Este relato encadenado se escribió a cuatro manos el día 19/1/2020 entre cuatro amigos: Santi (@SHojalata), Alhambrilla (@Frokien), Puri (@PuriRV) y yo (@estylarene).
Fue una hermosa experiencia de improvisación que disfrutamos mucho, a partir de unas fotografías aportadas por Santi. Muchas gracias a todos. Ha sido un placer participar, leeros y escribir con vosotros, siempre desde el corazón.
Nota:
-Los aportes en tipografía normal (así) corresponden a Santi.
-Los aportes en negrita (así) fueron escritos por Alhambrilla.
-Los aportes de Puri están al principio en subrayado (así).
-Los aportes en cursiva, son míos (así).
Fue una hermosa experiencia de improvisación que disfrutamos mucho, a partir de unas fotografías aportadas por Santi. Muchas gracias a todos. Ha sido un placer participar, leeros y escribir con vosotros, siempre desde el corazón.
Nota:
-Los aportes en tipografía normal (así) corresponden a Santi.
-Los aportes en negrita (así) fueron escritos por Alhambrilla.
-Los aportes de Puri están al principio en subrayado (así).
-Los aportes en cursiva, son míos (así).
Relato a cuatro manos
Ese paisaje era la única paz que había en la cabeza de Lucía. Había perdido a su marido y dos hijos en un terrible accidente de tráfico. Y había enloquecido. Desde ese día, ver ese bosquecillo detrás de los muros de la Institución mental dónde estaba alojada, le daba paz.
A veces, soñaba con escaparse por ese bosque, por ese camino… pero temía a la noche… y a las figuras que a veces andaban por este bosque.
A veces, soñaba con escaparse por ese bosque, por ese camino… pero temía a la noche… y a las figuras que a veces andaban por este bosque.
En el bosque de álamos, de pie entre los árboles, el viento al mover las ramas provocaba que las hojas le hablaran. -¿Qué me queréis decir?- dijo. Ella se quedó muy sorprendida. El mensaje suponía que tendría que tomar una decisión muy importante.
Se concentró con todas sus fuerzas pues tenía el peculiar don (como dríade que era) de entender a la naturaleza. Pero por alguna extraña razón, esa noche algo perturbaba sus sentidos. No era capaz de discernir lo que los árboles le susurraban. Preguntó de nuevo: – ¿Qué me decís?
Lucia intentaba comprender. Pero dudaba. Y si lo que escuchaba era la voz de su locura. Pero seguía escuchando … Y cuanto más escuchaba más deseos tenía de salir de estos muros que le servían de cárcel.
¿Eran muros reales, o se trataba de una cárcel ficticia? Ni la propia Lucía lo sabía…
El problema estaba en cómo salir, en cómo fugarse de ese lugar que cada día la oprimía y la llevaba más cerca del abismo del dolor…
Fuese real o imaginación, ella sabía que debía salir de allí… y se le ocurrió una idea…
Desde pequeña, ella tenía un amigo. Todos decían “amigo imaginario”, pero… para ella era muy real. Se preguntó si podría llamarle esta noche, ¿tal vez respondería? Hacía años que no le sentía… ¿acaso le había visto alguna vez?
No hay que ver las cosas para sentirlas. Tranquila Lucía . No estás loca, es solo el dolor por la pérdida de los tuyos.
Esta vez la voz no era lo de las hojas en el viento.
-¿Estás aquí? ¿Has vuelto?- dijo con voz trémula.
Escuchó una risa descarada. No había duda , era él.
Impactada, demoró en dar una respuesta y, cuando por fin lo hizo, notó que su propia voz, era apenas un hilo, casi inaudible.
S… Sí… soy yo… de ve… ¿de verdad eres tú? – le preguntó Lucía a la figura que se acercaba a ella.
-Lucía!!-el chico de sombras estaba ya a un brinco de distancia, ojos verdes chispeando en motitas doradas de luz- Gracias por creer en mí…
Antes de que la chica pudiera reaccionar, él saltó hacia ella y la rodeó con sus brazos casi etéreos. Fue un abrazo suave como
caricia de viento, pero lo bastante sólido para sostenerla y que ella pudiera, durante un momento, respirar y descansar.
-Nunca he dejado de creer en ti…-musitó, escondiendo la cara en la curva del cuello ajeno.
Las lágrimas afloraban suavemente en los ojos de Lucía.
Él olía a infancia. Era su guardador de sueños, su liberador de pesadillas. Siempre había cuidado de ella.
Luego, cuando conoció a Jorge y se enamoró de esa manera tan maravillosa. Su guardián de la vida , desapareció.
Al avanzar los años y construir su familia, su protector desapareció, tal vez porque en ese momento ya no lo necesitaba… o tal vez, porque nunca existió… Llegó a pensar alguna vez.
Y ahora, sin embargo, tenerlo aquí, palparlo y sentirlo, parecía tan real… e irreal también.
-Perdóname… -sollozó Lucía. Sentía que estaba en deuda con su guardián de alma, pero nada más lejos. Él sonrió y negó con la cabeza, distanciándose lo justo para poder mirarla a los ojos.
-Nada que perdonar, Lucía. Te dije que siempre que quisieras estaría a tu lado, recuerdas?
-Lo recuerdo. Siempre me decías que no éramos cuerpo. Que había algo que nos hacía inmortales. Yo necesito irme de aquí, tengo que estar con ellos. Tienes que llevarme allí.
Su guardián le sonreía con las estrellas de luz en sus hermosos ojos verdes.
-A eso he venido, a llevarte con ellos, esa es mi misión. – dijo su guardián.
-¿Pero cómo? – preguntó Lucía, con una mezcla de sentimientos confusos, inconexos, difíciles de asimilar.
-Lucía, esta es una cárcel con dos tipos de muros. El físico y el espiritual.
Lucía tomó aire y cerró por un momento los ojos. Al volverlos a abrir, vio la arboleda a su alrededor y el cielo tachonado de estrellas sobre su cabeza. Escuchó la voz del viento en las copas de los árboles… el tiempo parecía haberse detenido en ese mágico instante.
-Pero… ¿tendré que abandonar este mundo… para encontrarles? -inquirió, mirando de nuevo al guardián, quien ahora resplandecía envuelto en una suave y pulsante luz. Comprendió al momento que no importaba mucho la respuesta, pues no tenía miedo.
-¿Confías en mí?
-Confío.
-¿Me seguirás?
-Te seguiré.
Entrelazaron sus manos suavemente. El guardián cantó la canción de la vida. Los álamos también la cantaban. Era un ritmo envolvente, suave, frenético.
CANTABAN , y Lucía parecía flotar en el aire. Sentía que su cuerpo
no pesaba. Algo realmente maravilloso entró en su corazón. Y se hacía grande, más grande, enorme, inmenso.
Sentía una sensación de que todo estaría bien. De que todo iba a ser cómo debía de haber sido…
Volvió a cerrar los ojos… al abrirlos, ya no estaba allí, Lucía Volaba, estaba Volando sobre el bosquecillo, escuchando cómo este cantaba una muy antigua y hermosa canción
De pronto, vio una luz, más allá de los límites del bosquecillo… cada vez estaba más cerca, parecía estar llegando al final del camino…
Río Lucía en su vuelo, sintiendo el calor de la alegría fluyendo y arropándola desde dentro. Comprendió que nunca más volvería a tener frío.
-No me sueltes la mano, por favor- pidió al guardián.
-Nunca.
Se acercaban a aquella luz que parecía llamarles, ¿o era la luz la que avanzaba hacia ellos? De pronto, sin tener tiempo siquiera de pensarlo, sintió Lucía el resplandor de otros brazos rodeándola. Quiso llorar de felicidad.
-…¿Jorge…? Jorge! Eres tú…?-le había reconocido inmediatamente, pero no podía creerlo. ¿Jorge era luz?
“Soy el viento, la tierra, el aire , el agua.
Soy la vida.
Soy amor.
La noche.
La mañana”
Era él. Él era el que a las hojas hablaba.
Su voz, era ella, la que siempre escuchaba.
No, no estaba loca.
El corazón no miente, aunque los que no lo entiendan prefieran encerrarte.
Era verdad.
Ante ella estaba Jorge, acompañado por los vientos Luis y María, sus hijos, que tomados de la mano de Jorge, la esperaban con los brazos abiertos.
Lucía no podía creer lo que sus ojos veían.
Pero sí, debía ser verdad, allí estaban los seres que ella más amaba.
Y comprendió que todo era real, porque todo era amor. Luz inmortal. Tierra, aire, bosque, el viento entre las ramas de los árboles. Todo el tiempo, sin descanso, el mismo mensaje, el mismo lenguaje. Lo que algunos jamás entenderían y otros llamarían “magia” era para Lucía, simplemente, realidad.
Y eternamente lo sería, desde ahora y para siempre, desde este mismo momento en que ella comenzaría por fin a vivir.
FIN
Se concentró con todas sus fuerzas pues tenía el peculiar don (como dríade que era) de entender a la naturaleza. Pero por alguna extraña razón, esa noche algo perturbaba sus sentidos. No era capaz de discernir lo que los árboles le susurraban. Preguntó de nuevo: – ¿Qué me decís?
Lucia intentaba comprender. Pero dudaba. Y si lo que escuchaba era la voz de su locura. Pero seguía escuchando … Y cuanto más escuchaba más deseos tenía de salir de estos muros que le servían de cárcel.
¿Eran muros reales, o se trataba de una cárcel ficticia? Ni la propia Lucía lo sabía…
El problema estaba en cómo salir, en cómo fugarse de ese lugar que cada día la oprimía y la llevaba más cerca del abismo del dolor…
Fuese real o imaginación, ella sabía que debía salir de allí… y se le ocurrió una idea…
Desde pequeña, ella tenía un amigo. Todos decían “amigo imaginario”, pero… para ella era muy real. Se preguntó si podría llamarle esta noche, ¿tal vez respondería? Hacía años que no le sentía… ¿acaso le había visto alguna vez?
No hay que ver las cosas para sentirlas. Tranquila Lucía . No estás loca, es solo el dolor por la pérdida de los tuyos.
Esta vez la voz no era lo de las hojas en el viento.
-¿Estás aquí? ¿Has vuelto?- dijo con voz trémula.
Escuchó una risa descarada. No había duda , era él.
Impactada, demoró en dar una respuesta y, cuando por fin lo hizo, notó que su propia voz, era apenas un hilo, casi inaudible.
S… Sí… soy yo… de ve… ¿de verdad eres tú? – le preguntó Lucía a la figura que se acercaba a ella.
-Lucía!!-el chico de sombras estaba ya a un brinco de distancia, ojos verdes chispeando en motitas doradas de luz- Gracias por creer en mí…
Antes de que la chica pudiera reaccionar, él saltó hacia ella y la rodeó con sus brazos casi etéreos. Fue un abrazo suave como
caricia de viento, pero lo bastante sólido para sostenerla y que ella pudiera, durante un momento, respirar y descansar.
-Nunca he dejado de creer en ti…-musitó, escondiendo la cara en la curva del cuello ajeno.
Las lágrimas afloraban suavemente en los ojos de Lucía.
Él olía a infancia. Era su guardador de sueños, su liberador de pesadillas. Siempre había cuidado de ella.
Luego, cuando conoció a Jorge y se enamoró de esa manera tan maravillosa. Su guardián de la vida , desapareció.
Al avanzar los años y construir su familia, su protector desapareció, tal vez porque en ese momento ya no lo necesitaba… o tal vez, porque nunca existió… Llegó a pensar alguna vez.
Y ahora, sin embargo, tenerlo aquí, palparlo y sentirlo, parecía tan real… e irreal también.
-Perdóname… -sollozó Lucía. Sentía que estaba en deuda con su guardián de alma, pero nada más lejos. Él sonrió y negó con la cabeza, distanciándose lo justo para poder mirarla a los ojos.
-Nada que perdonar, Lucía. Te dije que siempre que quisieras estaría a tu lado, recuerdas?
-Lo recuerdo. Siempre me decías que no éramos cuerpo. Que había algo que nos hacía inmortales. Yo necesito irme de aquí, tengo que estar con ellos. Tienes que llevarme allí.
Su guardián le sonreía con las estrellas de luz en sus hermosos ojos verdes.
-A eso he venido, a llevarte con ellos, esa es mi misión. – dijo su guardián.
-¿Pero cómo? – preguntó Lucía, con una mezcla de sentimientos confusos, inconexos, difíciles de asimilar.
-Lucía, esta es una cárcel con dos tipos de muros. El físico y el espiritual.
Lucía tomó aire y cerró por un momento los ojos. Al volverlos a abrir, vio la arboleda a su alrededor y el cielo tachonado de estrellas sobre su cabeza. Escuchó la voz del viento en las copas de los árboles… el tiempo parecía haberse detenido en ese mágico instante.
-Pero… ¿tendré que abandonar este mundo… para encontrarles? -inquirió, mirando de nuevo al guardián, quien ahora resplandecía envuelto en una suave y pulsante luz. Comprendió al momento que no importaba mucho la respuesta, pues no tenía miedo.
-¿Confías en mí?
-Confío.
-¿Me seguirás?
-Te seguiré.
Entrelazaron sus manos suavemente. El guardián cantó la canción de la vida. Los álamos también la cantaban. Era un ritmo envolvente, suave, frenético.
CANTABAN , y Lucía parecía flotar en el aire. Sentía que su cuerpo
no pesaba. Algo realmente maravilloso entró en su corazón. Y se hacía grande, más grande, enorme, inmenso.
Sentía una sensación de que todo estaría bien. De que todo iba a ser cómo debía de haber sido…
Volvió a cerrar los ojos… al abrirlos, ya no estaba allí, Lucía Volaba, estaba Volando sobre el bosquecillo, escuchando cómo este cantaba una muy antigua y hermosa canción
De pronto, vio una luz, más allá de los límites del bosquecillo… cada vez estaba más cerca, parecía estar llegando al final del camino…
Río Lucía en su vuelo, sintiendo el calor de la alegría fluyendo y arropándola desde dentro. Comprendió que nunca más volvería a tener frío.
-No me sueltes la mano, por favor- pidió al guardián.
-Nunca.
Se acercaban a aquella luz que parecía llamarles, ¿o era la luz la que avanzaba hacia ellos? De pronto, sin tener tiempo siquiera de pensarlo, sintió Lucía el resplandor de otros brazos rodeándola. Quiso llorar de felicidad.
-…¿Jorge…? Jorge! Eres tú…?-le había reconocido inmediatamente, pero no podía creerlo. ¿Jorge era luz?
“Soy el viento, la tierra, el aire , el agua.
Soy la vida.
Soy amor.
La noche.
La mañana”
Era él. Él era el que a las hojas hablaba.
Su voz, era ella, la que siempre escuchaba.
No, no estaba loca.
El corazón no miente, aunque los que no lo entiendan prefieran encerrarte.
Era verdad.
Ante ella estaba Jorge, acompañado por los vientos Luis y María, sus hijos, que tomados de la mano de Jorge, la esperaban con los brazos abiertos.
Lucía no podía creer lo que sus ojos veían.
Pero sí, debía ser verdad, allí estaban los seres que ella más amaba.
Y comprendió que todo era real, porque todo era amor. Luz inmortal. Tierra, aire, bosque, el viento entre las ramas de los árboles. Todo el tiempo, sin descanso, el mismo mensaje, el mismo lenguaje. Lo que algunos jamás entenderían y otros llamarían “magia” era para Lucía, simplemente, realidad.
Y eternamente lo sería, desde ahora y para siempre, desde este mismo momento en que ella comenzaría por fin a vivir.
FIN
Moraleja:
La vida tiene estás dos lecturas, de ti depende como leerla.
Si quieres ver el color, haz caso a tu corazón.
La vida tiene estás dos lecturas, de ti depende como leerla.
Si quieres ver el color, haz caso a tu corazón.