sí mismo no significaba gran cosa para un clan bien avenido. Y nadie había vuelto a verle desde entonces.
Shui apenas había tenido contacto con el hombre que la engendró. Sabía quién era, pero pocas palabras había cruzado con él durante el tiempo que convivieron en el clan de Cuerno. Sin embargo, con Yogo, a pesar de verle sólo de primavera en primavera, había llegado a trazar una relación de amistad profunda. Yogo amaba a su hermana, y parte de ese amor consistía en proteger a Shui ahora que ella no estaba allí para hacerlo.
—Pequeño susurro de viento—saludó Yogo a Shui cuando ésta se detuvo jadeando frente a la comitiva. Se aproximó a ella a grandes zancadas y la tomó en sus fornidos brazos de oso—Estás hecha toda una mujer.
Shui rodeó con los brazos el cuello de su tío y aspiró el aroma familiar de la capa lanuda.
—Menos mal que has llegado—murmuró contra el pecho del hombretón—empezaba a volverme loca.
Yogo rio con ganas.
—Ah, pequeña… ser anfitrión de clanes es un gran honor, pero también es de lo más incómodo y tedioso que existe.
Dejó a Shui en el suelo, y ésta se adelantó para acompañarles a una de las pequeñas cuevas de acogida que se habían acondicionado junto al asentamiento principal. Guió al clan Mamut al entramado de galerías que les correspondía y volvió a la cueva que compartía con Thaba, a fin de que los hermanos del Norte se instalaran tranquilos.
Conforme avanzaba la mañana, Shui se iba sintiendo cada vez más nerviosa. Se acercaban los ritos, los festejos, el polvo del Fuego Blanco. Por mucho que ella no fuera a iniciarse, se sentía apabullada por aquella realidad que por primera vez creía empezar a comprender. Realmente, había sido durante ese último ciclo cuando se había detenido a pensar en la proximidad física entre un hombre y una mujer.
Cuando sangró y le hablaron del miembro del hombre, Shui había sentido temor y rechazo al imaginarlo, pero aquello no había dejado de ser algo ajeno por aterrador que le pareciera. Sin embargo, al darse cuenta de que su iniciación era ineludible y al saber que le faltaba tan solo un ciclo, al pensar que esa era la última primavera que pasaría intacta, sentía un nudo en la garganta que le dificultaba la respiración.
Al cruzar entre las cuevas con una cesta de agua para realizar un encargo de Yhaga, vio por el rabillo del ojo que un nuevo grupo acababa de llegar a las inmediaciones del poblado. Se detuvo en seco, haciendo bascular el líquido en la cesta, y su corazón dio un vuelco al distinguir los tintes verdes y azules de la gente del Lago entre los recién llegados. En efecto, sin duda podía asegurar que se trataba de los hermanos lacustres, procedentes del asentamiento más cercano al Clan del Cuerno, situado junto al Gran lago, al oeste. Entre ellos habrían llegado la hermana de su madre y de Yogo, Samúi, y su hijo Iku.
Buscó con la mirada pero no encontró a ninguno de los dos. Aunque, de cualquier modo, Shui estaba demasiado lejos como para distinguir algo particular con claridad.
Respiró hondo y se esforzó por tranquilizarse, a pesar de que sentía el corazón a punto de salírsele del pecho. Se dijo que primero terminaría el encargo, pues no tenía ganas de despertar la ira de Yhaga, y después iría a saludar a los hermanos del Lago como haría con los miembros de cualquier otro Clan.
No pudo hacer nada con el temblor de sus piernas mientras llevaba el agua a la cueva donde se cocinaba. Hubiera sido un detalle por su parte ofrecerse a las mujeres que allí había, preguntar si podía servir de ayuda en su desbordada actividad, pero en lugar de eso se escabulló y salió de nuevo al espacio abierto entre cuevas.
Comprobó que los hermanos Lacustres seguían donde los había visto antes. Al parecer, el que estaba al frente conversaba con Daruk, el jefe del Clan de Cuerno, desde hacía un rato.
Shui se aproximó a la fila desordenada de gente que seguía al líder, buscando entre las mujeres y los niños a Samúi y a su primo, pero no consiguió ver a ninguno de los dos. A medida que se acercaba, analizó con más calma aquellos rostros de piel atezada y ojos claros, la mayoría enmarcados por mechones de cabello del color del trigo. Alcanzó a ver algún Carapintada entre la multitud de lacustres y el corazón le dio un brinco; no, al menos los rasgos que había creído distinguir bajo los colores no eran parecidos a los de Iku.
—¡Eh, Shui!
Escuchó de pronto la llamada, más o menos procedente de la mitad de la fila. Acto seguido, una mujer de pequeña estatura se adelantó y volvió a llamarla, moviendo el brazo.
—¡Shui!
--Oh, Samúi…
La chica echó a correr hacia ella.
Tal vez no la hubiera reconocido si la mujer no la hubiera llamad. Había pasado solo un ciclo estacional, pero Samúi de pronto parecía casi una anciana. Se la veía más encorvada que la primavera anterior, la piel de su rostro más fina y arrugada, las extremidades delgadas y huesudas. Su cabello, que llevaba recogido en una gruesa trenza, había perdido densidad y se pintaba de hebras plateadas.
—Shui, querida Shui…
Ambas se abrazaron fuerte.
—¡Estás enorme!—exclamó Samúi, alejándose un paso para contemplar mejor a su sobrina—¡y guapísima!
Shui bajó los ojos, enrojeciendo levemente.
Dos hombres lacustres se acercaron bromeando y se colocaron tras ellas, respetando la caótica hilera de gente que esperaba frente a la cueva de Daruk. Shui los miró con disimulo. Realmente, lo que se decía de que vivir junto al lago era garantía de vitalidad y belleza era cierto, al menos durante la juventud.
Uno de los hombres tenía la cara pintada, comprobó con inquietud. Se quedó enganchada en aquellos trazos de colores—los del rostro de aquel hombre en verde esmeralda, ocres y azules—sin poder evitarlo, durante unos segundos, embobada. El otro hombre no tenía la cara pintada, pero igual que su compañero era alto, proporcionado e inusualmente bello, con el cabello rubio oscuro recogido en una trenza adornada con tiras de cuero intercaladas entre los mechones.
Shui se preguntó el porqué de algunas diferencias entre la gente de los clanes, diferencias físicas como esa. Los hermanos del Lago eran casi etéreos, a pesar de contar con buenos y fuertes cazadores entre sus filas; los hombres del Clan de Cuerno, en la montaña donde ella vivía, eran fuertes también pero mucho más toscos en rasgos y movimientos, en cambio.
Echaba mucho de menos a su primo, y no podía evitar preguntarse, una y otra vez, si él… Oh. ¿Habría cambiado Iku? ¿Habría realizado ya la primera ofrenda de su semilla a La Madre? ¿Sería él, aquella primavera, un… Carapintada? Se estremeció. Pensar eso le hacía ponerse inexplicablemente triste. Tratando de apartar de su mente aquellos pensamientos, se introdujo en la cueva para empaparse del olor a carne especiada y a raíces y verduras hervidas.
Apenas despuntaba el sol al día siguiente cuando el potente sonido del cuerno despertó a Shui. Se incorporó en su lecho de pieles, sobresaltada, recordando de súbito que aquel era el día señalado.
—¡Ya llegan, ya empiezan a llegar!—oyó a un chiquillo gritar alborozado, no muy lejos.
De un salto se puso en pie y corrió hasta la entrada de la cueva. El viento frío de la mañana la golpeó en el rostro cuando sacó la cabeza para ver al grupo que se acercaba. Frunció los ojos para enfocar mejor y creyó distinguir las vestiduras de sus integrantes: largas pieles rojizas y lanudas de Mamut, inapropiadas para la estación en aquella parte del mundo, sin duda alguna.
—¡Mamut!—exclamó en voz baja, y echó a correr colina abajo sin poder contener la emoción.
Entre sus hermanos Mamut estaba Yogo, el hermano de la madre de Shui. La madre de Shui había sido Mamut de origen, pero había entrado al clan del Cuerno de Uro—el clan del que Shui formaba parte—para juntarse con un hombre de allí, al poco tiempo de ser abierta.
Para desgracia de Shui, su madre había muerto siendo ella muy pequeña, víctima de un ataque de un tigre descomunal durante una cacería. El hombre que engendró a Shui había declinado toda responsabilidad en las matriarcas del Clan del Cuerno, dejando a cargo de éstas a Shui y partiendo hacia el norte con un grupo de exploradores. Nadie puso a ello la menor objeción, porque un hombre por sí mismo no significaba gran cosa para un clan bien avenido. Y nadie había vuelto a verle desde entonces.
Shui apenas había tenido contacto con el hombre que la engendró. Sabía quién era, pero pocas palabras había cruzado con él durante el tiempo que convivieron en el clan de Cuerno. Sin embargo, con Yogo, a pesar de verle sólo de primavera en primavera, había llegado a trazar una relación de amistad profunda. Yogo amaba a su hermana, y parte de ese amor consistía en proteger a Shui ahora que ella no estaba allí para hacerlo.
—Pequeño susurro de viento—saludó Yogo a Shui cuando ésta se detuvo jadeando frente a la comitiva. Se aproximó a ella a grandes zancadas y la tomó en sus fornidos brazos de oso—Estás hecha toda una mujer.
Shui rodeó con los brazos el cuello de su tío y aspiró el aroma familiar de la capa lanuda.
—Menos mal que has llegado—murmuró contra el pecho del hombretón—empezaba a volverme loca.
Yogo rio con ganas.
—Ah, pequeña… ser anfitrión de clanes es un gran honor, pero también es de lo más incómodo y tedioso que existe.
Dejó a Shui en el suelo, y ésta se adelantó para acompañarles a una de las pequeñas cuevas de acogida que se habían acondicionado junto al asentamiento principal. Guió al clan Mamut al entramado de galerías que les correspondía y volvió a la cueva que compartía con Thaba, a fin de que los hermanos del Norte se instalaran tranquilos.
Conforme avanzaba la mañana, Shui se iba sintiendo cada vez más nerviosa. Se acercaban los ritos, los festejos, el polvo del Fuego Blanco. Por mucho que ella no fuera a iniciarse, se sentía apabullada por aquella realidad que por primera vez creía empezar a comprender. Realmente, había sido durante ese último ciclo cuando se había detenido a pensar en la proximidad física entre un hombre y una mujer.
Cuando sangró y le hablaron del miembro del hombre, Shui había sentido temor y rechazo al imaginarlo, pero aquello no había dejado de ser algo ajeno por aterrador que le pareciera. Sin embargo, al darse cuenta de que su iniciación era ineludible y al saber que le faltaba tan solo un ciclo, al pensar que esa era la última primavera que pasaría intacta, sentía un nudo en la garganta que le dificultaba la respiración.
Al cruzar entre las cuevas con una cesta de agua para realizar un encargo de Yhaga, vio por el rabillo del ojo que un nuevo grupo acababa de llegar a las inmediaciones del poblado. Se detuvo en seco, haciendo bascular el líquido en la cesta, y su corazón dio un vuelco al distinguir los tintes verdes y azules de la gente del Lago entre los recién llegados. En efecto, sin duda podía asegurar que se trataba de los hermanos lacustres, procedentes del asentamiento más cercano al Clan del Cuerno, situado junto al Gran lago, al oeste. Entre ellos habrían llegado la hermana de su madre y de Yogo, Samúi, y su hijo Iku.
Buscó con la mirada pero no encontró a ninguno de los dos. Aunque, de cualquier modo, Shui estaba demasiado lejos como para distinguir algo particular con claridad.
Respiró hondo y se esforzó por tranquilizarse, a pesar de que sentía el corazón a punto de salírsele del pecho. Se dijo que primero terminaría el encargo, pues no tenía ganas de despertar la ira de Yhaga, y después iría a saludar a los hermanos del Lago como haría con los miembros de cualquier otro Clan.
No pudo hacer nada con el temblor de sus piernas mientras llevaba el agua a la cueva donde se cocinaba. Hubiera sido un detalle por su parte ofrecerse a las mujeres que allí había, preguntar si podía servir de ayuda en su desbordada actividad, pero en lugar de eso se escabulló y salió de nuevo al espacio abierto entre cuevas.
Comprobó que los hermanos Lacustres seguían donde los había visto antes. Al parecer, el que estaba al frente conversaba con Daruk, el jefe del Clan de Cuerno, desde hacía un rato.
Shui se aproximó a la fila desordenada de gente que seguía al líder, buscando entre las mujeres y los niños a Samúi y a su primo, pero no consiguió ver a ninguno de los dos. A medida que se acercaba, analizó con más calma aquellos rostros de piel atezada y ojos claros, la mayoría enmarcados por mechones de cabello del color del trigo. Alcanzó a ver algún Carapintada entre la multitud de lacustres y el corazón le dio un brinco; no, al menos los rasgos que había creído distinguir bajo los colores no eran parecidos a los de Iku.
—¡Eh, Shui!
Escuchó de pronto la llamada, más o menos procedente de la mitad de la fila. Acto seguido, una mujer de pequeña estatura se adelantó y volvió a llamarla, moviendo el brazo.
—¡Shui!
--Oh, Samúi…
La chica echó a correr hacia ella.
Tal vez no la hubiera reconocido si la mujer no la hubiera llamad. Había pasado solo un ciclo estacional, pero Samúi de pronto parecía casi una anciana. Se la veía más encorvada que la primavera anterior, la piel de su rostro más fina y arrugada, las extremidades delgadas y huesudas. Su cabello, que llevaba recogido en una gruesa trenza, había perdido densidad y se pintaba de hebras plateadas.
—Shui, querida Shui…
Ambas se abrazaron fuerte.
—¡Estás enorme!—exclamó Samúi, alejándose un paso para contemplar mejor a su sobrina—¡y guapísima!
Shui bajó los ojos, enrojeciendo levemente.
Dos hombres lacustres se acercaron bromeando y se colocaron tras ellas, respetando la caótica hilera de gente que esperaba frente a la cueva de Daruk. Shui los miró con disimulo. Realmente, lo que se decía de que vivir junto al lago era garantía de vitalidad y belleza era cierto, al menos durante la juventud.
Uno de los hombres tenía la cara pintada, comprobó con inquietud. Se quedó enganchada en aquellos trazos de colores—los del rostro de aquel hombre en verde esmeralda, ocres y azules—sin poder evitarlo, durante unos segundos, embobada. El otro hombre no tenía la cara pintada, pero igual que su compañero era alto, proporcionado e inusualmente bello, con el cabello rubio oscuro recogido en una trenza adornada con tiras de cuero intercaladas entre los mechones.
Shui se preguntó el porqué de algunas diferencias entre la gente de los clanes, diferencias físicas como esa. Los hermanos del Lago eran casi etéreos, a pesar de contar con buenos y fuertes cazadores entre sus filas; los hombres del Clan de Cuerno, en la montaña donde ella vivía, eran fuertes también pero mucho más toscos en rasgos y movimientos, en cambio.
—¿Ha llegado Yogo?
Shui volvió los ojos hacia su tía y sonrió.
—Sí, ha llegado hace un rato, está instalado en las cuevas. ¿Dónde está Iku?—añadió, volviendo a buscar con los ojos entre la gente sin encontrarlo, ya con cierta ansiedad—no le veo.
Samúi rompió a reír de improviso.
—¿Iku? Está aquí mismo.
Shui volvió a mirar entre la multitud, frunciendo el ceño.
—¿Dónde?—preguntó.
—Detrás de ti, Shui.
La chica sintió un escalofrío, como un fogonazo blanco a lo largo de su columna vertebral. Se giró despacio: el que había hablado era el hombre alto, el compañero del Carapintada.
—¿Iku...?
El hombre sonrió, y Shui reconoció en sus ojos aquel brillo familiar, ese relámpago que bailaba por un segundo antes de hacer una trastada en los ojos de su amigo, de su primo.
—Halaia, Shui.
—Iku…
La chica le contemplaba con los ojos muy abiertos, incapaz de articular otra palabra salvo su nombre.
—¿Tanto he cambiado?—preguntó él, guiñándole un ojo.
Ella asintió a duras penas.
—Mucho.
—¡Tú también!—exclamó él, propinándole un codazo—estás más alta, y tienes…
Se le fueron en aquel momento los ojos al pecho de Shui, que ya se mostraba rotundamente abultado debajo de las ropas de primavera. Automáticamente, ella retrocedió y se tapó, avergonzada.
Se suponía que esa sutil referencia a sus pechos era un halago, por medio del cual Iku daba a entender que la consideraba una mujer deseable y no una niña. Era algo habitual entre su gente, incluso se consideraba un detalle de buena educación, pero oír aquello le hizo a Shui desear desaparecer.
Sintió los ojos de Iku devorándola de arriba a abajo sin pudor alguno. Ella permanecía clavada en el suelo, incapaz de levantar la mirada, sin embargo. Sólo veía las botas de su primo, las musculosas y delgadas piernas marcadas bajo los pantalones de cuero, la piel tostada de su estómago y el ombligo que llevaba al descubierto. Oh, por la madre… Iku había cambiado, y de qué manera.
—¿No eres Carapintada, Iku?—preguntó, soltando las palabras de pronto sin pensar en lo que decía.
Él negó con la cabeza.
-—No. La primavera que viene lo seré—sonrió—he cambiado antes de lo previsto. ¿Me esperarás, Shui?—añadió con una sonrisa juguetona—¿O vas a iniciarte estos días?
—No—respondió ella apresuradamente—No, no voy a iniciarme hasta la siguiente primavera.
Iku mostró una amplia sonrisa.
—Estupendo entonces—murmuró, mirando a su prima con cariño.
“Lo dice por educación” comprendió ella. “Aún me ve como una niña”. Iku era mayor que ella, pero hasta ese momento no se había notado esa diferencia. Al contrario, si acaso era ella la que siempre había parecido tener más edad.
Sin embargo, ahora él parecía haberse transformado en hombre de golpe. Bueno, de golpe no… en un año, se corrigió Shui. Reflexionó que ella tampoco tenía una imagen clara de sí misma. Las pocas veces que se había mirado en la superficie del pequeño lago junto al asentamiento le había parecido ver siempre el mismo rostro, y su cuerpo inclinado sobre el agua no parecía cambiar nunca. Pero quizá… quizá a través de otros ojos sí se la viera diferente, pensó de pronto. Sin poder evitarlo, se tocó los brazos y las piernas, el tronco, tratando de evocar una imagen mental parecida a cómo la estaría viendo Iku en ese instante.
—Este año le toca estrenarse a Acha—señaló éste al hombre joven que le acompañaba—¿te acuerdas de él?
Acha. Sí, claro que le recordaba. Era amigo de su primo y le conocía solo de vista en las reuniones de primavera. Tampoco le hubiera reconocido.
—Sí—Shui asintió—Halaia, Acha.
—Halaia—sonrió éste, tocándole el hombro según el saludo formal—me alegro de verte, Shui.
—Acha está un poco nervioso—rio Iku, palmeándole la espalda—dicen que las mujeres de esta primavera están para devorarlas.
—Eh—Samúi le dio un topetazo cariñoso—No seas malo, Iku.
Acha sonrió y desvió la mirada. Shui se fijó en que sus manos temblaban levemente: ¡era cierto! Aquel hombre formidable estaba nervioso… pero parecía feliz al mismo tiempo. A Shui esto le resultaba desconcertante; desistió de tratar de entender los secretos del placer, estaba claro que era algo fuera de su alcance. Por la Madre, ¿qué podía poner nervioso a un hombre como Acha? ¿Qué había de interesante en meter un pedazo de carne dentro de un agujero?
—Hemos de ponernos en marcha—dijo Samúi, observando cómo comenzaba a movilizarse la gente del clan del Lago—parece que los jefes han terminado de saludarse.
Se sonrió y se inclinó hacia su sobrina para darle un beso en la frente.
—Hasta pronto, tía—se despidió Shui—te veré en La Fiesta.
Samúi asintió y echó a andar hacia las cuevas de acogida, siguiendo a la comitiva, volviéndose de vez en cuando para agitar la mano y sonreír a su sobrina.
—Te veo esta noche, Shui—dijo Iku, adelantándose para coger la mano de su prima. La sostuvo en la suya, apretándola durante unos instantes—tengo ganas de que me cuentes como te ha ido.
Volvió a guiñarle el ojo, la soltó, y se alejó junto con Acha y su madre. Shui se quedó unos segundos clavada en el suelo, sintiendo cómo ascendía por sus venas el calor que Iku le había traspasado al apretarle la mano. Sentía algo parecido a escalofríos, pequeños calambres atravesándole el brazo; no sabía qué era esa energía, pero desconfiaba de ella. La hacía temblar.
No había podido rehuir los ojos de su primo cuando éste se había despedido de ella. Unos ojos azules, pálidos, casi transparentes, raros incluso entre los lacustres. Sin poder sacar de su cabeza aquellos ojos, volvió sobre sus pasos decidida a echar una mano a las mujeres que cocinaban, aunque sentía el alma tan desbocada que dudaba de poder hacer cualquier clase de trabajo con las manos. Ayudó como pudo con las piedras calientes, los guisos y el agua hirviendo; vigiló el espetón donde giraba uno de los asados, alimentó el fuego de las hogueras y peló fruta, pero ninguna de aquellas actividades distrajo su mente de la marea que la arrastraba.
La presencia de su primo la había turbado y Shui no comprendía muy bien en qué sentido. En primera instancia se dijo que la impresión se debería al drástico cambio de niño a hombre de su primo, pero se daba cuenta de que aparte de eso había algo más. Se producían cambios en ella cuando evocaba la nueva imagen de Iku. Desde que le había visto se estremecía al recordarle, respiraba más rápido, el corazón le latía más fuerte e incluso rompía a sudar. No quería pensar en ello, pero había sentido algo extraño al tenerle cerca, cuando él la había tocado, aparte del hormigueo y el calor en el brazo.
Había sentido una especie de cosquilleo entre las piernas, y luego una fuerte contracción cuando cerró los muslos por puro reflejo. Se había sobresaltado también al notar como una brusca humedad empapaba su sexo, mojando la ropa en una ardiente oleada. Cuando había ascendido con los ojos por el torso de Iku, había sentido estremecimientos en esa parte secreta de su cuerpo, y cuando le miró a los ojos tuvo que reprimir un gemido al sentir una fuerte palpitación.
Aquella última sensación había sido una especie de dolor no del todo desagradable. Un leve temblor de tierra que amenazaba con hacerla perder el control si aumentaba en intensidad, y si ella hubiera continuado mirando a Iku—y aspirando su olor—lo hubiera hecho sin duda en un instante. No recordaba haber sentido nunca nada parecido, y le asustaba pensar qué podría pasar si se dejaba llevar por esa sensación, por esas bruscas palpitaciones en las que su interior se había retorcido como una serpiente.
Recordó a su primo detrás de ella, hablándole con esa suave voz que se había vuelto más grave y profunda. Se detuvo a mitad de camino con una cesta de verduras en la mano y por un momento le faltó el aire. Separó las piernas y sintió que su más secreta intimidad temblaba de nuevo sólo por evocar; su cuerpo gritaba y se retorcía pidiendo algo, pero ¿qué? Se hubiera tocado por instinto, como cuando uno siente un picor, pero sujetaba la cesta con ambas manos, así que no pudo hacerlo.
Se obligó a seguir andando y continuó trabajando hasta que Yhaga le indicó que regresara al hogar que compartía con Thaba, para vestirse y prepararse para la celebración.
—Tengo una sorpresa para ti esta noche—dijo Thaba con ojos brillantes, cuando Shui penetró en la caldeada estancia.
—¿Una sorpresa?—inquirió la chica—¿Qué sorpresa?
Shui volvió los ojos hacia su tía y sonrió.
—Sí, ha llegado hace un rato, está instalado en las cuevas. ¿Dónde está Iku?—añadió, volviendo a buscar con los ojos entre la gente sin encontrarlo, ya con cierta ansiedad—no le veo.
Samúi rompió a reír de improviso.
—¿Iku? Está aquí mismo.
Shui volvió a mirar entre la multitud, frunciendo el ceño.
—¿Dónde?—preguntó.
—Detrás de ti, Shui.
La chica sintió un escalofrío, como un fogonazo blanco a lo largo de su columna vertebral. Se giró despacio: el que había hablado era el hombre alto, el compañero del Carapintada.
—¿Iku...?
El hombre sonrió, y Shui reconoció en sus ojos aquel brillo familiar, ese relámpago que bailaba por un segundo antes de hacer una trastada en los ojos de su amigo, de su primo.
—Halaia, Shui.
—Iku…
La chica le contemplaba con los ojos muy abiertos, incapaz de articular otra palabra salvo su nombre.
—¿Tanto he cambiado?—preguntó él, guiñándole un ojo.
Ella asintió a duras penas.
—Mucho.
—¡Tú también!—exclamó él, propinándole un codazo—estás más alta, y tienes…
Se le fueron en aquel momento los ojos al pecho de Shui, que ya se mostraba rotundamente abultado debajo de las ropas de primavera. Automáticamente, ella retrocedió y se tapó, avergonzada.
Se suponía que esa sutil referencia a sus pechos era un halago, por medio del cual Iku daba a entender que la consideraba una mujer deseable y no una niña. Era algo habitual entre su gente, incluso se consideraba un detalle de buena educación, pero oír aquello le hizo a Shui desear desaparecer.
Sintió los ojos de Iku devorándola de arriba a abajo sin pudor alguno. Ella permanecía clavada en el suelo, incapaz de levantar la mirada, sin embargo. Sólo veía las botas de su primo, las musculosas y delgadas piernas marcadas bajo los pantalones de cuero, la piel tostada de su estómago y el ombligo que llevaba al descubierto. Oh, por la madre… Iku había cambiado, y de qué manera.
—¿No eres Carapintada, Iku?—preguntó, soltando las palabras de pronto sin pensar en lo que decía.
Él negó con la cabeza.
-—No. La primavera que viene lo seré—sonrió—he cambiado antes de lo previsto. ¿Me esperarás, Shui?—añadió con una sonrisa juguetona—¿O vas a iniciarte estos días?
—No—respondió ella apresuradamente—No, no voy a iniciarme hasta la siguiente primavera.
Iku mostró una amplia sonrisa.
—Estupendo entonces—murmuró, mirando a su prima con cariño.
“Lo dice por educación” comprendió ella. “Aún me ve como una niña”. Iku era mayor que ella, pero hasta ese momento no se había notado esa diferencia. Al contrario, si acaso era ella la que siempre había parecido tener más edad.
Sin embargo, ahora él parecía haberse transformado en hombre de golpe. Bueno, de golpe no… en un año, se corrigió Shui. Reflexionó que ella tampoco tenía una imagen clara de sí misma. Las pocas veces que se había mirado en la superficie del pequeño lago junto al asentamiento le había parecido ver siempre el mismo rostro, y su cuerpo inclinado sobre el agua no parecía cambiar nunca. Pero quizá… quizá a través de otros ojos sí se la viera diferente, pensó de pronto. Sin poder evitarlo, se tocó los brazos y las piernas, el tronco, tratando de evocar una imagen mental parecida a cómo la estaría viendo Iku en ese instante.
—Este año le toca estrenarse a Acha—señaló éste al hombre joven que le acompañaba—¿te acuerdas de él?
Acha. Sí, claro que le recordaba. Era amigo de su primo y le conocía solo de vista en las reuniones de primavera. Tampoco le hubiera reconocido.
—Sí—Shui asintió—Halaia, Acha.
—Halaia—sonrió éste, tocándole el hombro según el saludo formal—me alegro de verte, Shui.
—Acha está un poco nervioso—rio Iku, palmeándole la espalda—dicen que las mujeres de esta primavera están para devorarlas.
—Eh—Samúi le dio un topetazo cariñoso—No seas malo, Iku.
Acha sonrió y desvió la mirada. Shui se fijó en que sus manos temblaban levemente: ¡era cierto! Aquel hombre formidable estaba nervioso… pero parecía feliz al mismo tiempo. A Shui esto le resultaba desconcertante; desistió de tratar de entender los secretos del placer, estaba claro que era algo fuera de su alcance. Por la Madre, ¿qué podía poner nervioso a un hombre como Acha? ¿Qué había de interesante en meter un pedazo de carne dentro de un agujero?
—Hemos de ponernos en marcha—dijo Samúi, observando cómo comenzaba a movilizarse la gente del clan del Lago—parece que los jefes han terminado de saludarse.
Se sonrió y se inclinó hacia su sobrina para darle un beso en la frente.
—Hasta pronto, tía—se despidió Shui—te veré en La Fiesta.
Samúi asintió y echó a andar hacia las cuevas de acogida, siguiendo a la comitiva, volviéndose de vez en cuando para agitar la mano y sonreír a su sobrina.
—Te veo esta noche, Shui—dijo Iku, adelantándose para coger la mano de su prima. La sostuvo en la suya, apretándola durante unos instantes—tengo ganas de que me cuentes como te ha ido.
Volvió a guiñarle el ojo, la soltó, y se alejó junto con Acha y su madre. Shui se quedó unos segundos clavada en el suelo, sintiendo cómo ascendía por sus venas el calor que Iku le había traspasado al apretarle la mano. Sentía algo parecido a escalofríos, pequeños calambres atravesándole el brazo; no sabía qué era esa energía, pero desconfiaba de ella. La hacía temblar.
No había podido rehuir los ojos de su primo cuando éste se había despedido de ella. Unos ojos azules, pálidos, casi transparentes, raros incluso entre los lacustres. Sin poder sacar de su cabeza aquellos ojos, volvió sobre sus pasos decidida a echar una mano a las mujeres que cocinaban, aunque sentía el alma tan desbocada que dudaba de poder hacer cualquier clase de trabajo con las manos. Ayudó como pudo con las piedras calientes, los guisos y el agua hirviendo; vigiló el espetón donde giraba uno de los asados, alimentó el fuego de las hogueras y peló fruta, pero ninguna de aquellas actividades distrajo su mente de la marea que la arrastraba.
La presencia de su primo la había turbado y Shui no comprendía muy bien en qué sentido. En primera instancia se dijo que la impresión se debería al drástico cambio de niño a hombre de su primo, pero se daba cuenta de que aparte de eso había algo más. Se producían cambios en ella cuando evocaba la nueva imagen de Iku. Desde que le había visto se estremecía al recordarle, respiraba más rápido, el corazón le latía más fuerte e incluso rompía a sudar. No quería pensar en ello, pero había sentido algo extraño al tenerle cerca, cuando él la había tocado, aparte del hormigueo y el calor en el brazo.
Había sentido una especie de cosquilleo entre las piernas, y luego una fuerte contracción cuando cerró los muslos por puro reflejo. Se había sobresaltado también al notar como una brusca humedad empapaba su sexo, mojando la ropa en una ardiente oleada. Cuando había ascendido con los ojos por el torso de Iku, había sentido estremecimientos en esa parte secreta de su cuerpo, y cuando le miró a los ojos tuvo que reprimir un gemido al sentir una fuerte palpitación.
Aquella última sensación había sido una especie de dolor no del todo desagradable. Un leve temblor de tierra que amenazaba con hacerla perder el control si aumentaba en intensidad, y si ella hubiera continuado mirando a Iku—y aspirando su olor—lo hubiera hecho sin duda en un instante. No recordaba haber sentido nunca nada parecido, y le asustaba pensar qué podría pasar si se dejaba llevar por esa sensación, por esas bruscas palpitaciones en las que su interior se había retorcido como una serpiente.
Recordó a su primo detrás de ella, hablándole con esa suave voz que se había vuelto más grave y profunda. Se detuvo a mitad de camino con una cesta de verduras en la mano y por un momento le faltó el aire. Separó las piernas y sintió que su más secreta intimidad temblaba de nuevo sólo por evocar; su cuerpo gritaba y se retorcía pidiendo algo, pero ¿qué? Se hubiera tocado por instinto, como cuando uno siente un picor, pero sujetaba la cesta con ambas manos, así que no pudo hacerlo.
Se obligó a seguir andando y continuó trabajando hasta que Yhaga le indicó que regresara al hogar que compartía con Thaba, para vestirse y prepararse para la celebración.
—Tengo una sorpresa para ti esta noche—dijo Thaba con ojos brillantes, cuando Shui penetró en la caldeada estancia.
—¿Una sorpresa?—inquirió la chica—¿Qué sorpresa?
Thaba sonrió enigmáticamente y agitó unas ramitas de Cuerno delante de Shui.
--No puedo decírtelo—repuso—si te lo dijera, no sería una sorpresa…
El Cuerno de Uro era una planta muy apreciada y poco abundante en el mundo conocido. Se llamaba así por sus hojas lanceoladas y se había convertido en el símbolo del clan de Daruk cuando un antepasado de éste encontró una mata, justo al lado de las cuevas donde desde aquel momento habían residido.
Entre la gente del clan, el Cuerno de Uro se utilizaba para proteger el hogar. Se decía que traía buena suerte y que al agitarlo en el aire eran removidas las energías de La Madre, lo que renovaría la vida y la paz entre las paredes de piedra. Era costumbre agitar ramas o brotes de Cuerno de Uro cuando nacía un niño, o cuando llegaba algún visitante especial al hogar. También cuando un hombre y una mujer que se apareaban frecuentemente decidían unirse mezclando su sangre.
--¿Vas a emparejarte, Thaba?—preguntó Shui en tono de broma.
--Estúpida niña—la anciana rio y empujó a la chica, apartándola de su camino —a mis años no me querría ni un uro viejo.
--Oh, no digas eso…
--Anda, cállate ya y deja de decir tonterías—masculló Thaba, mientras ayudaba a Shui a vestirse—estate quieta mientras te ajusto las cintas.
A su manera, la tosca anciana era cercana y cariñosa. Cuando la madre de Shui murió, Thaba se hizo cargo de ella acogiéndola como una auténtica segunda madre. Thaba era de las pocas mujeres del clan que había decidido emparejarse, y el hombre con el que vivía había muerto hacía tiempo. Se encontraba sola, triste hasta el punto de desear morir, y cuando ya no se veía más que un abismo negro en sus ojos, La Anciana decretó que adoptara a Shui.
Muchas mujeres del clan, mejor avenidas que Thaba, se habían escandalizado ante la decisión de La Anciana y habían puesto el grito en el cielo, acusando a ésta entre cuchicheos de haber perdido la cabeza. Pero las cosas salieron mucho mejor de lo esperado, a decir verdad. La presencia de la niña comenzó a dar vida de nuevo a los ojos de Thaba, como si de alguna manera cada una cuidara de la otra sin pretenderlo.
En aquellos momentos previos a la celebración de primavera, Shui se alegraba en lo más profundo de contar con el apoyo de Thaba. Pero a ella no podía contarle nada de lo que le había ocurrido aquella mañana. No podía explicarle la violenta sacudida, ni la humedad brusca y caliente que había sentido a causa de la presencia de Iku. A Thaba no podía preguntarle por qué sentía aquel calor entre las piernas y ese cosquilleo creciente. La anciana se escandalizaría de una cosa así tal vez, ya que Shui era demasiado joven aun para iniciarse. O a lo peor le daba una charla sobre el cuerpo de las mujeres y el cuerpo de los hombres, y decididamente Shui no se veía con fuerzas para soportar algo así justo antes de La Fiesta.
Había salido la luna cuando Shui se acercó por fin al área donde se habían desplegado los manjares. Le había dicho a Thaba que fuera yendo hacia allí, con la promesa de encontrarse con ella cuando terminara de adornarse. En realidad había necesitado tan solo unos instantes de paz, y solo se había puesto en marcha cuando comprendió que no podía dejar pasar más tiempo.
Fuera de la cueva soplaba una brisa fresca que agitaba las llamas de las hogueras y las hacía crepitar, transportando los olores de la carne asada y de las hierbas aromáticas. A pesar de estar a cierta distancia, Shui escuchaba con toda claridad la música y las voces—voces que cantaban, que reían— procedentes de la explanada donde se celebraba la reunión. Tomó aire y se encaminó hacia allí, intentando relajarse bajo el peso de los collares y los brazaletes que llevaba.
Llegaba más tarde de lo que Thaba hubiera querido, no había duda. Shui buscó a la anciana entre la gente, pero había tanto jaleo que era difícil ver con claridad. Más aún cuando la multitud comenzó a agolparse en torno a una roca donde se había subido Daruk, quien pedía silencio dispuesto a decir algo. Oh, el discurso de todos los años, comprendió Shui. No se equivocaba.
Como cada primavera, el jefe del clan anfitrión daba la bienvenida a los demás clanes y a continuación pasaba a enumerar los nacimientos, las uniones y las pérdidas que había habido entre su gente desde la última reunión. Después, cada líder de cada clan hacía lo mismo en riguroso orden.
No habían sucedido muchas cosas durante el último ciclo, así que el discurso de Daruk fue corto, pero de pronto dijo algo que a Shui le hizo abrir la boca de par en par.
--Nos complace anunciar que un hermano de las Tierras Baldías formará parte de nuestro clan a partir de esta misma noche, en el hogar de Thaba--dijo el jefe con una sonrisa cálida—se trata de un muchacho sin madre, huérfano de clan, que La Gran Madre ha puesto en nuestro camino.
Shui no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Un huérfano como ella? ¿En el hogar de Thaba? Vio con asombro como ésta emergía como por ensalmo de entre un grupo de gente, se adelantaba hacia la roca desde donde hablaba Daruk, a los pies de la cual estaba sentada La Anciana, y extendía los brazos hacia ésta última con veneración.
Shui dejó de ver la cabeza de Thaba cuando ésta se inclinó para ser abrazada por La Anciana.
--Bienvenido, Noch—dijo Daruk a pleno pulmón, haciéndole señas a alguien para que se acercara. Shui se puso de puntillas, pero por más que se empinara y levantara la cabeza le era imposible ver quién era la persona la que hablaba Daruk.
Echó a andar con decisión entre la gente, apartando a unos y a otros con toda la educación que pudo. Un chico iba a compartir hogar con ella, y se acababa de enterar, ¿Por qué nadie le había dicho nada, ni siquiera Thaba?
--No puedo decírtelo—repuso—si te lo dijera, no sería una sorpresa…
El Cuerno de Uro era una planta muy apreciada y poco abundante en el mundo conocido. Se llamaba así por sus hojas lanceoladas y se había convertido en el símbolo del clan de Daruk cuando un antepasado de éste encontró una mata, justo al lado de las cuevas donde desde aquel momento habían residido.
Entre la gente del clan, el Cuerno de Uro se utilizaba para proteger el hogar. Se decía que traía buena suerte y que al agitarlo en el aire eran removidas las energías de La Madre, lo que renovaría la vida y la paz entre las paredes de piedra. Era costumbre agitar ramas o brotes de Cuerno de Uro cuando nacía un niño, o cuando llegaba algún visitante especial al hogar. También cuando un hombre y una mujer que se apareaban frecuentemente decidían unirse mezclando su sangre.
--¿Vas a emparejarte, Thaba?—preguntó Shui en tono de broma.
--Estúpida niña—la anciana rio y empujó a la chica, apartándola de su camino —a mis años no me querría ni un uro viejo.
--Oh, no digas eso…
--Anda, cállate ya y deja de decir tonterías—masculló Thaba, mientras ayudaba a Shui a vestirse—estate quieta mientras te ajusto las cintas.
A su manera, la tosca anciana era cercana y cariñosa. Cuando la madre de Shui murió, Thaba se hizo cargo de ella acogiéndola como una auténtica segunda madre. Thaba era de las pocas mujeres del clan que había decidido emparejarse, y el hombre con el que vivía había muerto hacía tiempo. Se encontraba sola, triste hasta el punto de desear morir, y cuando ya no se veía más que un abismo negro en sus ojos, La Anciana decretó que adoptara a Shui.
Muchas mujeres del clan, mejor avenidas que Thaba, se habían escandalizado ante la decisión de La Anciana y habían puesto el grito en el cielo, acusando a ésta entre cuchicheos de haber perdido la cabeza. Pero las cosas salieron mucho mejor de lo esperado, a decir verdad. La presencia de la niña comenzó a dar vida de nuevo a los ojos de Thaba, como si de alguna manera cada una cuidara de la otra sin pretenderlo.
En aquellos momentos previos a la celebración de primavera, Shui se alegraba en lo más profundo de contar con el apoyo de Thaba. Pero a ella no podía contarle nada de lo que le había ocurrido aquella mañana. No podía explicarle la violenta sacudida, ni la humedad brusca y caliente que había sentido a causa de la presencia de Iku. A Thaba no podía preguntarle por qué sentía aquel calor entre las piernas y ese cosquilleo creciente. La anciana se escandalizaría de una cosa así tal vez, ya que Shui era demasiado joven aun para iniciarse. O a lo peor le daba una charla sobre el cuerpo de las mujeres y el cuerpo de los hombres, y decididamente Shui no se veía con fuerzas para soportar algo así justo antes de La Fiesta.
Había salido la luna cuando Shui se acercó por fin al área donde se habían desplegado los manjares. Le había dicho a Thaba que fuera yendo hacia allí, con la promesa de encontrarse con ella cuando terminara de adornarse. En realidad había necesitado tan solo unos instantes de paz, y solo se había puesto en marcha cuando comprendió que no podía dejar pasar más tiempo.
Fuera de la cueva soplaba una brisa fresca que agitaba las llamas de las hogueras y las hacía crepitar, transportando los olores de la carne asada y de las hierbas aromáticas. A pesar de estar a cierta distancia, Shui escuchaba con toda claridad la música y las voces—voces que cantaban, que reían— procedentes de la explanada donde se celebraba la reunión. Tomó aire y se encaminó hacia allí, intentando relajarse bajo el peso de los collares y los brazaletes que llevaba.
Llegaba más tarde de lo que Thaba hubiera querido, no había duda. Shui buscó a la anciana entre la gente, pero había tanto jaleo que era difícil ver con claridad. Más aún cuando la multitud comenzó a agolparse en torno a una roca donde se había subido Daruk, quien pedía silencio dispuesto a decir algo. Oh, el discurso de todos los años, comprendió Shui. No se equivocaba.
Como cada primavera, el jefe del clan anfitrión daba la bienvenida a los demás clanes y a continuación pasaba a enumerar los nacimientos, las uniones y las pérdidas que había habido entre su gente desde la última reunión. Después, cada líder de cada clan hacía lo mismo en riguroso orden.
No habían sucedido muchas cosas durante el último ciclo, así que el discurso de Daruk fue corto, pero de pronto dijo algo que a Shui le hizo abrir la boca de par en par.
--Nos complace anunciar que un hermano de las Tierras Baldías formará parte de nuestro clan a partir de esta misma noche, en el hogar de Thaba--dijo el jefe con una sonrisa cálida—se trata de un muchacho sin madre, huérfano de clan, que La Gran Madre ha puesto en nuestro camino.
Shui no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Un huérfano como ella? ¿En el hogar de Thaba? Vio con asombro como ésta emergía como por ensalmo de entre un grupo de gente, se adelantaba hacia la roca desde donde hablaba Daruk, a los pies de la cual estaba sentada La Anciana, y extendía los brazos hacia ésta última con veneración.
Shui dejó de ver la cabeza de Thaba cuando ésta se inclinó para ser abrazada por La Anciana.
--Bienvenido, Noch—dijo Daruk a pleno pulmón, haciéndole señas a alguien para que se acercara. Shui se puso de puntillas, pero por más que se empinara y levantara la cabeza le era imposible ver quién era la persona la que hablaba Daruk.
Echó a andar con decisión entre la gente, apartando a unos y a otros con toda la educación que pudo. Un chico iba a compartir hogar con ella, y se acababa de enterar, ¿Por qué nadie le había dicho nada, ni siquiera Thaba?
II-Diferente
Cuando vio a Noch, Shui se detuvo bruscamente, incapaz de dar un paso más. Iba dispuesta a esclarecer aquello, a decir lo que pensaba; incluso a gritar si hacía falta para hacerse oír. Sin embargo, al llegar a escasos pasos de donde el chico se encontraba, el aliento se le congeló en la boca.
Quedó clavada en el suelo, cerca de la roca donde se había subido Daruk, desmarcada del círculo de gente que se había formado en torno al peñasco, contemplando al muchacho con los ojos abiertos como platos. No había visto un ser tan extraño en toda su vida.
El llamado Noch advirtió la presencia de Shui, y por un momento hizo contacto con los ojos de ésta. Estremecida, ella no pudo evitar dar un paso hacia atrás. Aquellos ojos color ámbar resplandecieron por un instante reflejando el brillo del fuego en las hogueras, y parecieron por un momento dos esferas en llamas perforando a Shui, quien, como un insecto, quedó atrapada en ellos igual que en una tela de araña.
Aquel resplandor sólo duró un momento, y en seguida él dejó de mirarla para volver a girarse hacia el jefe del Clan. Sin embargo, Shui no pudo apartar los ojos de él. Era tan... diferente.
El chico huérfano era anormalmente alto, para empezar. Estaba sentado en el suelo con las rodillas flexionadas, de manera que Shui no podía valorar su estatura en toda su extensión, pero aun así se veía que sobrepasaba al más alto del clan al menos por una cabeza. Estaba sentado junto al anciano Feyg y éste parecía un muñeco de ramitas a su lado, oscuro y reseco en contraste con la palidez del joven, e infinitamente más pequeño.
Los huesos del chico eran largos, y por tanto sus extremidades también lo eran, rematadas por articulaciones marcadas y prominentes, angulosas como Shui nunca había visto en un cuerpo.
Sus manos eran enormes como palas, con marcados nudillos y dedos larguísimos. Se encontraba sentado en una postura que requería gran flexibilidad para estar relajado, con las piernas cruzadas sobre el suelo y los codos apoyados en las rodillas, la espalda inclinada hacia delante. A Shui le recordó a un gran felino salvaje, agazapado al abrigo de la hoguera. El tono de su piel también era extraño, pálido como si Noch jamás hubiera salido a la luz del sol. En contraste, los labios se marcaban en su rostro como dos finas líneas de color rojo sangre, ligeramente abultadas, y el cabello se veía de un color negro brillante derramándose a ambos lados de su cara.
Los rasgos de su rostro eran suaves, demasiado suaves en realidad como para tratarse de un varón… pero, inexplicablemente, algo en sus facciones hacía pensar que no era hembra. Quizá la abrupta y rotunda disposición de sus rasgos hacía que estos parecieran más fríos, endureciendo su expresión.
--¡Shui!—exclamó Daruk con una sonrisa--¿Has venido a darle la bienvenida a tu hermano?
El jefe no era consciente de la tensión tras los ojos de Shui. Ésta hizo un esfuerzo por moverse y asintió. Respiró hondo y miró directamente al chico extraño, que la observaba sin ninguna expresión en particular.
--Bienvenido, hermano—le dijo. Las palabras se le atascaron y tartamudeó.
Thaba se acercó y rodeó a Shui con los brazos.
--Sabía que te gustaría la sorpresa--le dijo, estampándole un beso en la mejilla.
Por la madre, aquella mujer se había vuelto loca y ahora todo parecía una pesadilla. Tener un hermano—o compartir hogar con un recién llegado—de golpe y porrazo no era algo que pudiera ser llamado “una sorpresa”. No era como el regalo que le hacen a una al llegar la estación de su nacimiento, por ejemplo. Era un auténtico cambio que asimilar, y Shui se sentía bloqueada para siquiera pensar en ello.
El muchacho sonrió y se levantó. Realmente era alto, a pesar de mantenerse ligeramente encorvado.
--Gracias por acogerme—dijo en voz baja. Su voz era igual que su aspecto: delicada pero profunda, pálida y oscura al mismo tiempo, con la pincelada leve de un acento desconocido—y gracias por la bienvenida, hermana.
Noch clavó los ojos en Shui al decir estas palabras. Qué extraño, ella hubiera jurado que eran ojos claros, ambarinos a la luz del fuego, y sin embargo ahora los veía completamente negros.
--Me llamo Shui—murmuró y tragó saliva. Algo en el chico la inquietaba profunamente y le hacía desear salir corriendo, pero eso no sería en absoluto educado.
--Ya lo sé—respondió él.
Una vez presentado al nuevo miembro del Clan del Cuerno, Daruk dio paso al jefe del siguiente clan —el Clan de las Tierras Baldías, el más pequeño de todos— quien prosiguió con el discurso previo a la ceremonia. El ambiente se relajó tras la súbita intrusión de Shui y ésta pudo por fin escabullirse, alejarse de Thaba y de ese inquietante muchacho con el que a partir de aquel momento compartiría techo.
Con la única intención de separarse de la roca desde la que hablaba el jefe del siguiente clan, Shui avanzó entre la gente en dirección contraria al peñasco. Sus pasos la llevaron hasta una esquina en sombras, cerca de la caverna donde se cocinaba. Había un leve pero constante tráfico de personas que salían y entraban de la cueva transportando comida, pero iban tan a lo suyo que no repararon en la chica menuda que se ocultaba contra la pared.
--Eh, Shui.
Al parecer, alguien sí había reparado en ella. Se giró, sobresaltada, frunciendo los ojos para ver mejor quien había susurrado su nombre. Casi se le paró el corazón cuando Iku salió de entre las sombras, muy cerca de donde ella se encontraba.
--¡Iku!
Su primo sonrió tímidamente.
--Te he visto con Thaba y con ese chico--murmuró, acercándose a ella para ser oído por encima de la algarabía de gente—te ha cambiado la cara cuando le has visto. ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
Vaya, su primo se había dado cuenta. Shui no había podido ocultar la impresión que le había producido lo ocurrido, al parecer, al menos a los ojos de él.
--Iku…
--Me preocupó tu cara, Shui, por eso te he seguido hasta aquí. Aunque…--reflexionó un momento—igual prefieres estar sola.
--¡No!—exclamó ella, aferrándole del brazo—No te vayas, por favor.
--Está bien.
Sin previo aviso, el chico rodeó a Shui con los brazos y la estrechó contra sí.
--Eh, eh…--ella se desasió rápidamente, dándole un manotazo.
--Vale, tranquila—rio Iku—lo siento, es que pareces tan… asustada…
Shui frunció el ceño. ¿Asustada? ¿Lo estaba?
--¿Asustada?—inquirió—No, no estoy asustada.
--Mentira—respondió Ihku sin pelos en la lengua—te conozco muy bien. Ese chico no te ha gustado nada, ¿verdad?
Shui se mordió el labio. Parecía que los ojos transparentes de su primo eran capaces de ver su interior, o al menos lo que le pasaba por la cabeza, a pesar de que desde hacía tiempo sólo se veían de ciclo en ciclo.
--No—reconoció meneando la cabeza—la verdad es que no. ¿Has visto lo raro que es?
--¿Raro?
--Sí--Shui miró a Ikhu con súbita aprensión—tan alto, tan… pálido. Con esos labios tan rojos y ese pelo tan negro.
--Bueno—él se encogió de hombros—es muy alto, eso sí. Y pálido también. Pero no sé, por lo demás tiene dos brazos y dos piernas, y una cabeza… como todo el mundo, ¿no?
--Sí—admitió Shui— pero no he visto nunca a nadie como él.
Iku la miró a los ojos, tratando de tranquilizarla.
--Shui, ese chico viene de las Tierras Baldías. Yo no iría allí por nada del mundo, te lo puedo asegurar.
Ella asintió. El asentamiento de hombres en las Tierras Baldías se había diezmado en los últimos ciclos a causa de la falta de recursos y las enfermedades; algunas personas decían que estaba a punto de desaparecer como Clan. Shui nunca había estado allí, en el territorio sin nombre más allá del bosque, pero había escuchado las innumerables historias que se contaban sobre aquel lugar, algunas referidas como anécdotas reales por sus habitantes, otras inventadas y transmitidas de generación en generación igual que las leyendas.
Quedó clavada en el suelo, cerca de la roca donde se había subido Daruk, desmarcada del círculo de gente que se había formado en torno al peñasco, contemplando al muchacho con los ojos abiertos como platos. No había visto un ser tan extraño en toda su vida.
El llamado Noch advirtió la presencia de Shui, y por un momento hizo contacto con los ojos de ésta. Estremecida, ella no pudo evitar dar un paso hacia atrás. Aquellos ojos color ámbar resplandecieron por un instante reflejando el brillo del fuego en las hogueras, y parecieron por un momento dos esferas en llamas perforando a Shui, quien, como un insecto, quedó atrapada en ellos igual que en una tela de araña.
Aquel resplandor sólo duró un momento, y en seguida él dejó de mirarla para volver a girarse hacia el jefe del Clan. Sin embargo, Shui no pudo apartar los ojos de él. Era tan... diferente.
El chico huérfano era anormalmente alto, para empezar. Estaba sentado en el suelo con las rodillas flexionadas, de manera que Shui no podía valorar su estatura en toda su extensión, pero aun así se veía que sobrepasaba al más alto del clan al menos por una cabeza. Estaba sentado junto al anciano Feyg y éste parecía un muñeco de ramitas a su lado, oscuro y reseco en contraste con la palidez del joven, e infinitamente más pequeño.
Los huesos del chico eran largos, y por tanto sus extremidades también lo eran, rematadas por articulaciones marcadas y prominentes, angulosas como Shui nunca había visto en un cuerpo.
Sus manos eran enormes como palas, con marcados nudillos y dedos larguísimos. Se encontraba sentado en una postura que requería gran flexibilidad para estar relajado, con las piernas cruzadas sobre el suelo y los codos apoyados en las rodillas, la espalda inclinada hacia delante. A Shui le recordó a un gran felino salvaje, agazapado al abrigo de la hoguera. El tono de su piel también era extraño, pálido como si Noch jamás hubiera salido a la luz del sol. En contraste, los labios se marcaban en su rostro como dos finas líneas de color rojo sangre, ligeramente abultadas, y el cabello se veía de un color negro brillante derramándose a ambos lados de su cara.
Los rasgos de su rostro eran suaves, demasiado suaves en realidad como para tratarse de un varón… pero, inexplicablemente, algo en sus facciones hacía pensar que no era hembra. Quizá la abrupta y rotunda disposición de sus rasgos hacía que estos parecieran más fríos, endureciendo su expresión.
--¡Shui!—exclamó Daruk con una sonrisa--¿Has venido a darle la bienvenida a tu hermano?
El jefe no era consciente de la tensión tras los ojos de Shui. Ésta hizo un esfuerzo por moverse y asintió. Respiró hondo y miró directamente al chico extraño, que la observaba sin ninguna expresión en particular.
--Bienvenido, hermano—le dijo. Las palabras se le atascaron y tartamudeó.
Thaba se acercó y rodeó a Shui con los brazos.
--Sabía que te gustaría la sorpresa--le dijo, estampándole un beso en la mejilla.
Por la madre, aquella mujer se había vuelto loca y ahora todo parecía una pesadilla. Tener un hermano—o compartir hogar con un recién llegado—de golpe y porrazo no era algo que pudiera ser llamado “una sorpresa”. No era como el regalo que le hacen a una al llegar la estación de su nacimiento, por ejemplo. Era un auténtico cambio que asimilar, y Shui se sentía bloqueada para siquiera pensar en ello.
El muchacho sonrió y se levantó. Realmente era alto, a pesar de mantenerse ligeramente encorvado.
--Gracias por acogerme—dijo en voz baja. Su voz era igual que su aspecto: delicada pero profunda, pálida y oscura al mismo tiempo, con la pincelada leve de un acento desconocido—y gracias por la bienvenida, hermana.
Noch clavó los ojos en Shui al decir estas palabras. Qué extraño, ella hubiera jurado que eran ojos claros, ambarinos a la luz del fuego, y sin embargo ahora los veía completamente negros.
--Me llamo Shui—murmuró y tragó saliva. Algo en el chico la inquietaba profunamente y le hacía desear salir corriendo, pero eso no sería en absoluto educado.
--Ya lo sé—respondió él.
Una vez presentado al nuevo miembro del Clan del Cuerno, Daruk dio paso al jefe del siguiente clan —el Clan de las Tierras Baldías, el más pequeño de todos— quien prosiguió con el discurso previo a la ceremonia. El ambiente se relajó tras la súbita intrusión de Shui y ésta pudo por fin escabullirse, alejarse de Thaba y de ese inquietante muchacho con el que a partir de aquel momento compartiría techo.
Con la única intención de separarse de la roca desde la que hablaba el jefe del siguiente clan, Shui avanzó entre la gente en dirección contraria al peñasco. Sus pasos la llevaron hasta una esquina en sombras, cerca de la caverna donde se cocinaba. Había un leve pero constante tráfico de personas que salían y entraban de la cueva transportando comida, pero iban tan a lo suyo que no repararon en la chica menuda que se ocultaba contra la pared.
--Eh, Shui.
Al parecer, alguien sí había reparado en ella. Se giró, sobresaltada, frunciendo los ojos para ver mejor quien había susurrado su nombre. Casi se le paró el corazón cuando Iku salió de entre las sombras, muy cerca de donde ella se encontraba.
--¡Iku!
Su primo sonrió tímidamente.
--Te he visto con Thaba y con ese chico--murmuró, acercándose a ella para ser oído por encima de la algarabía de gente—te ha cambiado la cara cuando le has visto. ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
Vaya, su primo se había dado cuenta. Shui no había podido ocultar la impresión que le había producido lo ocurrido, al parecer, al menos a los ojos de él.
--Iku…
--Me preocupó tu cara, Shui, por eso te he seguido hasta aquí. Aunque…--reflexionó un momento—igual prefieres estar sola.
--¡No!—exclamó ella, aferrándole del brazo—No te vayas, por favor.
--Está bien.
Sin previo aviso, el chico rodeó a Shui con los brazos y la estrechó contra sí.
--Eh, eh…--ella se desasió rápidamente, dándole un manotazo.
--Vale, tranquila—rio Iku—lo siento, es que pareces tan… asustada…
Shui frunció el ceño. ¿Asustada? ¿Lo estaba?
--¿Asustada?—inquirió—No, no estoy asustada.
--Mentira—respondió Ihku sin pelos en la lengua—te conozco muy bien. Ese chico no te ha gustado nada, ¿verdad?
Shui se mordió el labio. Parecía que los ojos transparentes de su primo eran capaces de ver su interior, o al menos lo que le pasaba por la cabeza, a pesar de que desde hacía tiempo sólo se veían de ciclo en ciclo.
--No—reconoció meneando la cabeza—la verdad es que no. ¿Has visto lo raro que es?
--¿Raro?
--Sí--Shui miró a Ikhu con súbita aprensión—tan alto, tan… pálido. Con esos labios tan rojos y ese pelo tan negro.
--Bueno—él se encogió de hombros—es muy alto, eso sí. Y pálido también. Pero no sé, por lo demás tiene dos brazos y dos piernas, y una cabeza… como todo el mundo, ¿no?
--Sí—admitió Shui— pero no he visto nunca a nadie como él.
Iku la miró a los ojos, tratando de tranquilizarla.
--Shui, ese chico viene de las Tierras Baldías. Yo no iría allí por nada del mundo, te lo puedo asegurar.
Ella asintió. El asentamiento de hombres en las Tierras Baldías se había diezmado en los últimos ciclos a causa de la falta de recursos y las enfermedades; algunas personas decían que estaba a punto de desaparecer como Clan. Shui nunca había estado allí, en el territorio sin nombre más allá del bosque, pero había escuchado las innumerables historias que se contaban sobre aquel lugar, algunas referidas como anécdotas reales por sus habitantes, otras inventadas y transmitidas de generación en generación igual que las leyendas.
El aspecto inhóspito del paisaje daba rienda suelta a la fantasía de los hombres, por lo que multitud de historias giraban en torno a las Tierras Baldías. Había relatos de muy diversa índole, pero los que más fascinaban a Shui cuando era niña—y a casi todos los niños—eran aquellos que relataban encuentros con espíritus bondadosos o maléficos, o con tótems protectores. Teniendo en cuenta que Noch venía de allí, cabía esperar que resultase diferente. Quizá Shui se había dejado llevar por la emoción y se había imaginado cosas, sobrecogida por tener que asimilar de golpe el hecho de que tenía un hermano.
--Creo que voy a ir a buscar un poco de koabi—sonrió Iku—te vendrá bien.
Shui intentó detenerle. No estaba segura de querer tomar la bebida de bayas fermentadas que corría como un río en las celebraciones del Clan. El koabi, de fuerte sabor afrutado, desinhibía en mayor o menor grado a cualquiera que lo bebía. Calentaba el cuerpo por dentro y calmaba el ánimo, haciendo que lo más sencillo fuera reír y hablar. Los tímidos se volvían locuaces, los cobardes valientes y los huraños se relacionaban con quienes les rodearan como si fueran sus mejores amigos.
--Te relajará—insistió su primo—vuelvo enseguida.
Se alejó y se perdió entre la gente sin que Shui pudiera hacer nada. La chica se sintió súbitamente desarraigada al quedarse sola allí, en la semioscuridad junto a la caverna.
El jefe del Clan de las Tierras Baldías había terminado de hablar y había vuelto junto a los escasos integrantes de su grupo que le acompañaban. Rl que continuaba el discurso era Arc, el líder del clan de Yogo. Shui intentó escuchar con atención las palabras de Arc sobre el Clan Mamut pero fue incapaz de concentrarse. Su primo volvió poco después con dos cuencos de madera llenos de koabi hasta el borde.
--No está bien visto beber si La Fiesta no ha empezado—siseó Shui. Técnicamente, todavía estaban hablando los líderes de los Clanes. Aún no había comenzado la música, ni los bailes, y la comida estaba prácticamente sin tocar, y sin embargo se veían ya circulando cuencos de koabi entre la sedienta multitud.
--Venga, vamos—la animó Iku—es nuestra última primavera como no iniciados, ¿no?
Shui enrojeció. Para que su primo no viera el violento rubor en sus mejillas, casi le arrancó el cuenco de koabi de la mano y bebió un largo trago con avidez.
--Eh, cuidado…--rio él—está fuerte.
En realidad lo estaba. Shui cerró los ojos, tragó y luchó por no toser. Tras el espasmo inicial, fuego dorado bajaba por su garganta calentándole las entrañas. Por un instante se sintió flotar.
--¿No sabías nada de la llegada de ese chico?—le preguntó Iku, refiriéndose a Noch. Shui negó con la cabeza y dio otro sorbo al contenido de su cuenco, esta vez con prudencia, saboreándolo.
--Vaya…--continuó su primo--¿Cómo te sientes?
La chica se encogió de hombros.
--La verdad es que ni lo sé. Tal vez no debería importarme.
Iku sonrió y bebió a su vez.
--No quiero pensar en ello--murmuró Shui.
--Pues no lo pienses—resolvió Ihku. Se secó los labios con el dorso de la mano y se apoyó contra la pared de roca que flanqueaba la cueva—hablemos de otra cosa.
Shui se reclinó contra la pared junto a él, cerca pero sin tocarle. Superado el encontronazo inicial, era agradable volver a pasar tiempo con su primo, con su amigo Iku. Por mucho que hubiera cambiado por fuera, él seguía siendo el mismo de siempre, o al menos eso parecía.
--¿Cambiaste este último ciclo, entonces?—preguntó de sopetón.
La pregunta no era nada del otro mundo y la respuesta era obvia—además, el propio Iku se lo había dicho--, pero aun así Shui sentía una extraña curiosidad. Sabía lo que significaba el “cambio”, lo que quería decir el hecho de que un niño diera “su primera semilla” a La Madre para convertirse en hombre, pero nunca había hablado de ello con nadie. Por primera vez sentía, sin saber por qué, una especie de deseo irrefrenable de preguntarle a Iku sobre experiencias como esa.
--Sí—su primo asintió—cambié durante la estación cálida. Por eso no puedo ser Carapintada esta primavera—añadió con cierto pesar.
--Vaya, me alegro de eso.
--¿Te alegras?—inquirió Iku con incredulidad.
--Sí…--respondió Shui—es la última primavera que nos queda intactos, ¿recuerdas?
Su primo había abierto la boca para decir algo, pero la cerró de golpe.
--La pasada primavera aún jugábamos en el río, Iku.
Él desvió por un segundo la mirada.
--Tienes razón—sonrió, le pareció a ella algo azorado—es increíble lo que hace La Gran Madre, ¿verdad?
--Sí. Lo es.
Iku volvió a beber y Shui le imitó.
--Todos cambiamos, Shui—dijo él, levantando de nuevo los ojos hacia ella. La chica sintió una punzada extraña que no supo identificar, acompañando al alivio de poder confiar en él.
--Sí--dijo con esfuerzo—pero… yo tengo miedo.
--¿Miedo?--Iku enarcó las cejas y la contempló, confundido--¿De qué?
Shui se abrazó a sí misma. Era la primera vez que verbalizaría aquello, que sacaría ese temor fuera de su cuerpo en forma de palabras.
--De todo. De la iniciación. De los hombres. De los Carapintada.
--¿Qué?—Iku la miraba sin poder dar crédito, como si pensara que ella estaba de broma--¿De los hombres? ¿Me tienes miedo a mí?
La chica miró al suelo, nerviosa, sin saber qué decir. Se había asustado al ver a Iku aquella mañana, y no había podido evitar preguntarse cómo sería su cuerpo desnudo, como sería su gran… su horrible…--si tan horrible le parecía, ¿por qué pensaba tanto en ello?—“cosa”. Pero eso no iba a decírselo a Iku, claro. Bebió un trago apresurado de koabi y apuró su cuenco.
--No, a ti no—mintió, tratando de resultar convincente. En parte era cierto porque adoraba a su primo, de alguna manera no podía temerle.
--¿No? Pues te has puesto pálida de repente.
Shui desvió la mirada enfadada consigo misma. Volvió la vista a la roca y vio cómo Arc descendía para dar paso a Oku, el siguiente en hablar.
--A ti no te tengo miedo—murmuró, haciendo de tripas corazón para acercarse más a Iku, aún sin mirarle—pero sí a tu…
Él la miró sin comprender.
--¿A qué?—preguntó.
--Es igual.
--No, eh…--Iku la zarandeó levemente—ahora dímelo, ¿qué te da miedo?
--¡Iku!
Shui se deshizo de la tenaza de la mano de él con un rápido movimiento.
--Pero… ¿qué es?
--Pues…--Shui tomó aire, lo mantuvo en los pulmones por un segundo y lo soltó. En parte deseaba descargarse, decir aquello por primera vez a alguien, aunque su primo tal vez no fuera la persona más indicada.
--Vamos, suéltalo.
--La parte que un hombre mete en el cuerpo de una mujer para abrirla—respondió de un tirón-- Eso me da miedo.
Shui deseó que se la tragara la tierra. Su primo echó la cabeza hacia delante y rio con ganas al escucharla, acercándose tanto a ella que su frente le rozó el hombro.
--¿Me estás hablando en serio?—murmuró--¿lo dices de verdad?
La chica quiso retroceder, pero algo la retuvo. Le gustaba sentir la piel de Iku tan cerca, su calor, su respiración. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué deseaba abrazarle de repente? ¿Por qué se quedaba ahí como una boba?
--Sí—afirmó.
--Pero, Shui…
--Esa cosa tiene que hacer un daño terrible—musitó ella--¿Es cierto que se os pone dura como un pedazo de obsidiana? ¿Y que crece?
Iku sonrió.
--Creo que voy a ir a buscar un poco de koabi—sonrió Iku—te vendrá bien.
Shui intentó detenerle. No estaba segura de querer tomar la bebida de bayas fermentadas que corría como un río en las celebraciones del Clan. El koabi, de fuerte sabor afrutado, desinhibía en mayor o menor grado a cualquiera que lo bebía. Calentaba el cuerpo por dentro y calmaba el ánimo, haciendo que lo más sencillo fuera reír y hablar. Los tímidos se volvían locuaces, los cobardes valientes y los huraños se relacionaban con quienes les rodearan como si fueran sus mejores amigos.
--Te relajará—insistió su primo—vuelvo enseguida.
Se alejó y se perdió entre la gente sin que Shui pudiera hacer nada. La chica se sintió súbitamente desarraigada al quedarse sola allí, en la semioscuridad junto a la caverna.
El jefe del Clan de las Tierras Baldías había terminado de hablar y había vuelto junto a los escasos integrantes de su grupo que le acompañaban. Rl que continuaba el discurso era Arc, el líder del clan de Yogo. Shui intentó escuchar con atención las palabras de Arc sobre el Clan Mamut pero fue incapaz de concentrarse. Su primo volvió poco después con dos cuencos de madera llenos de koabi hasta el borde.
--No está bien visto beber si La Fiesta no ha empezado—siseó Shui. Técnicamente, todavía estaban hablando los líderes de los Clanes. Aún no había comenzado la música, ni los bailes, y la comida estaba prácticamente sin tocar, y sin embargo se veían ya circulando cuencos de koabi entre la sedienta multitud.
--Venga, vamos—la animó Iku—es nuestra última primavera como no iniciados, ¿no?
Shui enrojeció. Para que su primo no viera el violento rubor en sus mejillas, casi le arrancó el cuenco de koabi de la mano y bebió un largo trago con avidez.
--Eh, cuidado…--rio él—está fuerte.
En realidad lo estaba. Shui cerró los ojos, tragó y luchó por no toser. Tras el espasmo inicial, fuego dorado bajaba por su garganta calentándole las entrañas. Por un instante se sintió flotar.
--¿No sabías nada de la llegada de ese chico?—le preguntó Iku, refiriéndose a Noch. Shui negó con la cabeza y dio otro sorbo al contenido de su cuenco, esta vez con prudencia, saboreándolo.
--Vaya…--continuó su primo--¿Cómo te sientes?
La chica se encogió de hombros.
--La verdad es que ni lo sé. Tal vez no debería importarme.
Iku sonrió y bebió a su vez.
--No quiero pensar en ello--murmuró Shui.
--Pues no lo pienses—resolvió Ihku. Se secó los labios con el dorso de la mano y se apoyó contra la pared de roca que flanqueaba la cueva—hablemos de otra cosa.
Shui se reclinó contra la pared junto a él, cerca pero sin tocarle. Superado el encontronazo inicial, era agradable volver a pasar tiempo con su primo, con su amigo Iku. Por mucho que hubiera cambiado por fuera, él seguía siendo el mismo de siempre, o al menos eso parecía.
--¿Cambiaste este último ciclo, entonces?—preguntó de sopetón.
La pregunta no era nada del otro mundo y la respuesta era obvia—además, el propio Iku se lo había dicho--, pero aun así Shui sentía una extraña curiosidad. Sabía lo que significaba el “cambio”, lo que quería decir el hecho de que un niño diera “su primera semilla” a La Madre para convertirse en hombre, pero nunca había hablado de ello con nadie. Por primera vez sentía, sin saber por qué, una especie de deseo irrefrenable de preguntarle a Iku sobre experiencias como esa.
--Sí—su primo asintió—cambié durante la estación cálida. Por eso no puedo ser Carapintada esta primavera—añadió con cierto pesar.
--Vaya, me alegro de eso.
--¿Te alegras?—inquirió Iku con incredulidad.
--Sí…--respondió Shui—es la última primavera que nos queda intactos, ¿recuerdas?
Su primo había abierto la boca para decir algo, pero la cerró de golpe.
--La pasada primavera aún jugábamos en el río, Iku.
Él desvió por un segundo la mirada.
--Tienes razón—sonrió, le pareció a ella algo azorado—es increíble lo que hace La Gran Madre, ¿verdad?
--Sí. Lo es.
Iku volvió a beber y Shui le imitó.
--Todos cambiamos, Shui—dijo él, levantando de nuevo los ojos hacia ella. La chica sintió una punzada extraña que no supo identificar, acompañando al alivio de poder confiar en él.
--Sí--dijo con esfuerzo—pero… yo tengo miedo.
--¿Miedo?--Iku enarcó las cejas y la contempló, confundido--¿De qué?
Shui se abrazó a sí misma. Era la primera vez que verbalizaría aquello, que sacaría ese temor fuera de su cuerpo en forma de palabras.
--De todo. De la iniciación. De los hombres. De los Carapintada.
--¿Qué?—Iku la miraba sin poder dar crédito, como si pensara que ella estaba de broma--¿De los hombres? ¿Me tienes miedo a mí?
La chica miró al suelo, nerviosa, sin saber qué decir. Se había asustado al ver a Iku aquella mañana, y no había podido evitar preguntarse cómo sería su cuerpo desnudo, como sería su gran… su horrible…--si tan horrible le parecía, ¿por qué pensaba tanto en ello?—“cosa”. Pero eso no iba a decírselo a Iku, claro. Bebió un trago apresurado de koabi y apuró su cuenco.
--No, a ti no—mintió, tratando de resultar convincente. En parte era cierto porque adoraba a su primo, de alguna manera no podía temerle.
--¿No? Pues te has puesto pálida de repente.
Shui desvió la mirada enfadada consigo misma. Volvió la vista a la roca y vio cómo Arc descendía para dar paso a Oku, el siguiente en hablar.
--A ti no te tengo miedo—murmuró, haciendo de tripas corazón para acercarse más a Iku, aún sin mirarle—pero sí a tu…
Él la miró sin comprender.
--¿A qué?—preguntó.
--Es igual.
--No, eh…--Iku la zarandeó levemente—ahora dímelo, ¿qué te da miedo?
--¡Iku!
Shui se deshizo de la tenaza de la mano de él con un rápido movimiento.
--Pero… ¿qué es?
--Pues…--Shui tomó aire, lo mantuvo en los pulmones por un segundo y lo soltó. En parte deseaba descargarse, decir aquello por primera vez a alguien, aunque su primo tal vez no fuera la persona más indicada.
--Vamos, suéltalo.
--La parte que un hombre mete en el cuerpo de una mujer para abrirla—respondió de un tirón-- Eso me da miedo.
Shui deseó que se la tragara la tierra. Su primo echó la cabeza hacia delante y rio con ganas al escucharla, acercándose tanto a ella que su frente le rozó el hombro.
--¿Me estás hablando en serio?—murmuró--¿lo dices de verdad?
La chica quiso retroceder, pero algo la retuvo. Le gustaba sentir la piel de Iku tan cerca, su calor, su respiración. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué deseaba abrazarle de repente? ¿Por qué se quedaba ahí como una boba?
--Sí—afirmó.
--Pero, Shui…
--Esa cosa tiene que hacer un daño terrible—musitó ella--¿Es cierto que se os pone dura como un pedazo de obsidiana? ¿Y que crece?
Iku sonrió.
--Iré a por más koabi y te lo explicaré, si quieres--respondió en un susurro, separándose de la pared de piedra.
Shui asintió y se sentó en el suelo. El primer cuenco de koabi empezaba a subírsele a la cabeza; sentía ese familiar desvanecimiento, esa dulce ensoñación bovina en la que nada parecía tener importancia.
Iku se alejó de nuevo en busca de la bebida y ella contempló al siguiente jefe de clanes subir a la roca. Ya faltaba poco para que arrancase la música. Algunos hombres y mujeres habían comenzado a disponer esteras de cáñamo sobre la hierba para que se acomodaran los presentes frente a los manjares una vez terminado el discurso, y un grupo de Carapintadas con los rostros cruzados en blanco y negro se congregaba junto a una de las hogueras.
--Es cierto—escuchó la voz de Iku junto a ella, y alargó la mano para coger el cuenco de koabi que él le tendía—Es cierto que se pone dura. Pero no hace daño, Shui.
--¿Cómo que no?—la chica bebió un pequeño sorbo y tragó—tiene que partir a la mujer por la mitad, ¡eso tiene que doler!
Iku se echó a reír de nuevo, meneó la cabeza y dio un trago a su cuenco.
--No, Shui—respondió, jugueteando con los dedos en las vetas de la madera—no hace daño, te lo aseguro. Los Carapintada son expertos en dar placer, eso es lo contrario al dolor.
--No—Shui sacudió la cabeza, rechazando esta última idea—no me lo creo. Una cosa tan enorme… dentro de un agujero tan pequeño…
Su primo mostró una amplia sonrisa.
--Me encantaría demostrártelo—dijo para sorpresa de Shui—y si pudiera lo haría. A raíz de mi cambio he aprendido muchas cosas, aunque no sea un Carapintada, Shui.
--¿Has aprendido cosas?—inquirió ella--¿A qué te refieres? ¿Qué tipo de cosas?
Iku respiró hondo y estiró la mano para acariciarle la mejilla. Quería mucho a su prima, y no podía negar que ésta se había convertido en una joven muy deseable, pero le pillaba de sorpresa ese súbito temor. Normalmente, a la edad de Shui las chicas se hallaban ilusionadas y expectantes ante su inminente iniciación.
--Cosas sobre… lo que le gusta a una mujer—respondió.
--¿Lo que le gusta?
Iku asintió.
--Sí—afirmó—lo que le da placer a una mujer. No todo es meter algo en un agujero, Shui.
La aludida parpadeó y frunció el ceño.
--¿Ah, no?—inquirió.
--¡No!—exclamó su primo con una carcajada—hay más cosas, muchas más.
--¿Como cuáles?
Su primo la miró fijamente durante unos instantes.
--Shu… ¿Nunca has hablado de esto con una mujer?
Shui correspondió a la mirada de aquellos ojos claros que amenazaban con leerle el pensamiento.
--No.
--¿Ni siquiera con Thaba?
La chica bufó.
--¡Con Thaba jamás hablaría de esto, precisamente!
--¿Por qué?—preguntó Iku—es mujer. Ella podría ayudarte a entenderlo.
--¿Ayudarme a entender qué?
El chico volvió a acariciar con ternura el rostro tenso de Shui.
--Shui, no tengas miedo—le dijo—Confía en mí. Hay muchas cosas que un hombre puede hacer con una mujer para darle placer. Te aseguro que en tu iniciación no vas a sufrir dolor, sea quien sea el Carapintada que elijas.
--Oh, Iku…
Shui le abrazó con un movimiento brusco y a punto estuvo de derramar el koabi de su cuenco. Unas gotas de líquido cayeron sobre el estómago desnudo de Iku y salpicaron el chaleco de cuero que éste llevaba como única prenda superior. Shui se apresuró a secarlas con los dedos, y de pronto sintió la piel de él ardiendo cuando le tocó.
Asustada, con el corazón desbocado en el pecho, retiró las manos y retrocedió. Contempló a su primo durante unos momentos y se dijo que el koabi estaba comenzando a adueñarse de su desordenada cabeza. Comenzaba a ver ligeramente borroso, como si a ratos sus ojos se desenfocaran—aunque no le importaba en absoluto —, y la sensación de flotar se había intensificado, al igual que el agradable cosquilleo interior. Se encontraba cómoda y caliente, y sin embargo agitada.
--Iku…--le llamó en un súbito acceso de valentía--¿Qué cosas son esas?
--¿Qué?
Él se giró hacia ella y se acercó aún más para poder oírla. La música había empezado y las voces habían subido de tono, convirtiéndose en alegres cánticos que daban la sensación de perseguirse unos a otros sin alcanzarse nunca.
--¿Qué cosas son esas… que un hombre puede hacer con una mujer, aparte de... romperla?
--Ah…--el chico bebió un largo trago--¿En serio quieres hablar de eso? ¿No prefieres descubrirlo por ti misma?
--Bueno…--ella se encogió de hombros—cuéntame, ¿qué puedo descubrir? ¿Qué cosas, Iku?
El chico reflexionó unos instantes, como poniendo en orden las ideas dentro de su cabeza.
--Besos, por ejemplo.
--¿Besos?—replicó ella sin estar segura de creerle.
--Sí. Pero no como los besos que damos normalmente por afecto. Son otro tipo de besos.
--¿Cómo son?
--En la boca—respondió Iku, acercándose más para hablarle a Shui en voz baja—muy húmedos, jugando con la lengua.
Shui contrajo el rostro.
--¿Jugando con la lengua?
Su primo sonrió y asintió.
--Sí. Los labios se juntan, abres la boca y tratas de lamer la lengua del otro—explicó— es muy placentero—añadió ante la cara estupefacta de Shui—es… como comerse algo jugoso, dulce.
--¿Tú lo has hecho?—preguntó ella, reaccionando de súbito.
Iku sonrió aún más ampliamente y esquivó los ojos de su prima por un momento.
--Sí. No pasa nada por hacerlo. Es como… un juego—concluyó—no pasa nada por jugar, ¿no?
--No…--murmuró Shui.
Desde luego que no pasaba nada por jugar, aunque fuera entre las pieles de dormir-¡oh, no!, ¿por qué había pensado en eso?-, pero todo aquello era nuevo para ella.
¿Besos entre un hombre y una mujer, con la boca abierta? ¿Con la lengua? Había visto aparearse animales, pero jamás nada como eso. Comprendió que saber aquello sería su perdición. Una vez Iku le había contado aquello, ella no podría dejar de pensar en el sabor de sus labios. No quería profundizar más allá, no quería pensar en su lengua… oh, por La Madre. Volvía a temblar.
Bebió otro trago de koabi y dejó que el sonido de los tambores creciera en sus oídos, envolviéndola. Pero quería saber más. Eso tampoco podía evitarlo.
--¿Qué más, Iku?—le preguntó, apretándole súbitamente la mano. Deseaba tocarle. Cuando lo hizo, Shui volvió a sentir aquella corriente de energía que había ascendido por su brazo aquella mañana, solo que ahora tenía la sensación de que era lo más lógico, lo más normal del mundo. Porque Iku era un hombre guapo, con bonitos ojos, con esa boca grande tan habituada a sonreír… con… todas las cosas que tenía un hombre (incluida esa horrible cosa dura, pero qué más daba).
--¿Quieres saber más cosas?
El chico correspondió a su apretón y miró a su prima con complicidad.
--Sí--musitó ésta—por favor.
--Pues… hay besos de muchos tipos, en muchos lugares del cuerpo. Caricias, pero no caricias como las que se suelen dar, sino otras más especiales.
--Oh.
Shui no salía de su asombro.
--Un hombre puede jugar con sus manos, con sus dedos, en el cuerpo de una mujer. ¿Lo entiendes, Shui?.
Shui asintió y se sentó en el suelo. El primer cuenco de koabi empezaba a subírsele a la cabeza; sentía ese familiar desvanecimiento, esa dulce ensoñación bovina en la que nada parecía tener importancia.
Iku se alejó de nuevo en busca de la bebida y ella contempló al siguiente jefe de clanes subir a la roca. Ya faltaba poco para que arrancase la música. Algunos hombres y mujeres habían comenzado a disponer esteras de cáñamo sobre la hierba para que se acomodaran los presentes frente a los manjares una vez terminado el discurso, y un grupo de Carapintadas con los rostros cruzados en blanco y negro se congregaba junto a una de las hogueras.
--Es cierto—escuchó la voz de Iku junto a ella, y alargó la mano para coger el cuenco de koabi que él le tendía—Es cierto que se pone dura. Pero no hace daño, Shui.
--¿Cómo que no?—la chica bebió un pequeño sorbo y tragó—tiene que partir a la mujer por la mitad, ¡eso tiene que doler!
Iku se echó a reír de nuevo, meneó la cabeza y dio un trago a su cuenco.
--No, Shui—respondió, jugueteando con los dedos en las vetas de la madera—no hace daño, te lo aseguro. Los Carapintada son expertos en dar placer, eso es lo contrario al dolor.
--No—Shui sacudió la cabeza, rechazando esta última idea—no me lo creo. Una cosa tan enorme… dentro de un agujero tan pequeño…
Su primo mostró una amplia sonrisa.
--Me encantaría demostrártelo—dijo para sorpresa de Shui—y si pudiera lo haría. A raíz de mi cambio he aprendido muchas cosas, aunque no sea un Carapintada, Shui.
--¿Has aprendido cosas?—inquirió ella--¿A qué te refieres? ¿Qué tipo de cosas?
Iku respiró hondo y estiró la mano para acariciarle la mejilla. Quería mucho a su prima, y no podía negar que ésta se había convertido en una joven muy deseable, pero le pillaba de sorpresa ese súbito temor. Normalmente, a la edad de Shui las chicas se hallaban ilusionadas y expectantes ante su inminente iniciación.
--Cosas sobre… lo que le gusta a una mujer—respondió.
--¿Lo que le gusta?
Iku asintió.
--Sí—afirmó—lo que le da placer a una mujer. No todo es meter algo en un agujero, Shui.
La aludida parpadeó y frunció el ceño.
--¿Ah, no?—inquirió.
--¡No!—exclamó su primo con una carcajada—hay más cosas, muchas más.
--¿Como cuáles?
Su primo la miró fijamente durante unos instantes.
--Shu… ¿Nunca has hablado de esto con una mujer?
Shui correspondió a la mirada de aquellos ojos claros que amenazaban con leerle el pensamiento.
--No.
--¿Ni siquiera con Thaba?
La chica bufó.
--¡Con Thaba jamás hablaría de esto, precisamente!
--¿Por qué?—preguntó Iku—es mujer. Ella podría ayudarte a entenderlo.
--¿Ayudarme a entender qué?
El chico volvió a acariciar con ternura el rostro tenso de Shui.
--Shui, no tengas miedo—le dijo—Confía en mí. Hay muchas cosas que un hombre puede hacer con una mujer para darle placer. Te aseguro que en tu iniciación no vas a sufrir dolor, sea quien sea el Carapintada que elijas.
--Oh, Iku…
Shui le abrazó con un movimiento brusco y a punto estuvo de derramar el koabi de su cuenco. Unas gotas de líquido cayeron sobre el estómago desnudo de Iku y salpicaron el chaleco de cuero que éste llevaba como única prenda superior. Shui se apresuró a secarlas con los dedos, y de pronto sintió la piel de él ardiendo cuando le tocó.
Asustada, con el corazón desbocado en el pecho, retiró las manos y retrocedió. Contempló a su primo durante unos momentos y se dijo que el koabi estaba comenzando a adueñarse de su desordenada cabeza. Comenzaba a ver ligeramente borroso, como si a ratos sus ojos se desenfocaran—aunque no le importaba en absoluto —, y la sensación de flotar se había intensificado, al igual que el agradable cosquilleo interior. Se encontraba cómoda y caliente, y sin embargo agitada.
--Iku…--le llamó en un súbito acceso de valentía--¿Qué cosas son esas?
--¿Qué?
Él se giró hacia ella y se acercó aún más para poder oírla. La música había empezado y las voces habían subido de tono, convirtiéndose en alegres cánticos que daban la sensación de perseguirse unos a otros sin alcanzarse nunca.
--¿Qué cosas son esas… que un hombre puede hacer con una mujer, aparte de... romperla?
--Ah…--el chico bebió un largo trago--¿En serio quieres hablar de eso? ¿No prefieres descubrirlo por ti misma?
--Bueno…--ella se encogió de hombros—cuéntame, ¿qué puedo descubrir? ¿Qué cosas, Iku?
El chico reflexionó unos instantes, como poniendo en orden las ideas dentro de su cabeza.
--Besos, por ejemplo.
--¿Besos?—replicó ella sin estar segura de creerle.
--Sí. Pero no como los besos que damos normalmente por afecto. Son otro tipo de besos.
--¿Cómo son?
--En la boca—respondió Iku, acercándose más para hablarle a Shui en voz baja—muy húmedos, jugando con la lengua.
Shui contrajo el rostro.
--¿Jugando con la lengua?
Su primo sonrió y asintió.
--Sí. Los labios se juntan, abres la boca y tratas de lamer la lengua del otro—explicó— es muy placentero—añadió ante la cara estupefacta de Shui—es… como comerse algo jugoso, dulce.
--¿Tú lo has hecho?—preguntó ella, reaccionando de súbito.
Iku sonrió aún más ampliamente y esquivó los ojos de su prima por un momento.
--Sí. No pasa nada por hacerlo. Es como… un juego—concluyó—no pasa nada por jugar, ¿no?
--No…--murmuró Shui.
Desde luego que no pasaba nada por jugar, aunque fuera entre las pieles de dormir-¡oh, no!, ¿por qué había pensado en eso?-, pero todo aquello era nuevo para ella.
¿Besos entre un hombre y una mujer, con la boca abierta? ¿Con la lengua? Había visto aparearse animales, pero jamás nada como eso. Comprendió que saber aquello sería su perdición. Una vez Iku le había contado aquello, ella no podría dejar de pensar en el sabor de sus labios. No quería profundizar más allá, no quería pensar en su lengua… oh, por La Madre. Volvía a temblar.
Bebió otro trago de koabi y dejó que el sonido de los tambores creciera en sus oídos, envolviéndola. Pero quería saber más. Eso tampoco podía evitarlo.
--¿Qué más, Iku?—le preguntó, apretándole súbitamente la mano. Deseaba tocarle. Cuando lo hizo, Shui volvió a sentir aquella corriente de energía que había ascendido por su brazo aquella mañana, solo que ahora tenía la sensación de que era lo más lógico, lo más normal del mundo. Porque Iku era un hombre guapo, con bonitos ojos, con esa boca grande tan habituada a sonreír… con… todas las cosas que tenía un hombre (incluida esa horrible cosa dura, pero qué más daba).
--¿Quieres saber más cosas?
El chico correspondió a su apretón y miró a su prima con complicidad.
--Sí--musitó ésta—por favor.
--Pues… hay besos de muchos tipos, en muchos lugares del cuerpo. Caricias, pero no caricias como las que se suelen dar, sino otras más especiales.
--Oh.
Shui no salía de su asombro.
--Un hombre puede jugar con sus manos, con sus dedos, en el cuerpo de una mujer. ¿Lo entiendes, Shui?.
--Vaya…
Sin poder evitarlo, ella imaginó los dedos de su primo deslizándose entre sus piernas y cerró los muslos de golpe. De nuevo su bajo vientre se contrajo y una oleada de humedad empapó sus finas ropas.
--¿Y tú has jugado, Iku…?
--Sí--murmuró éste en su oído.
Oh.
Shui bebió otro largo trago de koabi y se apretó contra el cuerpo de Ihu. Sintió a través de su ropa el calor de la piel de él, y la rotunda presión con la que respondió a su gesto.
--¿No sientes a veces que el lugar entre tus piernas arde?—preguntó Iku de pronto, rodeándola con un brazo para atraerla más hacia sí. Shui se dio cuenta de que él jadeaba de pronto quedamente como si le faltara el aire.
--¿Cómo lo sabes?—musitó, a punto de echarse a reír de los mismos nervios. ¿Tanto se le notaba aquello que le había sucedido hoy, por mucho que se esforzara en ocultarlo?
Iku la abrazó y le dio un suave beso en la mejilla.
--Eso es precisamente lo que calma un hombre, Shui—le dijo—ese ardor.
--Oh, Ihku…
--¿Qué te pasa?—inquirió éste suavemente. Su prima se había dejado caer sobre él, apoyando la cabeza en su esternón, entre las tiras de cuero que mantenían ajustado su chaleco. Iku le quitó de las manos el cuenco de koabi casi vacío y lo dejó en el suelo.
--Nada…--murmuró ella, aspirando contra su piel—me gusta estar aquí… contigo.
--A mí también.
Acarició torpemente la cabeza de ella, que cedió ante la suave presión y descendió unos centímetros. Iku sintió de pronto la tibieza de los labios de Shui en la piel de su estómago, junto a su ombligo; contrajo los músculos involuntariamente y se movió para ocultar el mástil que tenía entre las piernas, engrosado desde hacía rato, amenazando con erguirse en todo su esplendor.
--Me gusta como hueles…--murmuró Shui—me gustas, Iku.
Era extraño. Shui seguía sin poder creer que una mujer fuese abierta sin dolor, pero se daba cuenta de que era posible desear “algo” de un hombre, aunque no sabía qué ni cómo. Sólo sentía crepitar llamas en su vientre, y un torbellino enloquecido de hambre más abajo, como un vacío en forma de embudo que palpitaba y dolía.
--Me gustas--repitió.
--¿Sí?
El chico apartó los abalorios de la espalda de Shui—gruesos collares provistos de pesados colgantes—y comenzó a trazar dibujos con las puntas de los dedos directamente sobre su piel. El traje que la propia Shui había confeccionado para la celebración dejaba su espalda al descubierto, de manera que Iku no tuvo que apartar ropa para acariciarla.
--Sí…
Shui se estremecía bajo los dedos de su primo, con la cabeza sepultada en su abdomen. Abrió un poco la boca y respiró hondo, para empaparse aún más del olor de la piel de él, y se retorció en silencio tratando de aliviar las palpitaciones de su sexo.
--¿Te sientes bien?—preguntó Iku, descendiendo con los dedos hacia la parte baja de su espalda.
--Sí…--suspiró ésta, arqueándose sobre él. Tenía la vaga sensación de estar perdiendo el control de su cuerpo—No sé lo que me pasa, Iku…
--Oh, Shui…
--No me atrevo a desear...
Aquella frase le había salido sin más; había brotado directamente de su interior, sin pasar por su cerebro. Maldito koabi.
--¿Y qué deseas?—inquirió Iku, ascendiendo con las manos para peinarla con los dedos. Shui sintió un leve temblor acompañando aquellas caricias. Los dedos de su primo parecían haberse tensado, apresando los mechones de cabello y estirando a su paso las raíces en su cuero cabelludo. Un gemido se le escapó de entre los labios cuando los abrió para responderle.
--No lo sé…--murmuró, restregando la nariz contra él—creo que... todo…
Iku se movió y gimió entre dientes.
--¿Todo?
La chica asintió, sin despegarse de él.
--Besos. Caricias.
Él cerró los dedos en su pelo y soltó un bufido.
--Shui…
--Quiero jugar, Iku.
Sin poder evitarlo, ella imaginó los dedos de su primo deslizándose entre sus piernas y cerró los muslos de golpe. De nuevo su bajo vientre se contrajo y una oleada de humedad empapó sus finas ropas.
--¿Y tú has jugado, Iku…?
--Sí--murmuró éste en su oído.
Oh.
Shui bebió otro largo trago de koabi y se apretó contra el cuerpo de Ihu. Sintió a través de su ropa el calor de la piel de él, y la rotunda presión con la que respondió a su gesto.
--¿No sientes a veces que el lugar entre tus piernas arde?—preguntó Iku de pronto, rodeándola con un brazo para atraerla más hacia sí. Shui se dio cuenta de que él jadeaba de pronto quedamente como si le faltara el aire.
--¿Cómo lo sabes?—musitó, a punto de echarse a reír de los mismos nervios. ¿Tanto se le notaba aquello que le había sucedido hoy, por mucho que se esforzara en ocultarlo?
Iku la abrazó y le dio un suave beso en la mejilla.
--Eso es precisamente lo que calma un hombre, Shui—le dijo—ese ardor.
--Oh, Ihku…
--¿Qué te pasa?—inquirió éste suavemente. Su prima se había dejado caer sobre él, apoyando la cabeza en su esternón, entre las tiras de cuero que mantenían ajustado su chaleco. Iku le quitó de las manos el cuenco de koabi casi vacío y lo dejó en el suelo.
--Nada…--murmuró ella, aspirando contra su piel—me gusta estar aquí… contigo.
--A mí también.
Acarició torpemente la cabeza de ella, que cedió ante la suave presión y descendió unos centímetros. Iku sintió de pronto la tibieza de los labios de Shui en la piel de su estómago, junto a su ombligo; contrajo los músculos involuntariamente y se movió para ocultar el mástil que tenía entre las piernas, engrosado desde hacía rato, amenazando con erguirse en todo su esplendor.
--Me gusta como hueles…--murmuró Shui—me gustas, Iku.
Era extraño. Shui seguía sin poder creer que una mujer fuese abierta sin dolor, pero se daba cuenta de que era posible desear “algo” de un hombre, aunque no sabía qué ni cómo. Sólo sentía crepitar llamas en su vientre, y un torbellino enloquecido de hambre más abajo, como un vacío en forma de embudo que palpitaba y dolía.
--Me gustas--repitió.
--¿Sí?
El chico apartó los abalorios de la espalda de Shui—gruesos collares provistos de pesados colgantes—y comenzó a trazar dibujos con las puntas de los dedos directamente sobre su piel. El traje que la propia Shui había confeccionado para la celebración dejaba su espalda al descubierto, de manera que Iku no tuvo que apartar ropa para acariciarla.
--Sí…
Shui se estremecía bajo los dedos de su primo, con la cabeza sepultada en su abdomen. Abrió un poco la boca y respiró hondo, para empaparse aún más del olor de la piel de él, y se retorció en silencio tratando de aliviar las palpitaciones de su sexo.
--¿Te sientes bien?—preguntó Iku, descendiendo con los dedos hacia la parte baja de su espalda.
--Sí…--suspiró ésta, arqueándose sobre él. Tenía la vaga sensación de estar perdiendo el control de su cuerpo—No sé lo que me pasa, Iku…
--Oh, Shui…
--No me atrevo a desear...
Aquella frase le había salido sin más; había brotado directamente de su interior, sin pasar por su cerebro. Maldito koabi.
--¿Y qué deseas?—inquirió Iku, ascendiendo con las manos para peinarla con los dedos. Shui sintió un leve temblor acompañando aquellas caricias. Los dedos de su primo parecían haberse tensado, apresando los mechones de cabello y estirando a su paso las raíces en su cuero cabelludo. Un gemido se le escapó de entre los labios cuando los abrió para responderle.
--No lo sé…--murmuró, restregando la nariz contra él—creo que... todo…
Iku se movió y gimió entre dientes.
--¿Todo?
La chica asintió, sin despegarse de él.
--Besos. Caricias.
Él cerró los dedos en su pelo y soltó un bufido.
--Shui…
--Quiero jugar, Iku.
Iku soltó a Shui. Retrocedió contra la pared, boqueó y la miró con los ojos muy abiertos, brillantes. A pesar de la proximidad de su prima, del koabi y del rumbo que había tomado la conversación en los últimos instantes, no había esperado ni por asomo oír aquella petición, formulada casi como un ruego desde los labios de ella.
--¿Lo dices en serio, Shui?
Ella asintió. Había bebido dos cuencos de koabi seguidos, pero eso no había sido suficiente, al parecer, para evitar el acceso de vergüenza que le sobrevino al pedirle aquello a Iku. Ni ella misma sabía por qué lo había hecho; sólo sentía que su cuerpo temblaba, de pronto extrañamente vacío, confirmando ese deseo que había explotado en ella casi como una necesidad, arañándola por dentro igual que una garra.
Sentía también lo mucho que había echado de menos a Iku. Realmente le había extrañado, y se daba cuenta de que tras los festejos de primavera no volvería a verle hasta la siguiente reunión. Oh, Iku, ¿por qué tuviste que marcharte?
--Pero… ¿Jugar... ahora?—inquirió él--¿Aquí?
Shui apretó los labios y guardó silencio. Realmente, la Fiesta de la Primavera no era el mejor momento para experimentar algo así, pero se moría por descubrir, por saber qué sería aquello que hacían un hombre y una mujer en la intimidad, por entender por qué les gustaba tanto. Se sentía valiente por primera vez para afrontarlo, también, y no sabía cuánto tiempo más podría durarle esa sensación. Y, por encima de todo esto, le apetecía estar con Iku. Cerca, muy cerca de él, todo lo cerca que pudiera.
--Aquí nos verán, Shui.
Ella pensó lo más rápido que fue capaz y, a la velocidad del rayo, se atrevió a tomar una decisión. Estaba viva, por La Madre; tenía que vivir, por una vez su cuerpo se lo estaba pidiendo a gritos. Tal vez había enloquecido, pero de pronto moría por sentir los labios de Iku en los suyos tal como él le había contado, y la piel tensa y atezada de su estómago contra la suya, a pesar del puñal de piedra que él tendría más abajo.
--Conozco un sitio donde nadie podrá vernos--dijo, y antes de que Iku pudiera replicar, le agarró del brazo y le arrastró hacia la zona más oscura del asentamiento, lejos de las grandes hogueras.
--Pero, Shui…
--¡Agáchate!—le increpó ésta en voz baja—no quiero que nadie pueda seguirnos.
Todo el mundo parecía disfrutar de los festejos, cantando y bailando al ritmo de los tambores que cada vez se tornaba más febril, ajeno a lo que ellos planeaban a escasa distancia.
El olor de la madera ardiendo se mezclaba con el de la carne especiada: los manjares eran atacados, por fin, con hambre atrasada tras el largo discurso, y cuernos llenos a rebosar de koabi pasaban de mano en mano. Incluso los jefes de clanes habían comenzado a apilar el polvo de Fuego Blanco junto a la caverna principal, lo que indicaba que tarde o temprano comenzarían a arrojarlo a las hogueras. Era un buen momento para desaparecer, sin duda, pero aun así Shui no quería levantar sospechas. Porque a cualquiera que pudiera verles, aunque fuera de refilón, le parecería extraño que Iku y ella se alejasen en ese preciso momento, abandonando el área de los festejos cuando éstos estaban casi en su punto culminante.
----0----
--¿Crees que nos echaran de menos?—musitó Iku, sin atreverse a hablar en voz alta, cuando siguió a su prima al interior de la pequeña caverna.
--Tarde o temprano, seguro que sí--murmuró ésta—pero no creo que nos busquen aquí.
--¿Dónde estamos?—preguntó el chico. Sus ojos aún no se habían acostumbrado a la oscuridad y no podía ver nada, salvo la silueta irregular de las paredes de piedra en la oquedad de la entrada, recortándose contra el cielo estrellado.
--En el hogar de Thaba—respondió Shui.
Iku reprimió una exclamación de asombro.
--Vaya. ¿Aquí es donde vives?
Ella asintió, aunque él no pudo verla, y le tomó de la mano para conducirle hacia un rincón de la caverna más oscuro aún, lejos de la entrada.
--Pero… ¿no será arriesgado estar aquí?
--Si permanecemos a oscuras, sin encender el fuego, no--repuso ella-- Espérame aquí.
Por fortuna, la temperatura era agradable en la noche primaveral. Al abrigo de las paredes de roca, ya sin la brisa nocturna en la piel, no sería necesario el fuego de una hoguera. Shui soltó a Iku y se alejó de él por un momento, orientándose a la perfección entre las tinieblas de la cueva que conocía como la palma de su mano. Regresó a los pocos segundos, arrastrando algo pesado.
--Ven, siéntate--le dijo a su primo, extendiendo en el suelo un montón de pieles de dormir, que era lo que había traído.
Iku se aproximó tanteando en la oscuridad, siguiendo el sonido de su voz. Se agachó y se acomodó sobre las pieles junto a Shui, muy cerca pero sin atreverse a tocarla. Ambos quedaron un instante en silencio, escuchando cada uno la respiración del otro y rehuyendo mirarse.
--¿Te arrepientes de haber venido aquí conmigo, Iku?—siseó Shui por fin, palpando las sombras, buscándole.
La mano de Iku chocó contra la suya y el chico entrelazó los dedos con los de ella, presionando en el agarre suavemente.
--Claro que no--murmuró.
--¿Seguro?
--Claro--insistió Iku--¿Qué quieres hacer?
Shui se tensó contra las paredes de piedra, arrugando con las piernas las pieles de dormir.
--No lo sé, lo que tú quieras…--respondió en un susurro, sin soltarle la mano.
El chico tomó aire y acercó el rostro al cuello de Shui. Sus ojos ya veían una amplia gama de grises y distinguían la silueta de su prima, a tan solo pulgadas de él.
--¿Un beso, tal vez?—le preguntó al oído.
Shui sintió un violento escalofrío recorriendo su columna vertebral. El corazón le dio un salto hasta la garganta y se mantuvo allí, aleteando furioso a punto de salírsele por la boca.
--Un beso…--consiguió decir—sí.
Él se acercó más en lo que parecieron instantes eternos, hasta tocar con los labios la mejilla de ella. Shui cerró los ojos al notar el leve contacto, seco como una caricia, delicado y dulce. Su primo se mantuvo unos segundos así, presionando la piel de su mejilla con la boca. Shui sólo pudo sentir un guiño de humedad y su aliento cálido cuando él frunció los labios para besarla.
Acto seguido, Iku se separó de ella y sonrió. Shui tembló y sonrió a su vez, azorada.
--Pensé que ibas a dármelo en la boca--musitó, evitando mirarle.
Los dientes de Iku resplandecieron por un momento en la oscuridad cuando éste sonrió.
--¿Lo querías en la boca?
Se inclinó para besarla de nuevo, esta vez en la comisura de los labios. Shui se estremeció cuando él la estrechó entre sus brazos sin previo aviso.
--Sí.
--Está bien.
El lacustre se acomodó sobre las pieles, arrodillándose frente a Shui. La soltó y se apartó ligeramente para levantarle la barbilla con suavidad. Se acercó más y torció levemente la cabeza, a fin de acceder sin obstáculos a la plenitud de sus labios.
--¿Con lengua?—jadeó a milímetros de la boca de ella. Su corazón era un tambor de guerra enloquecido en su pecho.
Shui gimió. La acelerada respiración de su primo le había golpeado en la cara, en la nariz, en los labios. Aire caliente y húmedo, cargado, con olor a koabi y a Iku, a sueños que jamás hubiera podido imaginar.
--Sí.
Iku se precipitó a su boca entonces sin poderse contener. Tras un primer contacto prudente, lamió los labios de Shui con timidez, como pidiendo permiso, apenas rozándolos con la punta de la lengua. Ella jadeó al notar el húmedo tanteo y abrió la boca, respondiéndole. La lengua de él se movió entre sus labios despacio, abriéndose paso poco a poco hacia dentro.
Se besaron sin prisa, con calma, explorándose el uno al otro a ritmo creciente a base de lengüetazos cada vez más profundos. El abrazo que les mantenía unidos se hizo más fuerte, hasta el punto que apenas corría un soplo de aire entre sus cuerpos inflamados de excitación.
Shui separó las piernas por instinto, sintiendo que con cada lengüetazo de su primo en la boca volvía a humedecerse entre las piernas. Se preguntó cómo era posible que la lengua de Iku, y el sabor y la textura de sus besos, le arrancara esos estremecimientos ahí abajo, en su sexo, si no la estaba tocando allí. Oh, ¿realmente podría tocarla ahí? Gimió en los labios de él cuando la imagen de esa posibilidad cruzó su mente como un relámpago. No podía hacerse a la idea de lo que sería sentir esa caricia húmeda ahí abajo...
--¿Te gusta?—murmuró él, apenas separándose de ella tras el largo beso.
--S-sí.
--¿Quieres más?
Ella tomó aire y le lamió los labios por puro instinto. Oh, por favor, sí.
--Sí--imploró, como si fuera una niña a quien le hubieran arrebatado una golosina—si tú quieres.
Él suspiró y volvió a abrazarla con fuerza.
--Claro.
La besó de nuevo, esta vez ahondando en ella desde el principio, sin cuidados previos. Shui abrió la boca de una manera que a ella misma se le antojó animal. No podía esconder sus ganas de recibirle ni su deseo de desbaratarse ahí mismo, saboreándole de nuevo.
--¿Lo dices en serio, Shui?
Ella asintió. Había bebido dos cuencos de koabi seguidos, pero eso no había sido suficiente, al parecer, para evitar el acceso de vergüenza que le sobrevino al pedirle aquello a Iku. Ni ella misma sabía por qué lo había hecho; sólo sentía que su cuerpo temblaba, de pronto extrañamente vacío, confirmando ese deseo que había explotado en ella casi como una necesidad, arañándola por dentro igual que una garra.
Sentía también lo mucho que había echado de menos a Iku. Realmente le había extrañado, y se daba cuenta de que tras los festejos de primavera no volvería a verle hasta la siguiente reunión. Oh, Iku, ¿por qué tuviste que marcharte?
--Pero… ¿Jugar... ahora?—inquirió él--¿Aquí?
Shui apretó los labios y guardó silencio. Realmente, la Fiesta de la Primavera no era el mejor momento para experimentar algo así, pero se moría por descubrir, por saber qué sería aquello que hacían un hombre y una mujer en la intimidad, por entender por qué les gustaba tanto. Se sentía valiente por primera vez para afrontarlo, también, y no sabía cuánto tiempo más podría durarle esa sensación. Y, por encima de todo esto, le apetecía estar con Iku. Cerca, muy cerca de él, todo lo cerca que pudiera.
--Aquí nos verán, Shui.
Ella pensó lo más rápido que fue capaz y, a la velocidad del rayo, se atrevió a tomar una decisión. Estaba viva, por La Madre; tenía que vivir, por una vez su cuerpo se lo estaba pidiendo a gritos. Tal vez había enloquecido, pero de pronto moría por sentir los labios de Iku en los suyos tal como él le había contado, y la piel tensa y atezada de su estómago contra la suya, a pesar del puñal de piedra que él tendría más abajo.
--Conozco un sitio donde nadie podrá vernos--dijo, y antes de que Iku pudiera replicar, le agarró del brazo y le arrastró hacia la zona más oscura del asentamiento, lejos de las grandes hogueras.
--Pero, Shui…
--¡Agáchate!—le increpó ésta en voz baja—no quiero que nadie pueda seguirnos.
Todo el mundo parecía disfrutar de los festejos, cantando y bailando al ritmo de los tambores que cada vez se tornaba más febril, ajeno a lo que ellos planeaban a escasa distancia.
El olor de la madera ardiendo se mezclaba con el de la carne especiada: los manjares eran atacados, por fin, con hambre atrasada tras el largo discurso, y cuernos llenos a rebosar de koabi pasaban de mano en mano. Incluso los jefes de clanes habían comenzado a apilar el polvo de Fuego Blanco junto a la caverna principal, lo que indicaba que tarde o temprano comenzarían a arrojarlo a las hogueras. Era un buen momento para desaparecer, sin duda, pero aun así Shui no quería levantar sospechas. Porque a cualquiera que pudiera verles, aunque fuera de refilón, le parecería extraño que Iku y ella se alejasen en ese preciso momento, abandonando el área de los festejos cuando éstos estaban casi en su punto culminante.
----0----
--¿Crees que nos echaran de menos?—musitó Iku, sin atreverse a hablar en voz alta, cuando siguió a su prima al interior de la pequeña caverna.
--Tarde o temprano, seguro que sí--murmuró ésta—pero no creo que nos busquen aquí.
--¿Dónde estamos?—preguntó el chico. Sus ojos aún no se habían acostumbrado a la oscuridad y no podía ver nada, salvo la silueta irregular de las paredes de piedra en la oquedad de la entrada, recortándose contra el cielo estrellado.
--En el hogar de Thaba—respondió Shui.
Iku reprimió una exclamación de asombro.
--Vaya. ¿Aquí es donde vives?
Ella asintió, aunque él no pudo verla, y le tomó de la mano para conducirle hacia un rincón de la caverna más oscuro aún, lejos de la entrada.
--Pero… ¿no será arriesgado estar aquí?
--Si permanecemos a oscuras, sin encender el fuego, no--repuso ella-- Espérame aquí.
Por fortuna, la temperatura era agradable en la noche primaveral. Al abrigo de las paredes de roca, ya sin la brisa nocturna en la piel, no sería necesario el fuego de una hoguera. Shui soltó a Iku y se alejó de él por un momento, orientándose a la perfección entre las tinieblas de la cueva que conocía como la palma de su mano. Regresó a los pocos segundos, arrastrando algo pesado.
--Ven, siéntate--le dijo a su primo, extendiendo en el suelo un montón de pieles de dormir, que era lo que había traído.
Iku se aproximó tanteando en la oscuridad, siguiendo el sonido de su voz. Se agachó y se acomodó sobre las pieles junto a Shui, muy cerca pero sin atreverse a tocarla. Ambos quedaron un instante en silencio, escuchando cada uno la respiración del otro y rehuyendo mirarse.
--¿Te arrepientes de haber venido aquí conmigo, Iku?—siseó Shui por fin, palpando las sombras, buscándole.
La mano de Iku chocó contra la suya y el chico entrelazó los dedos con los de ella, presionando en el agarre suavemente.
--Claro que no--murmuró.
--¿Seguro?
--Claro--insistió Iku--¿Qué quieres hacer?
Shui se tensó contra las paredes de piedra, arrugando con las piernas las pieles de dormir.
--No lo sé, lo que tú quieras…--respondió en un susurro, sin soltarle la mano.
El chico tomó aire y acercó el rostro al cuello de Shui. Sus ojos ya veían una amplia gama de grises y distinguían la silueta de su prima, a tan solo pulgadas de él.
--¿Un beso, tal vez?—le preguntó al oído.
Shui sintió un violento escalofrío recorriendo su columna vertebral. El corazón le dio un salto hasta la garganta y se mantuvo allí, aleteando furioso a punto de salírsele por la boca.
--Un beso…--consiguió decir—sí.
Él se acercó más en lo que parecieron instantes eternos, hasta tocar con los labios la mejilla de ella. Shui cerró los ojos al notar el leve contacto, seco como una caricia, delicado y dulce. Su primo se mantuvo unos segundos así, presionando la piel de su mejilla con la boca. Shui sólo pudo sentir un guiño de humedad y su aliento cálido cuando él frunció los labios para besarla.
Acto seguido, Iku se separó de ella y sonrió. Shui tembló y sonrió a su vez, azorada.
--Pensé que ibas a dármelo en la boca--musitó, evitando mirarle.
Los dientes de Iku resplandecieron por un momento en la oscuridad cuando éste sonrió.
--¿Lo querías en la boca?
Se inclinó para besarla de nuevo, esta vez en la comisura de los labios. Shui se estremeció cuando él la estrechó entre sus brazos sin previo aviso.
--Sí.
--Está bien.
El lacustre se acomodó sobre las pieles, arrodillándose frente a Shui. La soltó y se apartó ligeramente para levantarle la barbilla con suavidad. Se acercó más y torció levemente la cabeza, a fin de acceder sin obstáculos a la plenitud de sus labios.
--¿Con lengua?—jadeó a milímetros de la boca de ella. Su corazón era un tambor de guerra enloquecido en su pecho.
Shui gimió. La acelerada respiración de su primo le había golpeado en la cara, en la nariz, en los labios. Aire caliente y húmedo, cargado, con olor a koabi y a Iku, a sueños que jamás hubiera podido imaginar.
--Sí.
Iku se precipitó a su boca entonces sin poderse contener. Tras un primer contacto prudente, lamió los labios de Shui con timidez, como pidiendo permiso, apenas rozándolos con la punta de la lengua. Ella jadeó al notar el húmedo tanteo y abrió la boca, respondiéndole. La lengua de él se movió entre sus labios despacio, abriéndose paso poco a poco hacia dentro.
Se besaron sin prisa, con calma, explorándose el uno al otro a ritmo creciente a base de lengüetazos cada vez más profundos. El abrazo que les mantenía unidos se hizo más fuerte, hasta el punto que apenas corría un soplo de aire entre sus cuerpos inflamados de excitación.
Shui separó las piernas por instinto, sintiendo que con cada lengüetazo de su primo en la boca volvía a humedecerse entre las piernas. Se preguntó cómo era posible que la lengua de Iku, y el sabor y la textura de sus besos, le arrancara esos estremecimientos ahí abajo, en su sexo, si no la estaba tocando allí. Oh, ¿realmente podría tocarla ahí? Gimió en los labios de él cuando la imagen de esa posibilidad cruzó su mente como un relámpago. No podía hacerse a la idea de lo que sería sentir esa caricia húmeda ahí abajo...
--¿Te gusta?—murmuró él, apenas separándose de ella tras el largo beso.
--S-sí.
--¿Quieres más?
Ella tomó aire y le lamió los labios por puro instinto. Oh, por favor, sí.
--Sí--imploró, como si fuera una niña a quien le hubieran arrebatado una golosina—si tú quieres.
Él suspiró y volvió a abrazarla con fuerza.
--Claro.
La besó de nuevo, esta vez ahondando en ella desde el principio, sin cuidados previos. Shui abrió la boca de una manera que a ella misma se le antojó animal. No podía esconder sus ganas de recibirle ni su deseo de desbaratarse ahí mismo, saboreándole de nuevo.
Jadeó en la boca de él mientras aquella lengua de fuego la llenaba trazando giros vertiginosos. Las acometidas calientes parecían querer erosionarla por dentro. ¿Cómo podía existir algo tan simple y tan placentero? ¿Cómo era posible que Shui no lo hubiera descubierto todavía? Echó la cabeza hacia atrás y la ladeó para sentirle plenamente, más adentro. Cerró los ojos y sin querer clavó los dientes en los labios de Iku.
--Me has mordido—masculló éste, apartándose y aprovechando para tomar aire.
--¡Oh, Iku, lo siento!
--Tranquila.
Iku sonreía ante el desconcierto de ella. Para él estaba claro que Shui lo había hecho sin querer. No parecía molesto por el mordisco, al contrario; una mueca desvergonzada le cruzaba el rostro ahora, y había un brillo especial en sus ojos que bailaba divertido.
--¿Puedo morder yo también?—inquirió, acercando los labios al cuello de Shui. Aspiró el olor de su piel, justo detrás de la oreja de ella: olor a incertidumbre, a agitación, pero sobre todo a hembra.
--Oh, sí—musitó la chica—pero no me hagas daño.
Iku sonrió y la besó suavemente en el cuello, abriendo los labios para rozarla con los dientes.
--No…
El chico basculó hacia delante y empujó a Shui hacia atrás con su propio peso, teniendo cuidado de no derribarla.
--Échate--le dijo—estás muy tensa.
Ella se dejó caer sobre las pieles de dormir respirando con ansiedad. Le parecía que había dejado de controlar su cuerpo y que flotaba, no sabía si por los efluvios del koabi o por sentir la piel de Iku tan cerca, ardiendo, llamando a la suya con un grito silencioso. Desistiendo en la lucha contra sí misma—había oído que una mujer tenía que ocultar en primera instancia su deseo, “hacerse valer” al lado de un hombre—, abrió las piernas y se permitió sacudir las caderas un par de veces hacia arriba y hacia abajo contra la pierna de Iku.
Le parecía que de pronto le necesitaba físicamente hasta el punto de que cada vez que se separaba de su contacto, aunque fuera por escasos centímetros, su cuerpo protestaba y dolía de un modo del todo desconocido por ella hasta el momento. Su sexo palpitaba en urgencia silenciosa, clamando por ser atendido, por ser tocado por las manos de otro ser humano por primera vez. Shui se ahogaba en esta sensación nunca antes experimentada donde no cabían las palabras, incapaz de hacer otra cosa que no fuera retorcerse y gemir anhelante el nombre de su primo.
--¿Estás bien, Shui?—susurró este contra la curva de su cuello, en la oscuridad.
--Creo que n-no...
--¿Quieres más?—aventuró en un jadeo.
--Sí…
Iku se giró de costado hasta quedar frente a frente con Shui y la atrajo hacia sí.
--Así tumbados podemos besarnos y tocarnos como queramos--musitó, antes de volver a meterle la lengua en la boca.
Ella gimió largamente, rodeándole con los brazos para sentir la plenitud de su cuerpo. Vaciló al notar algo grueso que se apretaba contra su ingle, a la altura de las caderas de Iku, enhiesto y duro como el pedernal. Se echó rápidamente hacia atrás y separó su pelvis de la del chico, desorientada. Le seguía dando miedo aquella cosa que cortaba y partía por la mitad, pero al mismo tiempo su cuerpo se había estremecido de placer al sentirla a pesar de la ropa, ¿qué le estaba pasando?
--¿Qué pasa?-inquirió Ihku, al notar la súbita tensión de ella.
Shui vaciló. No quería disgustar a su primo y sabía que a todos los hombres les ocurría eso, pues le habían contado que la voluntad poco mediaba en la transformación del miembro de un hombre. Pero aunque fuera Iku, aunque esa cosa le perteneciera a él—a su primo al que adoraba, a su amigo—Shui seguía teniéndole un miedo cerval.
--Se te ha puesto muy duro… eso—comentó.
Vio cómo su primo apretaba los dientes y se movía contra las pieles de dormir, restregando contra ellas por un instante el insolente bulto que emergía de entre sus piernas.
--Sí--jadeó—lo siento. No puedo evitarlo.
Shui se mordió los labios. Por la Madre, ¿por qué volvía a palpitar su sexo al ver el rostro de Iku, en el que se reflejaba que la excitación le estaba ganando la partida? Sin besarse, sin tocarse, sólo con estar cerca temblaba de deseo por él. Deseaba cada parte de él, cada centímetro de piel, sin excluir nada… (absolutamente nada).
--No me hagas daño con eso, por favor--murmuró antes de volver a abrazarle, intentando que sus caderas no coincidieran.
Iku respondió al abrazo y sofocó una carcajada.
--Tranquila.
--Te lo pido por favor, Iku.
--Nunca te haría daño, Shui—musitó él, inclinándose de nuevo sobre ella para besarla en la mejilla, en la frente, en la sien, en el pelo.
--¿Pero podrás controlarte?
Shui siempre se había imaginado al hombre en general como una bestia en potencia, quizá por lo que había cazado al vuelo en las conversaciones entre las mujeres del Clan. Conversaciones algunas de ellas no muy afortunadas. Hacía tiempo había escuchado sobre hombres “buenos” que se transformaban en las pieles de dormir, abusando y esgrimiendo su miembro, usándolo para romper cuando estaban con una mujer. Aún esperaba el momento en el que Iku comenzara a perder el control.
--¡Claro que podré controlarme!—su primo se echó a reír, como si ella hubiera dicho un disparate.
Shui escondió la cabeza entre las pieles, avergonzada de pronto. ¿Por qué se reía su primo? No había dicho ninguna tontería.
--Ven.
Iku había dejado de reír y la contemplaba fijamente, tumbado de costado muy cerca de ella, apoyado sobre un codo. Shui distinguió el brillo de sus ojos en la oscuridad de la caverna cuando él se acercó todavía más y la atrajo hacia sí, estrechándola de nuevo contra su cuerpo.
--Iku…--murmuró ella, acomodando la frente contra el pecho cálido de él.
--No tengas miedo de mí, Shui.
Ella negó con la cabeza.
--No, Ihku, no tengo miedo de ti.
--¿Entonces?
Shui aspiró una bocanada de aire con fuerza.
--Tu cuerpo…--murmuró—es diferente.
--Sí.
--El mío ahora parece diferente—reflexionó ella en voz baja, atreviéndose a seguir el contorno de la espalda de Iku con los dedos.
--¿Sí?
--Sí…--jadeó—Dime, Iku… ¿por qué me quema?—preguntó, sintiéndose incapaz de aguantar ese aleteo furioso por más tiempo—me quema.
--¿Dónde?—musitó él con voz ronca.
--Aquí, en... entre las piernas.
Iku dejó escapar una mezcla entre suspiro y quejido. Él también deseaba desesperadamente “algo” ahí, en su miembro hinchado: tocarse, frotarse, presionar contra algo. Se giró y golpeó con las caderas sobre las pieles de dormir, ahogando contra ellas el calor y el desasosiego de su mástil duro a reventar.
--Muéstramelo. Muéstrame dónde te quema, Shui.
Ella cogió la mano de su primo y, temblando, la guio hasta el lugar que echaba chispas entre sus piernas, colocándola directamente sobre ese agujero que nunca antes había sentido en la parte más íntima de su cuerpo.
--Oh, Shui--gimió él de inmediato-- está muy mojado...
La palma de la mano de Iku presionó con firmeza sobre el sexo de Shui. Ella gimió de alivio y de deseo, elevando las caderas con brusquedad. Su cuerpo reaccionaba y actuaba por cuenta propia, muy lejos de todo pensamiento razonable.
Los dedos de él se deslizaron bajo un pliegue de la túnica y comenzaron a moverse directamente en su humedad, explorando con cierta timidez, tan sólo rozándola. Shui aulló al sentirlos, asustándose de oír el sonido de su propia voz.
Los dedos de Iku resbalaron entre sus pétalos y encontraron una zona sobre-elevada, inflamada y endurecida. El chico gimió mientras ejercía una suave presión justo ahí. La espalda de Shui se arqueó para sentirle más, sin que ella pudiera dar crédito al placer que la invadía. Madre de la vida y de los hombres, ¿qué hacía su primo para transportarla a ese lugar de oscuros torbellinos? No había sentido algo como eso en toda su vida. Se preguntó si eso era lo que significaba la palabra “placer”.
Buscó la boca de su primo de nuevo en la oscuridad y la encontró al momento. Fue increíble para Shui gozar de esa lengua mientras los dedos de Iku jugaban entre sus piernas. Solo tenía cuerpo para notar su falta. Cada resquicio de piel ardía y dolía, pidiendo imperiosamente más: más boca, más lengua, más dedos, más rápido, más fuerte. Oh, sí. Se abandonó al placer de esas caricias q la estaban llevando al límite.
--¿Quieres tocarme a mí?—resopló iku, ya frotándola con ansia, insinuando la punta de su dedo medio a las puertas de su entrada.
--¡No!—respondió ella inmediatamente, sin dejar de moverse, atrayéndole hacia dentro.
--Como quieras--jadeó el chico.
En cierto sentido, Shui tenía curiosidad por ver lo que su primo tenía bajo la ropa a pesar del miedo. Se preguntaba cómo sería, si sería parecido a la imagen que dominaba en sus miedos y pesadillas. De alguna manera, sentía que de Iku no podía venir nada malo… ni siquiera eso.
--Sólo tócame por encima de la ropa, por favor—le pidió él—sólo pon tu mano aquí.
Shui no opuso resistencia cuando él la tomó de la muñeca y la guio suavemente hasta el bulto en sus pantalones. Oh, por La Madre, se sentía muy caliente, y estaba tan duro…
--Me duele si no me tocas—gimió Iku, moviendo las caderas contra la mano de ella— no tienes que hacer nada, sólo deja tu mano aquí.
Y volvió a acariciar a Shui, moviendo los dedos en su humedad cada vez más rápido, y volvió a besarla.
--Me has mordido—masculló éste, apartándose y aprovechando para tomar aire.
--¡Oh, Iku, lo siento!
--Tranquila.
Iku sonreía ante el desconcierto de ella. Para él estaba claro que Shui lo había hecho sin querer. No parecía molesto por el mordisco, al contrario; una mueca desvergonzada le cruzaba el rostro ahora, y había un brillo especial en sus ojos que bailaba divertido.
--¿Puedo morder yo también?—inquirió, acercando los labios al cuello de Shui. Aspiró el olor de su piel, justo detrás de la oreja de ella: olor a incertidumbre, a agitación, pero sobre todo a hembra.
--Oh, sí—musitó la chica—pero no me hagas daño.
Iku sonrió y la besó suavemente en el cuello, abriendo los labios para rozarla con los dientes.
--No…
El chico basculó hacia delante y empujó a Shui hacia atrás con su propio peso, teniendo cuidado de no derribarla.
--Échate--le dijo—estás muy tensa.
Ella se dejó caer sobre las pieles de dormir respirando con ansiedad. Le parecía que había dejado de controlar su cuerpo y que flotaba, no sabía si por los efluvios del koabi o por sentir la piel de Iku tan cerca, ardiendo, llamando a la suya con un grito silencioso. Desistiendo en la lucha contra sí misma—había oído que una mujer tenía que ocultar en primera instancia su deseo, “hacerse valer” al lado de un hombre—, abrió las piernas y se permitió sacudir las caderas un par de veces hacia arriba y hacia abajo contra la pierna de Iku.
Le parecía que de pronto le necesitaba físicamente hasta el punto de que cada vez que se separaba de su contacto, aunque fuera por escasos centímetros, su cuerpo protestaba y dolía de un modo del todo desconocido por ella hasta el momento. Su sexo palpitaba en urgencia silenciosa, clamando por ser atendido, por ser tocado por las manos de otro ser humano por primera vez. Shui se ahogaba en esta sensación nunca antes experimentada donde no cabían las palabras, incapaz de hacer otra cosa que no fuera retorcerse y gemir anhelante el nombre de su primo.
--¿Estás bien, Shui?—susurró este contra la curva de su cuello, en la oscuridad.
--Creo que n-no...
--¿Quieres más?—aventuró en un jadeo.
--Sí…
Iku se giró de costado hasta quedar frente a frente con Shui y la atrajo hacia sí.
--Así tumbados podemos besarnos y tocarnos como queramos--musitó, antes de volver a meterle la lengua en la boca.
Ella gimió largamente, rodeándole con los brazos para sentir la plenitud de su cuerpo. Vaciló al notar algo grueso que se apretaba contra su ingle, a la altura de las caderas de Iku, enhiesto y duro como el pedernal. Se echó rápidamente hacia atrás y separó su pelvis de la del chico, desorientada. Le seguía dando miedo aquella cosa que cortaba y partía por la mitad, pero al mismo tiempo su cuerpo se había estremecido de placer al sentirla a pesar de la ropa, ¿qué le estaba pasando?
--¿Qué pasa?-inquirió Ihku, al notar la súbita tensión de ella.
Shui vaciló. No quería disgustar a su primo y sabía que a todos los hombres les ocurría eso, pues le habían contado que la voluntad poco mediaba en la transformación del miembro de un hombre. Pero aunque fuera Iku, aunque esa cosa le perteneciera a él—a su primo al que adoraba, a su amigo—Shui seguía teniéndole un miedo cerval.
--Se te ha puesto muy duro… eso—comentó.
Vio cómo su primo apretaba los dientes y se movía contra las pieles de dormir, restregando contra ellas por un instante el insolente bulto que emergía de entre sus piernas.
--Sí--jadeó—lo siento. No puedo evitarlo.
Shui se mordió los labios. Por la Madre, ¿por qué volvía a palpitar su sexo al ver el rostro de Iku, en el que se reflejaba que la excitación le estaba ganando la partida? Sin besarse, sin tocarse, sólo con estar cerca temblaba de deseo por él. Deseaba cada parte de él, cada centímetro de piel, sin excluir nada… (absolutamente nada).
--No me hagas daño con eso, por favor--murmuró antes de volver a abrazarle, intentando que sus caderas no coincidieran.
Iku respondió al abrazo y sofocó una carcajada.
--Tranquila.
--Te lo pido por favor, Iku.
--Nunca te haría daño, Shui—musitó él, inclinándose de nuevo sobre ella para besarla en la mejilla, en la frente, en la sien, en el pelo.
--¿Pero podrás controlarte?
Shui siempre se había imaginado al hombre en general como una bestia en potencia, quizá por lo que había cazado al vuelo en las conversaciones entre las mujeres del Clan. Conversaciones algunas de ellas no muy afortunadas. Hacía tiempo había escuchado sobre hombres “buenos” que se transformaban en las pieles de dormir, abusando y esgrimiendo su miembro, usándolo para romper cuando estaban con una mujer. Aún esperaba el momento en el que Iku comenzara a perder el control.
--¡Claro que podré controlarme!—su primo se echó a reír, como si ella hubiera dicho un disparate.
Shui escondió la cabeza entre las pieles, avergonzada de pronto. ¿Por qué se reía su primo? No había dicho ninguna tontería.
--Ven.
Iku había dejado de reír y la contemplaba fijamente, tumbado de costado muy cerca de ella, apoyado sobre un codo. Shui distinguió el brillo de sus ojos en la oscuridad de la caverna cuando él se acercó todavía más y la atrajo hacia sí, estrechándola de nuevo contra su cuerpo.
--Iku…--murmuró ella, acomodando la frente contra el pecho cálido de él.
--No tengas miedo de mí, Shui.
Ella negó con la cabeza.
--No, Ihku, no tengo miedo de ti.
--¿Entonces?
Shui aspiró una bocanada de aire con fuerza.
--Tu cuerpo…--murmuró—es diferente.
--Sí.
--El mío ahora parece diferente—reflexionó ella en voz baja, atreviéndose a seguir el contorno de la espalda de Iku con los dedos.
--¿Sí?
--Sí…--jadeó—Dime, Iku… ¿por qué me quema?—preguntó, sintiéndose incapaz de aguantar ese aleteo furioso por más tiempo—me quema.
--¿Dónde?—musitó él con voz ronca.
--Aquí, en... entre las piernas.
Iku dejó escapar una mezcla entre suspiro y quejido. Él también deseaba desesperadamente “algo” ahí, en su miembro hinchado: tocarse, frotarse, presionar contra algo. Se giró y golpeó con las caderas sobre las pieles de dormir, ahogando contra ellas el calor y el desasosiego de su mástil duro a reventar.
--Muéstramelo. Muéstrame dónde te quema, Shui.
Ella cogió la mano de su primo y, temblando, la guio hasta el lugar que echaba chispas entre sus piernas, colocándola directamente sobre ese agujero que nunca antes había sentido en la parte más íntima de su cuerpo.
--Oh, Shui--gimió él de inmediato-- está muy mojado...
La palma de la mano de Iku presionó con firmeza sobre el sexo de Shui. Ella gimió de alivio y de deseo, elevando las caderas con brusquedad. Su cuerpo reaccionaba y actuaba por cuenta propia, muy lejos de todo pensamiento razonable.
Los dedos de él se deslizaron bajo un pliegue de la túnica y comenzaron a moverse directamente en su humedad, explorando con cierta timidez, tan sólo rozándola. Shui aulló al sentirlos, asustándose de oír el sonido de su propia voz.
Los dedos de Iku resbalaron entre sus pétalos y encontraron una zona sobre-elevada, inflamada y endurecida. El chico gimió mientras ejercía una suave presión justo ahí. La espalda de Shui se arqueó para sentirle más, sin que ella pudiera dar crédito al placer que la invadía. Madre de la vida y de los hombres, ¿qué hacía su primo para transportarla a ese lugar de oscuros torbellinos? No había sentido algo como eso en toda su vida. Se preguntó si eso era lo que significaba la palabra “placer”.
Buscó la boca de su primo de nuevo en la oscuridad y la encontró al momento. Fue increíble para Shui gozar de esa lengua mientras los dedos de Iku jugaban entre sus piernas. Solo tenía cuerpo para notar su falta. Cada resquicio de piel ardía y dolía, pidiendo imperiosamente más: más boca, más lengua, más dedos, más rápido, más fuerte. Oh, sí. Se abandonó al placer de esas caricias q la estaban llevando al límite.
--¿Quieres tocarme a mí?—resopló iku, ya frotándola con ansia, insinuando la punta de su dedo medio a las puertas de su entrada.
--¡No!—respondió ella inmediatamente, sin dejar de moverse, atrayéndole hacia dentro.
--Como quieras--jadeó el chico.
En cierto sentido, Shui tenía curiosidad por ver lo que su primo tenía bajo la ropa a pesar del miedo. Se preguntaba cómo sería, si sería parecido a la imagen que dominaba en sus miedos y pesadillas. De alguna manera, sentía que de Iku no podía venir nada malo… ni siquiera eso.
--Sólo tócame por encima de la ropa, por favor—le pidió él—sólo pon tu mano aquí.
Shui no opuso resistencia cuando él la tomó de la muñeca y la guio suavemente hasta el bulto en sus pantalones. Oh, por La Madre, se sentía muy caliente, y estaba tan duro…
--Me duele si no me tocas—gimió Iku, moviendo las caderas contra la mano de ella— no tienes que hacer nada, sólo deja tu mano aquí.
Y volvió a acariciar a Shui, moviendo los dedos en su humedad cada vez más rápido, y volvió a besarla.
--Iku…--gimió Shui, al notar de nuevo la caricia de la lengua de él en sus labios, pidiendo paso para socavarla
El aliento caliente de su primo le estallaba en la cara. Él respiraba muy cerca de ella, rápido y fuerte, con la boca abierta, emitiendo de vez en cuando algún gemido ronco. Cuando Shui le había tocado se había revuelto entero; los músculos de su abdomen se habían tensado y había echado hacia atrás la cabeza, cerrando fuerte los ojos.
Shui trató de relajar la mano que tenía colocada entre las piernas de Iku, aunque los dedos le temblaban. No podía creer estar tocando aquello, haberse atrevido por fin a hacerlo. Se encontraba sobrecogida pero, en lugar de apartarse, presionó con súbita valentía aquel pedazo de pedernal que tanto la extasiaba y la aterraba a la vez.
Iku dejó de mover los dedos dentro de ella por un momento y sus caderas se elevaron en respuesta a la presión. Su grueso miembro se endureció aún más contra la mano de su prima como si tuviera vida propia.
--Oh, Shui…
El chico gruñó, con el rostro congestionado, sacudió su pelvis con más fiereza y se mordió los labios.
-¿Te gusta?—preguntó ella en un susurro. Ver a su primo sucumbiendo al placer le provocó una nueva palpitación interna y le hizo volver a mojarse.
--Oh, sí…
Sin dejar de besarle, cada vez más profundamente y con la boca más abierta, empapándose de su saliva y su respiración, Shui continuó explorándole tímidamente con la mano. Delimitó con los dedos el contorno de la protuberancia que reventaba los pantalones de cuero y al hacerlo se le escapó una exclamación. Qué grande parecía aquella cosa, qué gruesa, que dura y rígida al tacto.
--¿Siempre que juegas se te pone así de dura?—preguntó a su primo.
Él volvió a gemir, arqueó la espalda y abrió los ojos febriles y húmedos. En medio de la excitación que nublaba su mente trató de sonreír.
--No--murmuró.
--¿No?
Iku golpeó un par de veces más con las caderas y apretó los dientes. Su prima había empezado a mover la mano, presionando en círculos con la palma directamente sobre su erección. No era más que una insinuación, pero le estaba provocando auténticos terremotos internos.
--No--masculló—se pone así por ti.
Ella rio, nerviosa.
--¡No te creo!—exclamó, dándole un suave empujón con la pierna—seguro que no es la primera vez que lo tienes así.
Él se movió para adaptarse a los movimientos de la mano de ella, que ya eran caricias en toda regla sobre su miembro henchido. Jadeó y dejó escapar una risita.
--Desde que cambié, casi siempre está así cuando me despierto--murmuró, sin dejar de moverse.
--¿Sí?—inquirió ella, asombrada--¿Al despertar, sin más?
--Sí.
--¿Y qué haces?
A Shui le costaba imaginarse cómo sería amanecer con una cosa enorme y dura entre las piernas, que al parecer actuaba de manera independiente al resto del cuerpo.
--Descargarme.
¿Descargarse?
Iku resopló, y Shui le acarició con más velocidad. La chica se daba cuenta del placer que le estaba provocando a su primo con aquellos movimientos, y eso la estaba poniendo fuera de sí. No quiso pensar.
--¿Te quema, Iku?—le preguntó de pronto, inclinándose para hablarle al oído--¿Te quema, como a mí?
El alargó el brazo que le quedaba libre para abrazarla y estrecharla contra sí. No dejó de mover los dedos que mantenía afanados en su sexo mientras lo hacía.
--Sí--respondió, clavándole los dientes en el cuello, pegándose a ella.
--Aaaah...!
--¿Te gusta?
Ella jadeó, sin saber muy bien a qué se refería.
--S-sí!
La respuesta sería la misma en cualquier caso: la lengua de Iku la estaba haciendo gemir y babear al lamerle los besos, por no hablar de ese último mordisco; sus dedos la estaban volviendo loca ahí abajo, y aquel rabo duro--centro del placer de él, sin duda--la tenía fascinada.
--¿Quieres más?—preguntó él.
--Sí. Quiero, por... por favor.
Iku llevó la mano libre al escote de Shui. Retiró los abalorios torpemente y tanteó en busca de las cintas que mantenían sujeta la ropa en su sitio, sin poder evitar tirar del cuero, desbocando el vestido.
--¿Puedo ver tus pechos?—le preguntó con la voz quebrada.
Shui no respondió, pero aflojó ella misma las cintas de suave cuero teñido y dejó al descubierto la parte superior de su cuerpo. Se inclinó hacia Iku, apoyada sobre un codo, y le puso en la cara su pecho izquierdo, redondo y duro como una manzana verde. Gimió cuando los labios de él rozaron el sensible pezón. Acto seguido sintió como él abría la boca y empezaba a devorarla con ansia, lamiendo, sujetando la piel entre sus labios y absorbiendo con fuerza.
--Ahh…—Shui echó hacia atrás la cabeza y sollozó, asimilando aquel brusco y nuevo placer. Se dejó caer hacia atrás bajo el peso de su primo, quien, apoyándose sobre las rodillas, se colocó sobre ella sin llegar a tocarla, sosteniendo con la mano su pecho para volver a metérselo en la boca.
--Me dijiste que podía morder--gruñó, a milímetros de su presa. En realidad ya lo había hecho.
Pellizcó el pezón con cierta malicia y le dio un par de rápidas pasadas con la lengua, encontrándolo cálido y endurecido como canto de río. Shui gritó al sentir el pellizco y la humedad de los lengüetazos; también la voz de Ihku la hacía mojarse en aquel momento, por inexplicable que eso le resultara. Su entrepierna era un pantano crepitante donde los dedos de su primo seguían chapoteando sin tregua, cada vez más rápido.
--Sí…--gimió--sigue tocándome, por favor.
Iku levantó sin más ceremonia la parte inferior de la túnica de Shui, dejando al aire el blanco abdomen y el húmedo sexo de ésta. Shui resopló y movió las caderas: estaba muy excitada, tanto que temía explotar, aunque tan sólo empezaba a comprender ese estado. Deseaba tanto la mano de Iku de nuevo en ella que ni siquiera sentía vergüenza.
--Vuelve a tocarme por favor--rogó en un hilo de voz, con los ojos cerrados.
Iku le retiró la mano de su miembro suavemente.
--Espera--rezongó, tumbándose sobre ella--¿Qué tal así?
Shui sofocó un grito al sentir el contacto de la piel de Iku cuando éste se despojó del chaleco y frotó el estómago contra el suyo. Abrió las piernas todo lo que pudo para sentir aquella roca que tenía su primo entre las piernas, una roca que se incrustaba en ella de forma implacable y rotunda. Oh Madre, quería esa cosa contra ella, quería que la llenara… Quería que la rompiera. Oh, ¿realmente deseaba eso?
--Iku…
Él comenzó a lamerla por todas partes: primero en la cara—la frente, las mejillas, la nariz, los labios—; luego bajó hasta su cuello y volvió a sus pechos, pero no se detuvo en ellos, sino que se arrodilló entre las piernas de ella y se inclinó hacia delante para continuar lamiéndole el estómago y el bajo vientre. A milímetros del vello púbico de Shui se detuvo, jadeó contra su piel y dio una lenta pasada con la lengua en torno a su ombligo.
--Sabes muy bien--suspiró cuando despegó los labios de ella.
Shui apenas podía controlar su cuerpo, que temblaba surcado por corrientes de escalofríos.
--¿Sí?—consiguió articular.
--Sí.
--Y tú… ¿a qué sabes, Iku?
Él rio contra la piel de su estómago.
--No lo sé—respondió, sacando la lengua y levantando la cabeza para mirarla— chúpame.
El sólo hecho de ver la lengua de su primo insinuándose entre sus labios, moviéndose por un momento de forma canalla, como invitándola a probar algo prohibido, bastó para hacer arder a Shui. Le rodeó con los brazos, ávida de su proximidad, y le lamió el cuello. Pasó la lengua por detrás de la oreja de Ihku, aspirando fuerte su olor; siguió por su mandíbula y regresó a su cuello, donde volvió a chupar con ganas al sentir como él se encrespaba y gemía. Se lamieron mutuamente durante un buen rato, como dos cachorros reconociéndose, hambrientos el uno del otro. Tumbados en el suelo de la caverna, entre las pieles revueltas, se movieron libremente en pos del placer descubriendo lugares comunes en los cuerpos compartidos, arrancando secretos de cuajo con húmedos mordiscos.
Se lamieron por todos los rincones y por todas partes, excepto en los sexos. De cuando en cuando paraban de saborearse para juntar sus cuerpos, acoplando de nuevo sus caderas ya sin pudor y sin ocultar su ansiedad.
Shui llegó a gritar. Estaba alcanzando cotas de placer nunca imaginadas. El mundo giraba vertiginosamente alrededor de ella, diluyéndose ante sus ojos. Oh, por La Madre, iba a romperse en mil pedazos si continuaba sintiendo aquella presión…
El aliento caliente de su primo le estallaba en la cara. Él respiraba muy cerca de ella, rápido y fuerte, con la boca abierta, emitiendo de vez en cuando algún gemido ronco. Cuando Shui le había tocado se había revuelto entero; los músculos de su abdomen se habían tensado y había echado hacia atrás la cabeza, cerrando fuerte los ojos.
Shui trató de relajar la mano que tenía colocada entre las piernas de Iku, aunque los dedos le temblaban. No podía creer estar tocando aquello, haberse atrevido por fin a hacerlo. Se encontraba sobrecogida pero, en lugar de apartarse, presionó con súbita valentía aquel pedazo de pedernal que tanto la extasiaba y la aterraba a la vez.
Iku dejó de mover los dedos dentro de ella por un momento y sus caderas se elevaron en respuesta a la presión. Su grueso miembro se endureció aún más contra la mano de su prima como si tuviera vida propia.
--Oh, Shui…
El chico gruñó, con el rostro congestionado, sacudió su pelvis con más fiereza y se mordió los labios.
-¿Te gusta?—preguntó ella en un susurro. Ver a su primo sucumbiendo al placer le provocó una nueva palpitación interna y le hizo volver a mojarse.
--Oh, sí…
Sin dejar de besarle, cada vez más profundamente y con la boca más abierta, empapándose de su saliva y su respiración, Shui continuó explorándole tímidamente con la mano. Delimitó con los dedos el contorno de la protuberancia que reventaba los pantalones de cuero y al hacerlo se le escapó una exclamación. Qué grande parecía aquella cosa, qué gruesa, que dura y rígida al tacto.
--¿Siempre que juegas se te pone así de dura?—preguntó a su primo.
Él volvió a gemir, arqueó la espalda y abrió los ojos febriles y húmedos. En medio de la excitación que nublaba su mente trató de sonreír.
--No--murmuró.
--¿No?
Iku golpeó un par de veces más con las caderas y apretó los dientes. Su prima había empezado a mover la mano, presionando en círculos con la palma directamente sobre su erección. No era más que una insinuación, pero le estaba provocando auténticos terremotos internos.
--No--masculló—se pone así por ti.
Ella rio, nerviosa.
--¡No te creo!—exclamó, dándole un suave empujón con la pierna—seguro que no es la primera vez que lo tienes así.
Él se movió para adaptarse a los movimientos de la mano de ella, que ya eran caricias en toda regla sobre su miembro henchido. Jadeó y dejó escapar una risita.
--Desde que cambié, casi siempre está así cuando me despierto--murmuró, sin dejar de moverse.
--¿Sí?—inquirió ella, asombrada--¿Al despertar, sin más?
--Sí.
--¿Y qué haces?
A Shui le costaba imaginarse cómo sería amanecer con una cosa enorme y dura entre las piernas, que al parecer actuaba de manera independiente al resto del cuerpo.
--Descargarme.
¿Descargarse?
Iku resopló, y Shui le acarició con más velocidad. La chica se daba cuenta del placer que le estaba provocando a su primo con aquellos movimientos, y eso la estaba poniendo fuera de sí. No quiso pensar.
--¿Te quema, Iku?—le preguntó de pronto, inclinándose para hablarle al oído--¿Te quema, como a mí?
El alargó el brazo que le quedaba libre para abrazarla y estrecharla contra sí. No dejó de mover los dedos que mantenía afanados en su sexo mientras lo hacía.
--Sí--respondió, clavándole los dientes en el cuello, pegándose a ella.
--Aaaah...!
--¿Te gusta?
Ella jadeó, sin saber muy bien a qué se refería.
--S-sí!
La respuesta sería la misma en cualquier caso: la lengua de Iku la estaba haciendo gemir y babear al lamerle los besos, por no hablar de ese último mordisco; sus dedos la estaban volviendo loca ahí abajo, y aquel rabo duro--centro del placer de él, sin duda--la tenía fascinada.
--¿Quieres más?—preguntó él.
--Sí. Quiero, por... por favor.
Iku llevó la mano libre al escote de Shui. Retiró los abalorios torpemente y tanteó en busca de las cintas que mantenían sujeta la ropa en su sitio, sin poder evitar tirar del cuero, desbocando el vestido.
--¿Puedo ver tus pechos?—le preguntó con la voz quebrada.
Shui no respondió, pero aflojó ella misma las cintas de suave cuero teñido y dejó al descubierto la parte superior de su cuerpo. Se inclinó hacia Iku, apoyada sobre un codo, y le puso en la cara su pecho izquierdo, redondo y duro como una manzana verde. Gimió cuando los labios de él rozaron el sensible pezón. Acto seguido sintió como él abría la boca y empezaba a devorarla con ansia, lamiendo, sujetando la piel entre sus labios y absorbiendo con fuerza.
--Ahh…—Shui echó hacia atrás la cabeza y sollozó, asimilando aquel brusco y nuevo placer. Se dejó caer hacia atrás bajo el peso de su primo, quien, apoyándose sobre las rodillas, se colocó sobre ella sin llegar a tocarla, sosteniendo con la mano su pecho para volver a metérselo en la boca.
--Me dijiste que podía morder--gruñó, a milímetros de su presa. En realidad ya lo había hecho.
Pellizcó el pezón con cierta malicia y le dio un par de rápidas pasadas con la lengua, encontrándolo cálido y endurecido como canto de río. Shui gritó al sentir el pellizco y la humedad de los lengüetazos; también la voz de Ihku la hacía mojarse en aquel momento, por inexplicable que eso le resultara. Su entrepierna era un pantano crepitante donde los dedos de su primo seguían chapoteando sin tregua, cada vez más rápido.
--Sí…--gimió--sigue tocándome, por favor.
Iku levantó sin más ceremonia la parte inferior de la túnica de Shui, dejando al aire el blanco abdomen y el húmedo sexo de ésta. Shui resopló y movió las caderas: estaba muy excitada, tanto que temía explotar, aunque tan sólo empezaba a comprender ese estado. Deseaba tanto la mano de Iku de nuevo en ella que ni siquiera sentía vergüenza.
--Vuelve a tocarme por favor--rogó en un hilo de voz, con los ojos cerrados.
Iku le retiró la mano de su miembro suavemente.
--Espera--rezongó, tumbándose sobre ella--¿Qué tal así?
Shui sofocó un grito al sentir el contacto de la piel de Iku cuando éste se despojó del chaleco y frotó el estómago contra el suyo. Abrió las piernas todo lo que pudo para sentir aquella roca que tenía su primo entre las piernas, una roca que se incrustaba en ella de forma implacable y rotunda. Oh Madre, quería esa cosa contra ella, quería que la llenara… Quería que la rompiera. Oh, ¿realmente deseaba eso?
--Iku…
Él comenzó a lamerla por todas partes: primero en la cara—la frente, las mejillas, la nariz, los labios—; luego bajó hasta su cuello y volvió a sus pechos, pero no se detuvo en ellos, sino que se arrodilló entre las piernas de ella y se inclinó hacia delante para continuar lamiéndole el estómago y el bajo vientre. A milímetros del vello púbico de Shui se detuvo, jadeó contra su piel y dio una lenta pasada con la lengua en torno a su ombligo.
--Sabes muy bien--suspiró cuando despegó los labios de ella.
Shui apenas podía controlar su cuerpo, que temblaba surcado por corrientes de escalofríos.
--¿Sí?—consiguió articular.
--Sí.
--Y tú… ¿a qué sabes, Iku?
Él rio contra la piel de su estómago.
--No lo sé—respondió, sacando la lengua y levantando la cabeza para mirarla— chúpame.
El sólo hecho de ver la lengua de su primo insinuándose entre sus labios, moviéndose por un momento de forma canalla, como invitándola a probar algo prohibido, bastó para hacer arder a Shui. Le rodeó con los brazos, ávida de su proximidad, y le lamió el cuello. Pasó la lengua por detrás de la oreja de Ihku, aspirando fuerte su olor; siguió por su mandíbula y regresó a su cuello, donde volvió a chupar con ganas al sentir como él se encrespaba y gemía. Se lamieron mutuamente durante un buen rato, como dos cachorros reconociéndose, hambrientos el uno del otro. Tumbados en el suelo de la caverna, entre las pieles revueltas, se movieron libremente en pos del placer descubriendo lugares comunes en los cuerpos compartidos, arrancando secretos de cuajo con húmedos mordiscos.
Se lamieron por todos los rincones y por todas partes, excepto en los sexos. De cuando en cuando paraban de saborearse para juntar sus cuerpos, acoplando de nuevo sus caderas ya sin pudor y sin ocultar su ansiedad.
Shui llegó a gritar. Estaba alcanzando cotas de placer nunca imaginadas. El mundo giraba vertiginosamente alrededor de ella, diluyéndose ante sus ojos. Oh, por La Madre, iba a romperse en mil pedazos si continuaba sintiendo aquella presión…
III- Noch
--I-…
Quiso decir el nombre de su primo pero la voz se le rompió en la garganta. Él se frotaba contra ella sin piedad, lamiéndole la cara, los ojos, las mejillas. Shui abrió las piernas más aún y bailó con las caderas, enloquecida, yendo al encuentro de aquella dureza, de todo el cuerpo de él. Oh, Gran Madre, iba a morirse…
--Muévete, Shui--gruñó él en su oído—muévete, yo te cabalgo.
--Como a una yegua--respondió ésta desde algún lugar no controlado por su conciencia.
Shui había visto caballos en celo montando a toda desdichada hembra que se cruzaba en su camino. Convulsionó al recordarlo. Oh, no… ella quería ser una yegua, quería que le dieran fuerte ahí también, ¿de verdad lo quería? No, no lo quería, comprendió. Lo necesitaba. No comprendía cómo, pero lo necesitaba.
--Sí--jadeó Iku—como a una yegua.
--Me voy a morir, Iku—consiguió decir ella, moviéndose ya sin control, clavándole las uñas a su primo en la espalda. Él sofocó una carcajada contra la curva de su hombro.
--No, Shui, no te vas a morir…
--Ihku…
--Es sólo una explosión de placer—gimió él--Muévete, ve a por ello.
Shui estalló en una espiral de confusión. Había llegado al borde del abismo y sin previo aviso lo había traspasado, perdiendo pie de golpe para caer al vacío. Contuvo el aire pero no tuvo fuerzas para aguantarlo ni raciocinio para ordenarle a su cerebro que no lo soltara. Al exhalar, arqueó la espalda violentamente y dio un grito.
Iku le tapó la boca a tiempo, menos mal. La abrazó con todo su cuerpo y redobló la fuerza de sus empujones. El cuerpo de Shui se acopló a los movimientos de él y comenzó a convulsionar acto seguido en bruscas contracciones. Ella no dejaba de moverse y de gritar contra la palma de la mano de su primo, fuera de control; los iris de ambos ojos se le habían volteado hacia atrás, casi quedando su mirada trocada en blanco.
El feroz trance de su orgasmo duró mucho tiempo. Iku casi se derramó al sentirla retorcerse bajo él como una serpiente, clavándose en su erección y mojándole los pantalones.
--Oh, sí, Shui…
La golpeó con fiereza con las caderas mientras ella experimentaba su clímax. Sólo cuando ella por fin se tranquilizó, él paró de moverse. Estaba a punto de estallar. Contempló a su prima, tumbada entre las pieles con las piernas abiertas para acogerle a él, la cara roja y los labios inflamados de tanto besarle. Oh, Diosa.
--Podría metértela ahora mismo--gruñó, mientras aflojaba sin pensar la cinta que mantenía sujetos sus pantalones.
Shui resolló sin poder mover un músculo. Cuando habló, la voz le salió densa, líquida, en un tono gorgoteante apenas audible.
--¿Metérmela?—preguntó--¿tu… cosa?
--Sí.
La chica sollozó. Le parecía que hasta el más mínimo roce le haría estallar de nuevo. Tenía miedo hasta de respirar.
--No puedes…--murmuró—no en esta postura.
Eso lo sabía muy bien. Había visto animales aparearse y sabía exactamente qué postura utilizaban para ello. Tal y como se encontraban ahora, Iku encima de ella, era imposible ser invadida por el miembro de un hombre, seguro. Evidentemente, se equivocaba.
--¿Qué tiene de malo esta postura?—inquirió su primo.
--Oh, está claro. Los animales no lo hacen así.
--Shui…--Iku sonrió y le acarició la mejilla dulcemente— ¿Sabes una cosa? Los hombres y las mujeres podemos hacerlo así, mirándonos a la cara.
Se situó sobre ella, agarrando su erección, avanzando de nuevo para colocársela entre las piernas. Apartó la falda del vestido de Shui que había vuelto a bajarse interponiéndose en su camino, y apretó fuerte con las caderas en un húmedo piel con piel.
--Oh, Iku, no la metas, por favor…
Él negó con la cabeza, luchando por contenerse.
--No, tranquila. Sólo jugar un poco.
“Sólo jugar un poco”. Shui gritó de dolor y de placer cuando, de pronto, el miembro a estallar de Iku se introdujo en sus entrañas hasta el fondo y la desgarró. Ocurrió en un instante, de golpe, cuando el rabo de él resbaló en los abundantes fluidos del sexo de ella coincidiendo con un desafortunado empujón. Inmediatamente, Shui sintió algo untuoso y caliente que se derramaba desde sus profundidades—“sangre”, comprendió--. Se sintió morir, a punto de desmayarse. Por un instante vivió el infierno cuando aquella cosa la rompió, pero momentos más tarde le parecía que Iku la estaba llevando al cielo, acometiendo contra ella, llenándola de él.
--Iku, ¡no!
--¡Lo siento!—jadeó él. No podía dejar de moverse contra ella, nunca había sentido el goce de la penetración. El cuerpo de Shui le llamaba, le empapaba, le absorbía hacia dentro como un vórtice caliente de vacío. No podía parar.
--Iku…
--Shui… voy a estallar…
--No sé si sois muy valientes o muy tontos—dijo de pronto una voz suave tras ellos, procedente de un rincón oscuro dentro de la caverna--sabéis que el castigo por eso que estáis haciendo es el destierro o algo peor, ¿verdad?
Shui se quedó helada y a Iku casi se le paró el corazón en pleno orgasmo. El muchacho llamado Noch emergió entonces del rincón desde donde había hablado, poniéndose al alcance de su vista.
--No, por favor, no os molestéis en taparos--se apresuró a decir, cuando vio que Shui hacia esfuerzos por cubrirse con las pieles—me sé vuestros cuerpos de memoria, he estado aquí todo el tiempo.
--¿Nos has seguido?—preguntó Shui, súbitamente enfebrecida de rabia. Iku luchaba por reponerse aún del estallido, sobre ella.
Noch esbozó una sonrisa siniestra.
--Querida hermana—a ella se le contrajo el rostro al oír estas palabras—he dicho que he estado aquí todo el tiempo, porque ya estaba aquí antes de que vosotros llegarais.
Shui se desembarazó del cuerpo de Iku, quien rodó a su lado sobre las pieles, con el rostro lívido. Ambos contemplaron a Noch con los ojos muy abiertos, aterrorizados, dándose cuenta de que el extraño huérfano de las Tierras Baldías tenía razón. Era terrible lo que se contaba que acontecía si una mujer era abierta antes de tiempo, sin seguir el rito de iniciación, por alguien que no fuera un Carapintada entrenado para servir a La Madre. La mujer profanada de aquel modo, aparte de traer mala suerte a todo aquel que la rodeara, podía ser invadida por malos espíritus que poseerían su cuerpo. El hombre, por otra parte, quedaba maldito, intocable para el resto de sus días, siendo tratado hasta el final como el salvaje que había demostrado ser al no ser capaz de contenerse.
--Pero tranquilos…--murmuró el pálido—estoy de vuestra parte… de tu parte, hermana. A ti no te conozco—añadió, señalando a Iku con la barbilla--¿tú quién eres?
El aludido se encogió como un felino acobardado, agresivo.
--Soy Iku, del Clan Mamut—repuso con frialdad, echando chispas por los ojos.
--Mamut…--siseó Noch despectivamente, casi escupiendo la palabra.
Iku fue a decir algo pero se contuvo a tiempo. Por La Madre, ¡había profanado a Shui! Se miró fugazmente su miembro, ya fláccido, cubierto de sangre, y sintió un estremecimiento muy desagradable en la boca del estómago. En realidad, gran parte de las pieles estaban manchadas de rojo oscuro, y por descontado la ropa y los muslos de Shui que aún temblaban tras su descarga de placer. Oh, Diosa. ¿Qué iban a hacer ahora? Para colmo, ese individuo venido de quién sabía qué horrores les había visto, y a buen seguro no tardaría en poner aquello en conocimiento de los jefes de clanes. Su destino estaba marcado. Había quedado sentenciado por un desliz, por un accidente.
--Estoy de vuestra parte, como os decía—reiteró Noch—siempre y cuando me admitas una serie de apreciaciones, Iku.
Se acercó peligrosamente a ellos, como una cobra apunto de atacar, y, cuando pareció que iba a morder, le guiñó un ojo a Iku y soltó una pequeña carcajada. Éste retrocedió y parpadeó, desorientado; se había preparado en una milésima de segundo para saltar si hacía falta, para responder al inminente ataque del depredador.
--En primer lugar, has hecho una cosa muy mal… realmente mal--continuó Noch, para el pasmo de ambos--¡eso no se mete así, de golpe, Iku del Clan Mamut. Claro que, viniendo de donde vienes, se comprende tu bestialismo.
Iku frunció el ceño y soltó un gruñido amenazador. ¿Qué se supone que aquel demonio quería decir con eso?
--Las cosas se hacen poco a poco, Iku del Clan Mamut. Si me das la oportunidad de enseñarte, cerraré la boca y actuaré como si no hubiera visto absolutamente nada.
--No sé de qué estás hablando—replicó Iku entre dientes.
--Oh, vaya—Noch rio y sacudió la cabeza—olvidaba que los Mamut tampoco sois muy listos.
Iku se levantó bruscamente del improvisado lecho de pieles y avanzó hacia Noch. No era tan alto como él, pero eso apenas se notaba ya que éste último estaba agachado frente a ellos, con la espalda apoyada en la pared de roca.
--¡Te voy a torcer esa boca!
--¡Iku!—murmuró Shui, tirando de él y forzándole a sentarse. Estaba muy asustada, terriblemente asustada, y no terminaba de asimilar lo que había ocurrido. Estaba sangrando, oh, Diosa. Tampoco asimilaba la presencia allí del que desde hacía unas horas era su hermano de hogar.
Noch se echó a reír.
--Oh, tranquilo. Cálmate, por La Madre. Estás lleno de sangre… menudo desastre habéis montado. Se nota que no tienes ni idea de lo que haces, Iku del Clan Mamut. No te queda ni nada para convertirte en Carapintada.
Volvió a reír, mientras Shui aferraba el brazo de Iku, forzándole a contenerse.
--¿Vas a decírselo a Daruk?—inquirió ella antes de que su primo pudiera abrir la boca.
Noch la contempló, y por un momento sus ojos parecieron resplandecer con algo cálido parecido a la ternura. Pero el hecho de que ese brillo apareciera y desapareciera tan rápido, sin dejar rastro como si nunca hubiera estado allí, asustó a Shui.
--No—respondió él—siempre y cuando vayáis a limpiaros y me dejéis que os muestre cómo se conquista el placer.
Shui retrocedió y abrió los ojos de par en par, con la réplica congelada a flor de labios.
--Si lo hacéis así—continuó Noch, explicándose con parsimonia—será como si nada hubiera pasado. Sólo tendrás que escoger a Iku como Carapintada en la próxima primavera, y nadie sabrá nada. Porque vas a convertirte en Carapintada, Iku, ¿verdad? —añadió clavando los ojos en él—O al menos lo intentarás. Ja.
--Tú hablas como si lo supieras todo…--siseó el aludido sin poder contener su rabia.
--El cuerpo de una mujer no tiene secretos para mí—replicó Noch con sencillez, como si hablara de cualquier cosa obvia.
--Seguro.
--Iku…--Shui volvió a llamarle la atención. Le costaba concentrarse. Se sentía incapaz de razonar y de asimilar lo que Noche había propuesto. ¿Tenían que doblegarse a su voluntad y ceder a sus juegos? ¿Era ese el único camino para su salvación?
--Ah, y no os preocupéis—añadió, recordando algo—sé de buena tinta que esas leyendas de malos espíritus son mentira. No sólo se profanan mujeres aquí. En el sitio de donde yo vengo ocurre a menudo, y nunca, nunca, pasa nada.
--Quizá por eso os ha ido tan mal—soltó Iku.
Noch rio sin asomo de haberse molestado.
--Oh, no—replicó—siempre han estado igual de mal las cosas por allí, no hay que culpar al placer de ello. De hecho, disfrutar es de lo más inteligente que se puede hacer, ¿no creéis?
Los chicos no respondieron, apretándose el uno contra la otra, confusos. Noch les contempló un momento y volvió a reír.
--Sí, ¡Claro que lo creéis! A menos, claro, que aumentar la familia suponga un contratiempo. Pero bueno, estáis de suerte, porque también puedo ayudaros en eso--se carcajeó para rematar, ante el horror de los otros dos.
Quiso decir el nombre de su primo pero la voz se le rompió en la garganta. Él se frotaba contra ella sin piedad, lamiéndole la cara, los ojos, las mejillas. Shui abrió las piernas más aún y bailó con las caderas, enloquecida, yendo al encuentro de aquella dureza, de todo el cuerpo de él. Oh, Gran Madre, iba a morirse…
--Muévete, Shui--gruñó él en su oído—muévete, yo te cabalgo.
--Como a una yegua--respondió ésta desde algún lugar no controlado por su conciencia.
Shui había visto caballos en celo montando a toda desdichada hembra que se cruzaba en su camino. Convulsionó al recordarlo. Oh, no… ella quería ser una yegua, quería que le dieran fuerte ahí también, ¿de verdad lo quería? No, no lo quería, comprendió. Lo necesitaba. No comprendía cómo, pero lo necesitaba.
--Sí--jadeó Iku—como a una yegua.
--Me voy a morir, Iku—consiguió decir ella, moviéndose ya sin control, clavándole las uñas a su primo en la espalda. Él sofocó una carcajada contra la curva de su hombro.
--No, Shui, no te vas a morir…
--Ihku…
--Es sólo una explosión de placer—gimió él--Muévete, ve a por ello.
Shui estalló en una espiral de confusión. Había llegado al borde del abismo y sin previo aviso lo había traspasado, perdiendo pie de golpe para caer al vacío. Contuvo el aire pero no tuvo fuerzas para aguantarlo ni raciocinio para ordenarle a su cerebro que no lo soltara. Al exhalar, arqueó la espalda violentamente y dio un grito.
Iku le tapó la boca a tiempo, menos mal. La abrazó con todo su cuerpo y redobló la fuerza de sus empujones. El cuerpo de Shui se acopló a los movimientos de él y comenzó a convulsionar acto seguido en bruscas contracciones. Ella no dejaba de moverse y de gritar contra la palma de la mano de su primo, fuera de control; los iris de ambos ojos se le habían volteado hacia atrás, casi quedando su mirada trocada en blanco.
El feroz trance de su orgasmo duró mucho tiempo. Iku casi se derramó al sentirla retorcerse bajo él como una serpiente, clavándose en su erección y mojándole los pantalones.
--Oh, sí, Shui…
La golpeó con fiereza con las caderas mientras ella experimentaba su clímax. Sólo cuando ella por fin se tranquilizó, él paró de moverse. Estaba a punto de estallar. Contempló a su prima, tumbada entre las pieles con las piernas abiertas para acogerle a él, la cara roja y los labios inflamados de tanto besarle. Oh, Diosa.
--Podría metértela ahora mismo--gruñó, mientras aflojaba sin pensar la cinta que mantenía sujetos sus pantalones.
Shui resolló sin poder mover un músculo. Cuando habló, la voz le salió densa, líquida, en un tono gorgoteante apenas audible.
--¿Metérmela?—preguntó--¿tu… cosa?
--Sí.
La chica sollozó. Le parecía que hasta el más mínimo roce le haría estallar de nuevo. Tenía miedo hasta de respirar.
--No puedes…--murmuró—no en esta postura.
Eso lo sabía muy bien. Había visto animales aparearse y sabía exactamente qué postura utilizaban para ello. Tal y como se encontraban ahora, Iku encima de ella, era imposible ser invadida por el miembro de un hombre, seguro. Evidentemente, se equivocaba.
--¿Qué tiene de malo esta postura?—inquirió su primo.
--Oh, está claro. Los animales no lo hacen así.
--Shui…--Iku sonrió y le acarició la mejilla dulcemente— ¿Sabes una cosa? Los hombres y las mujeres podemos hacerlo así, mirándonos a la cara.
Se situó sobre ella, agarrando su erección, avanzando de nuevo para colocársela entre las piernas. Apartó la falda del vestido de Shui que había vuelto a bajarse interponiéndose en su camino, y apretó fuerte con las caderas en un húmedo piel con piel.
--Oh, Iku, no la metas, por favor…
Él negó con la cabeza, luchando por contenerse.
--No, tranquila. Sólo jugar un poco.
“Sólo jugar un poco”. Shui gritó de dolor y de placer cuando, de pronto, el miembro a estallar de Iku se introdujo en sus entrañas hasta el fondo y la desgarró. Ocurrió en un instante, de golpe, cuando el rabo de él resbaló en los abundantes fluidos del sexo de ella coincidiendo con un desafortunado empujón. Inmediatamente, Shui sintió algo untuoso y caliente que se derramaba desde sus profundidades—“sangre”, comprendió--. Se sintió morir, a punto de desmayarse. Por un instante vivió el infierno cuando aquella cosa la rompió, pero momentos más tarde le parecía que Iku la estaba llevando al cielo, acometiendo contra ella, llenándola de él.
--Iku, ¡no!
--¡Lo siento!—jadeó él. No podía dejar de moverse contra ella, nunca había sentido el goce de la penetración. El cuerpo de Shui le llamaba, le empapaba, le absorbía hacia dentro como un vórtice caliente de vacío. No podía parar.
--Iku…
--Shui… voy a estallar…
--No sé si sois muy valientes o muy tontos—dijo de pronto una voz suave tras ellos, procedente de un rincón oscuro dentro de la caverna--sabéis que el castigo por eso que estáis haciendo es el destierro o algo peor, ¿verdad?
Shui se quedó helada y a Iku casi se le paró el corazón en pleno orgasmo. El muchacho llamado Noch emergió entonces del rincón desde donde había hablado, poniéndose al alcance de su vista.
--No, por favor, no os molestéis en taparos--se apresuró a decir, cuando vio que Shui hacia esfuerzos por cubrirse con las pieles—me sé vuestros cuerpos de memoria, he estado aquí todo el tiempo.
--¿Nos has seguido?—preguntó Shui, súbitamente enfebrecida de rabia. Iku luchaba por reponerse aún del estallido, sobre ella.
Noch esbozó una sonrisa siniestra.
--Querida hermana—a ella se le contrajo el rostro al oír estas palabras—he dicho que he estado aquí todo el tiempo, porque ya estaba aquí antes de que vosotros llegarais.
Shui se desembarazó del cuerpo de Iku, quien rodó a su lado sobre las pieles, con el rostro lívido. Ambos contemplaron a Noch con los ojos muy abiertos, aterrorizados, dándose cuenta de que el extraño huérfano de las Tierras Baldías tenía razón. Era terrible lo que se contaba que acontecía si una mujer era abierta antes de tiempo, sin seguir el rito de iniciación, por alguien que no fuera un Carapintada entrenado para servir a La Madre. La mujer profanada de aquel modo, aparte de traer mala suerte a todo aquel que la rodeara, podía ser invadida por malos espíritus que poseerían su cuerpo. El hombre, por otra parte, quedaba maldito, intocable para el resto de sus días, siendo tratado hasta el final como el salvaje que había demostrado ser al no ser capaz de contenerse.
--Pero tranquilos…--murmuró el pálido—estoy de vuestra parte… de tu parte, hermana. A ti no te conozco—añadió, señalando a Iku con la barbilla--¿tú quién eres?
El aludido se encogió como un felino acobardado, agresivo.
--Soy Iku, del Clan Mamut—repuso con frialdad, echando chispas por los ojos.
--Mamut…--siseó Noch despectivamente, casi escupiendo la palabra.
Iku fue a decir algo pero se contuvo a tiempo. Por La Madre, ¡había profanado a Shui! Se miró fugazmente su miembro, ya fláccido, cubierto de sangre, y sintió un estremecimiento muy desagradable en la boca del estómago. En realidad, gran parte de las pieles estaban manchadas de rojo oscuro, y por descontado la ropa y los muslos de Shui que aún temblaban tras su descarga de placer. Oh, Diosa. ¿Qué iban a hacer ahora? Para colmo, ese individuo venido de quién sabía qué horrores les había visto, y a buen seguro no tardaría en poner aquello en conocimiento de los jefes de clanes. Su destino estaba marcado. Había quedado sentenciado por un desliz, por un accidente.
--Estoy de vuestra parte, como os decía—reiteró Noch—siempre y cuando me admitas una serie de apreciaciones, Iku.
Se acercó peligrosamente a ellos, como una cobra apunto de atacar, y, cuando pareció que iba a morder, le guiñó un ojo a Iku y soltó una pequeña carcajada. Éste retrocedió y parpadeó, desorientado; se había preparado en una milésima de segundo para saltar si hacía falta, para responder al inminente ataque del depredador.
--En primer lugar, has hecho una cosa muy mal… realmente mal--continuó Noch, para el pasmo de ambos--¡eso no se mete así, de golpe, Iku del Clan Mamut. Claro que, viniendo de donde vienes, se comprende tu bestialismo.
Iku frunció el ceño y soltó un gruñido amenazador. ¿Qué se supone que aquel demonio quería decir con eso?
--Las cosas se hacen poco a poco, Iku del Clan Mamut. Si me das la oportunidad de enseñarte, cerraré la boca y actuaré como si no hubiera visto absolutamente nada.
--No sé de qué estás hablando—replicó Iku entre dientes.
--Oh, vaya—Noch rio y sacudió la cabeza—olvidaba que los Mamut tampoco sois muy listos.
Iku se levantó bruscamente del improvisado lecho de pieles y avanzó hacia Noch. No era tan alto como él, pero eso apenas se notaba ya que éste último estaba agachado frente a ellos, con la espalda apoyada en la pared de roca.
--¡Te voy a torcer esa boca!
--¡Iku!—murmuró Shui, tirando de él y forzándole a sentarse. Estaba muy asustada, terriblemente asustada, y no terminaba de asimilar lo que había ocurrido. Estaba sangrando, oh, Diosa. Tampoco asimilaba la presencia allí del que desde hacía unas horas era su hermano de hogar.
Noch se echó a reír.
--Oh, tranquilo. Cálmate, por La Madre. Estás lleno de sangre… menudo desastre habéis montado. Se nota que no tienes ni idea de lo que haces, Iku del Clan Mamut. No te queda ni nada para convertirte en Carapintada.
Volvió a reír, mientras Shui aferraba el brazo de Iku, forzándole a contenerse.
--¿Vas a decírselo a Daruk?—inquirió ella antes de que su primo pudiera abrir la boca.
Noch la contempló, y por un momento sus ojos parecieron resplandecer con algo cálido parecido a la ternura. Pero el hecho de que ese brillo apareciera y desapareciera tan rápido, sin dejar rastro como si nunca hubiera estado allí, asustó a Shui.
--No—respondió él—siempre y cuando vayáis a limpiaros y me dejéis que os muestre cómo se conquista el placer.
Shui retrocedió y abrió los ojos de par en par, con la réplica congelada a flor de labios.
--Si lo hacéis así—continuó Noch, explicándose con parsimonia—será como si nada hubiera pasado. Sólo tendrás que escoger a Iku como Carapintada en la próxima primavera, y nadie sabrá nada. Porque vas a convertirte en Carapintada, Iku, ¿verdad? —añadió clavando los ojos en él—O al menos lo intentarás. Ja.
--Tú hablas como si lo supieras todo…--siseó el aludido sin poder contener su rabia.
--El cuerpo de una mujer no tiene secretos para mí—replicó Noch con sencillez, como si hablara de cualquier cosa obvia.
--Seguro.
--Iku…--Shui volvió a llamarle la atención. Le costaba concentrarse. Se sentía incapaz de razonar y de asimilar lo que Noche había propuesto. ¿Tenían que doblegarse a su voluntad y ceder a sus juegos? ¿Era ese el único camino para su salvación?
--Ah, y no os preocupéis—añadió, recordando algo—sé de buena tinta que esas leyendas de malos espíritus son mentira. No sólo se profanan mujeres aquí. En el sitio de donde yo vengo ocurre a menudo, y nunca, nunca, pasa nada.
--Quizá por eso os ha ido tan mal—soltó Iku.
Noch rio sin asomo de haberse molestado.
--Oh, no—replicó—siempre han estado igual de mal las cosas por allí, no hay que culpar al placer de ello. De hecho, disfrutar es de lo más inteligente que se puede hacer, ¿no creéis?
Los chicos no respondieron, apretándose el uno contra la otra, confusos. Noch les contempló un momento y volvió a reír.
--Sí, ¡Claro que lo creéis! A menos, claro, que aumentar la familia suponga un contratiempo. Pero bueno, estáis de suerte, porque también puedo ayudaros en eso--se carcajeó para rematar, ante el horror de los otros dos.