Adiós
Volvió Eres de nuevo al Limbo de las Musas antes de que el sol saliera. O, lo que es lo mismo, regresó a la mente de Alan. O más bien al corazón de Alan, diría. Bueno, dejémoslo en que “regresó a Alan” a secas, porque en definitiva el náufrago alumbraba a sus criaturas con todo su ser.
Fue difícil para la musa marcharse y dejar atrás a Alicia, pero no le quedaba más remedio.
Cuando por fin terminaron de follar, se mantuvo a su lado durante unas pocas horas, solo viéndola dormir. Eres no era del todo humano en definitiva; tenía cuerpo, sí, y estaba físicamente cansado después de la sucesión de cabalgadas, pero no tanto como para caer redondo y que su armadura física simplemente se negara a responder.
Aprovechó aquellas últimas horas antes del amanecer, mientras Alicia dormía en la cama revuelta, para hacer algo parecido a aquella “psy-ball” que había manifestado a través de la intención días atrás, solo que esta vez sin lanzar nada como proyectil a distancia. Se limitó a estar allí sentado junto a ella, a respirar y a concentrar en los centros vibratorios (chakras) de sus manos todo el Sentimiento sin interferencias que podía, haciendo fluir esta energía y bombeándola con el corazón y la mente desde todo su ser hasta las palmas y los dedos. Cuando el pulso eléctrico y la Luz se sintieron con claridad más allá de la piel, envolviendo sus manos, cobrando consistencia hasta percibirse incluso como si la energía fuera a transformarse en algo sólido (materia), Eres pasó suavemente las palmas por encima de Alicia sin llegar a tocarla. Permitió de este modo, a través de una caricia sin contacto, que la Frecuencia de Alta Vibración penetrase hasta el mínimo resquicio donde más necesaria fuese.
Eres podía hacer aquello como humano porque los seres humanos siempre habían tenido esa capacidad, desde el principio de su existencia, lo supieran o no. La capacidad de crear y manifestar Universo. La capacidad de manifestar Todo lo que Es a imagen y semejanza del ser humano y del alma de Universo: Todo lo completo y por lo tanto real. Todo lo que ni en sueños puede entenderse, pero puede Sentirse. El ser completo (el humano), por naturaleza era capaz de manifestar lo infinito en forma de Sentimiento Puro, y de impulsarlo con su Intención.
Sentimiento sin interferencias simplemente era (es) eso: Sentimiento puro sin contaminar. Algunos lo llamaban “Luz”; otros “Amor” o “Conexión Real”, otros “Sentimiento desde el ser Completo como Unidad” versus “reacción emocional parcial desde una herida o una parte de un ser”. Y así, lo que no era Amor - lo que no era Luz, lo que no era Sentimiento desde un ser Completo-, era factor de irrealidad en comparación; era interferencia o “chatarra”, causa directa de sufrimiento. Lo triste en las interferencias siempre había sido que muchos seres quedaban atrapados en ellas, al tomarlas como reales. Como si algo parcial tuviera más poder que un ser completo, de hecho. Una creencia tan funesta como poderosa.
Considerando que ego (ego = lo contrario a “ser” y a “unidad”: atributos, etiquetas, estereotipos, expectativas, ideales, cuerpo físico sin más, “partes”, todo lo que no es presente) tenía una función instrumental en todo humano, por la mera experiencia en la tercera dimensión, erradicar TODO el sufrimiento era imposible. Era inevitable sufrir un poco, y además era necesario como necesaria es la oscuridad de la noche para que las estrellas puedan brillar. Pero bien es cierto que –y esto Alan lo sabía, y por eso lo sabía también Eres- los humanos no estaban (no están, no estamos) entrenados en esta decisión vital de “no sufrir más de lo necesario”. La decisión única, en verdad, era simplemente no querer quedar atrapados en lo irreal, parcial e incompleto. La decisión vital era, sin más, la más sincera y potente intención de liberarse de la fantasía de muerte en vida. Esa intención era, después del Amor, lo más poderoso en la naturaleza humana: el impulso hacia el milagro de la Vida. Esa intención tenía, de hecho, el poder de curar.
Tal vez la mente humana, tan limitada, no estaba preparada para percibir "todo", para percibir lo Real en su plenitud. Pero, aun en esta tesitura, detectar lo irreal era de mucha ayuda para no terminar siendo carne esclava de monstruo, para no terminar siendo devorado por una pesadilla.
Volviendo a Eres, en su sustrato de humanidad le costó un poco despojarse de sus propias interferencias. Cuanto más tiempo pasaba la musa en la tercera dimensión, más “artefactos chatarra” y más factores de irrealidad tenía adheridos, enmascarando su Conexión Real de Sentimiento puro.
Eres tenía ego sólo por estar ahí presente en aquel momento. Tenía cuerpo, identidad y mente; disfrutaba de la experiencia en el mundo tangible dentro de la "realidad" delimitada por su percepción mental. Tenía ego, y, por lo tanto, tenía también contaminación e interferencia obligada. El miedo era uno de estos factores de interferencia, y era muy lógico: miedo a no volver a ver a Alicia, miedo a que ella estuviera demasiado triste sin que él pudiera hacer nada, miedo a echarla demasiado de menos. El apego era otra interferencia lógica: esa sensación de que se iba a morir si se separaba de ella, ese “no vivo sin ti” que en realidad quería decir “creo -erróneamente- que no vivo sin ti”.
Los seres humanos romantizaban generalmente el apego. Y, bueno, romantizar no estaba mal (ni bien) en sí mismo, siempre y cuando uno no quedase a la deriva, atrapado en la belleza de lo que disfrutaba. Porque, paradójicamente, era la Luz de "morir" lo que a veces atraía a las polillas humanas, capaces de ver en ella el paraíso más hermoso: el vértigo al límite, la intensidad del final, la pérdida total de ataduras y control. Exactamente como un orgasmo, pero a escala cósmica y por definición imposible, inalcanzable. Si era verdad que aquella pulsión de muerte no podía evitarse, simplemente ser consciente de ella podía ser la diferencia entre sobrevivir y vivir. Aunque sonara a fruslería, conocer los propios límites y saber de la tendencia a quedar enganchado en la fantasía de muerte -reconocer "debilidad", si quieres llamarlo así- era de hecho PODER para un humano.
Mientras Eres pasaba sus manos sobre Alicia, Alan seguía escribiendo aun sin usar las suyas, solo preñando su mente. Escribía sin trazos sobre ese juego de muerte sibilino y tan romántico: “no puedo vivir sin ella”, traducido a “creo que muero sin ella”, cuando sin embargo uno no podía estar más vivo mientras lo decía. En cuestión de apego, el humano REACCIONABA desde una herida en lugar de SENTIR como unidad desde su ser completo. El mecanismo del apego era precisamente ese: el humano reaccionando ante la incomodidad extrema de estar “separado” de algo o alguien, porque de hecho ese humano creía en la separación; porque asumía que en lo físico, en la presencia y en el roce empezaba y terminaba todo. Lo cual no dejaba de ser una trampa y una creencia. Era muy gracioso como muchos humanos se las daban de ateos y lo único que pasaba era que ponían a su dios en otra parte. ¿Cuál es el Dios de los ateos, cuántos dioses hay? Ateos politeístas; resultaba demasiado irónico, pero así era. ¿En qué crees, ateo? ¿Crees en que mueres sin algo, en que tú mueres si no tienes un objeto, si no tienes un ser? ¿Crees que de verdad puedes poseer o tener a otro ser? ¿Crees que mueres tú si alguien decide marcharse? Y mientras dices que no vives, vives. Ateo, tu dios es la mentira, tu dios es la ilusión.
Eres era consciente de sus propias interferencias circunstanciales, claro que sí. Incluso había llegado a manejar un poco de ira a consecuencia del apego, porque, «Alan, ¡por favor! ¿Cómo puede ser que no te acerques a ella? ¡Es por tu culpa que “yo” estoy separado de ella!». Y, ay, “yo” era otra interferencia, la interferencia instrumental y necesaria en la tercera dimensión: La interferencia de la identidad.
La identidad, que consistía en pasar de SER a ERES, y de ERES a ERES TÚ (con tu nombre); a “soy yo”, a “soy ALGO”.
La identidad: el lastre de creer que en efecto había un QUIÉN inamovible más allá de las circunstancias en cada momento presente. Un "quién" que era un crisol de "rasgos" y que respondería por defecto a la horrible pregunta "¿Quién soy yo?".
¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú? Una Per-Sona, una voz tras una máscara. Muchas voces en un solo individuo, muchas máscaras. Infinitas.
Per-sona. Per-sonalidad. Cualidad de la voz detrás de la máscara, acaso. Cualidad. Hay palabras que están definitivamente sobrevaloradas.
"Fulanito no tiene personalidad" (per-sona-lidad)."Sé tú mismo", "Recuerda quién eres"... cuánto sufrimiento innecesario sobre algo cuya certeza de existencia era sencillamente imposible.
¿Has intentado alguna vez "ser tú mismo"? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Para qué, para quién? ¡Es de locos! Es para descojonarse semejante pretensión; para descojonarse casi tanto como asumir que en verdad existe lo que podrías llamar un "tú mismo" estático, como una calcomanía, un molde o una jodida plantilla que definiera un ser por los siglos de los siglos, sin remedio y sin vuelta atrás. "Rasgos", "virtudes", "defectos"... ¿de qué cabeza iluminada salió ese cuento?¿Cuántos cuentos nos contaron a los humanos sin que nos enterásemos? Lo gracioso es que fueron otros humanos quienes contaron los cuentos, hasta donde se tiene constancia. Los humanos nos enredamos los unos a los otros por lo pronto, al margen de las teorías de conspiraciones extraterrestres, leyendas de pactos con arcontes y asintriones, etc. Ni qué decir tiene que en ese jardín no me meteré, pero lo que es seguro es que el ser humano estaba/estábamos ahí, como agente y, al mismo tiempo, como masa de barro fácil de moldear y manipular de la forma que fuese.
Definitivamente, ejercer la capacidad de decisión en cada momento -o al menos intentarlo- tiene más que ver con "ser" que el slogan vomitivo "sé tú mismo, ten personalidad".
He usado la palabra "lastre", has leído bien. La identidad es un lastre sin el cual no es posible vivir en el universo mental. La identidad responde a la pregunta "¿qué ego (no) me define hoy?", equiparable a "qué bragas o qué calzones me pongo" (hoy, o a lo peor mañana, o a lo peor "siempre".). Y cualquier cosa que uno se "ponga", cualquier cosa o atributo que uno crea que le define, paradójicamente nunca será cierta, porque será siempre una cosa y no (un) ser. Porque será siempre una cosa, una actitud, un modo; una moda, una costumbre, una etiqueta, un ideal. Un fantasma. No es verdad que alguien sea "rencoroso", "enamoradizo", "generoso", "patriota", "triunfador", "perdedor", "bueno" o "malo" más allá de las circunstancias y por definición, de forma monolítica e inamovible, como lo que llaman "forma de ser".
¡"Forma de ser"! ¿Qué diablos de cuento es ese? ¿De alguna manera puede demostrarse que existe algo así? Si acaso una serie de actitudes, modos, etiquetas recurrentes, elegidas o aleatorias, podría acercarse al concepto.
Identidad. Pasar de ser a soy, de soy a quién soy, a soy algo, a soy "una cosa". Una cosa no tiene nada que ver con (un) ser, nada en absoluto.
Justo desde esa identidad, de la cual un humano no podría despojarse más que a través de lo que llaman locura, Eres le echaba en cara a Alan precisamente eso mismo: «Alan, ¿Por qué no puedes simplemente desconectar por un rato la mente y Ser, por un instante y otro, respirar, en presente?¿Por qué te escondes siempre detrás de tu escritura en lugar de ser? ¿Por qué, tanto tú como Alicia, jugáis a esta mezcla rara entre “el gato y el ratón” y el “tú la llevas” en lugar de trataros el uno al otro como seres humanos que sois? ¿Por qué no te mueves de tu puto sofá?»
Había logrado la exasperada musa serenarse lo bastante para liberarse de las cosas más molestas, sin embargo. Al menos lo bastante para poder proyectar y emitir lo único real: lo que podía Sentir. Esa Energía de Amor Incondicional, el Sentimiento desde su ser completo. Para esto, simplemente, había que elegir Sentir (elegir Amor). A veces no era sencillo mantenerse en la luz de lo único real, pero, si se intentaba con plena intención, era posible. Era posible desistir de una vez de entender, y centrarse en Sentir. “Difícil” significaba eso al final: “posible”.
Finalmente, a pesar de las interferencias humanas, Eres había logrado concentrar un buen flujo de Alta Vibración “divina”. El Sentimiento puro era real por sí mismo al fin y al cabo, no como las interferencias (reacciones emocionales, pensamientos, esquemas de pensamiento implantados, falsas creencias), que eran reales cuando alguien creía en ellas y les otorgaba poder. Había traspasado el Sentimiento a Alicia a través de la conexión energética que les unía, porque entendía que todo ser humano tenía derecho a liberarse de chatarra. Porque el humano que no quisiera liberarse, simplemente no se iba a liberar, hiciera una musa lo que hiciese. Sin embargo, para el humano que sí se quería liberar -en lo posible- de todo cuanto no era Amor, la Vibración Alta tenía siempre ese efecto: despejaba, transmutaba o alejaba interferencias emocionales, de pensamiento y hasta físicas. Y claro, dado que la energía/materia no se creaba ni se destruía, esta densidad energética de las interferencias era colocada donde correspondía en el universo, una vez despejada de un sistema que había decidido no ser su sitio.
—Adiós, Ali…—musitó, inclinándose para besarla cuando advirtió que el sol despuntaba a través de la ventana—Lo siento mucho. No quiero irme, lo siento. Lo siento.
Suspiró. Porque no se trataba tanto de pedir perdón –no necesitaba que Alicia le dejase ir de esa manera, y por otro lado tampoco estaba seguro de merecerlo- sino de simplemente “sentirlo”. Lo sentía, y tanto que sí.
—Ojalá pueda venir a hacer el amor todas las noches que me quieras… si me vuelves a llamar—suspiró. Y dijo algo a continuación que le sorprendió a él mismo en su propia voz—Te quiero. Te elijo.
Frunció el ceño el elfito, aunque entendía que experimentar confusión era también parte lógica del proceso de la vida.
Amar era más divino que humano. Querer era más humano que divino. Eran sentimientos distintos, y ambos eran reales. Ambos procedían de todo su ser, aunque Amar iba desprovisto de coordenadas. Amar era el camino del alma, y querer era una elección en el eje espacio-tiempo que enmarcaba lo que los humanos llamaban "vida". "Querer" era eso, una elección sustentada en lo importante en un momento y lugar, en las ganas, en la pasión, en la presencia, con consciencia plena dentro de los límites. Ah, qué maravillosa era la experiencia en la tercera dimensión, aunque “doliera” en aquel momento salir por la ventana.
Fue difícil para la musa marcharse y dejar atrás a Alicia, pero no le quedaba más remedio.
Cuando por fin terminaron de follar, se mantuvo a su lado durante unas pocas horas, solo viéndola dormir. Eres no era del todo humano en definitiva; tenía cuerpo, sí, y estaba físicamente cansado después de la sucesión de cabalgadas, pero no tanto como para caer redondo y que su armadura física simplemente se negara a responder.
Aprovechó aquellas últimas horas antes del amanecer, mientras Alicia dormía en la cama revuelta, para hacer algo parecido a aquella “psy-ball” que había manifestado a través de la intención días atrás, solo que esta vez sin lanzar nada como proyectil a distancia. Se limitó a estar allí sentado junto a ella, a respirar y a concentrar en los centros vibratorios (chakras) de sus manos todo el Sentimiento sin interferencias que podía, haciendo fluir esta energía y bombeándola con el corazón y la mente desde todo su ser hasta las palmas y los dedos. Cuando el pulso eléctrico y la Luz se sintieron con claridad más allá de la piel, envolviendo sus manos, cobrando consistencia hasta percibirse incluso como si la energía fuera a transformarse en algo sólido (materia), Eres pasó suavemente las palmas por encima de Alicia sin llegar a tocarla. Permitió de este modo, a través de una caricia sin contacto, que la Frecuencia de Alta Vibración penetrase hasta el mínimo resquicio donde más necesaria fuese.
Eres podía hacer aquello como humano porque los seres humanos siempre habían tenido esa capacidad, desde el principio de su existencia, lo supieran o no. La capacidad de crear y manifestar Universo. La capacidad de manifestar Todo lo que Es a imagen y semejanza del ser humano y del alma de Universo: Todo lo completo y por lo tanto real. Todo lo que ni en sueños puede entenderse, pero puede Sentirse. El ser completo (el humano), por naturaleza era capaz de manifestar lo infinito en forma de Sentimiento Puro, y de impulsarlo con su Intención.
Sentimiento sin interferencias simplemente era (es) eso: Sentimiento puro sin contaminar. Algunos lo llamaban “Luz”; otros “Amor” o “Conexión Real”, otros “Sentimiento desde el ser Completo como Unidad” versus “reacción emocional parcial desde una herida o una parte de un ser”. Y así, lo que no era Amor - lo que no era Luz, lo que no era Sentimiento desde un ser Completo-, era factor de irrealidad en comparación; era interferencia o “chatarra”, causa directa de sufrimiento. Lo triste en las interferencias siempre había sido que muchos seres quedaban atrapados en ellas, al tomarlas como reales. Como si algo parcial tuviera más poder que un ser completo, de hecho. Una creencia tan funesta como poderosa.
Considerando que ego (ego = lo contrario a “ser” y a “unidad”: atributos, etiquetas, estereotipos, expectativas, ideales, cuerpo físico sin más, “partes”, todo lo que no es presente) tenía una función instrumental en todo humano, por la mera experiencia en la tercera dimensión, erradicar TODO el sufrimiento era imposible. Era inevitable sufrir un poco, y además era necesario como necesaria es la oscuridad de la noche para que las estrellas puedan brillar. Pero bien es cierto que –y esto Alan lo sabía, y por eso lo sabía también Eres- los humanos no estaban (no están, no estamos) entrenados en esta decisión vital de “no sufrir más de lo necesario”. La decisión única, en verdad, era simplemente no querer quedar atrapados en lo irreal, parcial e incompleto. La decisión vital era, sin más, la más sincera y potente intención de liberarse de la fantasía de muerte en vida. Esa intención era, después del Amor, lo más poderoso en la naturaleza humana: el impulso hacia el milagro de la Vida. Esa intención tenía, de hecho, el poder de curar.
Tal vez la mente humana, tan limitada, no estaba preparada para percibir "todo", para percibir lo Real en su plenitud. Pero, aun en esta tesitura, detectar lo irreal era de mucha ayuda para no terminar siendo carne esclava de monstruo, para no terminar siendo devorado por una pesadilla.
Volviendo a Eres, en su sustrato de humanidad le costó un poco despojarse de sus propias interferencias. Cuanto más tiempo pasaba la musa en la tercera dimensión, más “artefactos chatarra” y más factores de irrealidad tenía adheridos, enmascarando su Conexión Real de Sentimiento puro.
Eres tenía ego sólo por estar ahí presente en aquel momento. Tenía cuerpo, identidad y mente; disfrutaba de la experiencia en el mundo tangible dentro de la "realidad" delimitada por su percepción mental. Tenía ego, y, por lo tanto, tenía también contaminación e interferencia obligada. El miedo era uno de estos factores de interferencia, y era muy lógico: miedo a no volver a ver a Alicia, miedo a que ella estuviera demasiado triste sin que él pudiera hacer nada, miedo a echarla demasiado de menos. El apego era otra interferencia lógica: esa sensación de que se iba a morir si se separaba de ella, ese “no vivo sin ti” que en realidad quería decir “creo -erróneamente- que no vivo sin ti”.
Los seres humanos romantizaban generalmente el apego. Y, bueno, romantizar no estaba mal (ni bien) en sí mismo, siempre y cuando uno no quedase a la deriva, atrapado en la belleza de lo que disfrutaba. Porque, paradójicamente, era la Luz de "morir" lo que a veces atraía a las polillas humanas, capaces de ver en ella el paraíso más hermoso: el vértigo al límite, la intensidad del final, la pérdida total de ataduras y control. Exactamente como un orgasmo, pero a escala cósmica y por definición imposible, inalcanzable. Si era verdad que aquella pulsión de muerte no podía evitarse, simplemente ser consciente de ella podía ser la diferencia entre sobrevivir y vivir. Aunque sonara a fruslería, conocer los propios límites y saber de la tendencia a quedar enganchado en la fantasía de muerte -reconocer "debilidad", si quieres llamarlo así- era de hecho PODER para un humano.
Mientras Eres pasaba sus manos sobre Alicia, Alan seguía escribiendo aun sin usar las suyas, solo preñando su mente. Escribía sin trazos sobre ese juego de muerte sibilino y tan romántico: “no puedo vivir sin ella”, traducido a “creo que muero sin ella”, cuando sin embargo uno no podía estar más vivo mientras lo decía. En cuestión de apego, el humano REACCIONABA desde una herida en lugar de SENTIR como unidad desde su ser completo. El mecanismo del apego era precisamente ese: el humano reaccionando ante la incomodidad extrema de estar “separado” de algo o alguien, porque de hecho ese humano creía en la separación; porque asumía que en lo físico, en la presencia y en el roce empezaba y terminaba todo. Lo cual no dejaba de ser una trampa y una creencia. Era muy gracioso como muchos humanos se las daban de ateos y lo único que pasaba era que ponían a su dios en otra parte. ¿Cuál es el Dios de los ateos, cuántos dioses hay? Ateos politeístas; resultaba demasiado irónico, pero así era. ¿En qué crees, ateo? ¿Crees en que mueres sin algo, en que tú mueres si no tienes un objeto, si no tienes un ser? ¿Crees que de verdad puedes poseer o tener a otro ser? ¿Crees que mueres tú si alguien decide marcharse? Y mientras dices que no vives, vives. Ateo, tu dios es la mentira, tu dios es la ilusión.
Eres era consciente de sus propias interferencias circunstanciales, claro que sí. Incluso había llegado a manejar un poco de ira a consecuencia del apego, porque, «Alan, ¡por favor! ¿Cómo puede ser que no te acerques a ella? ¡Es por tu culpa que “yo” estoy separado de ella!». Y, ay, “yo” era otra interferencia, la interferencia instrumental y necesaria en la tercera dimensión: La interferencia de la identidad.
La identidad, que consistía en pasar de SER a ERES, y de ERES a ERES TÚ (con tu nombre); a “soy yo”, a “soy ALGO”.
La identidad: el lastre de creer que en efecto había un QUIÉN inamovible más allá de las circunstancias en cada momento presente. Un "quién" que era un crisol de "rasgos" y que respondería por defecto a la horrible pregunta "¿Quién soy yo?".
¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú? Una Per-Sona, una voz tras una máscara. Muchas voces en un solo individuo, muchas máscaras. Infinitas.
Per-sona. Per-sonalidad. Cualidad de la voz detrás de la máscara, acaso. Cualidad. Hay palabras que están definitivamente sobrevaloradas.
"Fulanito no tiene personalidad" (per-sona-lidad)."Sé tú mismo", "Recuerda quién eres"... cuánto sufrimiento innecesario sobre algo cuya certeza de existencia era sencillamente imposible.
¿Has intentado alguna vez "ser tú mismo"? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Para qué, para quién? ¡Es de locos! Es para descojonarse semejante pretensión; para descojonarse casi tanto como asumir que en verdad existe lo que podrías llamar un "tú mismo" estático, como una calcomanía, un molde o una jodida plantilla que definiera un ser por los siglos de los siglos, sin remedio y sin vuelta atrás. "Rasgos", "virtudes", "defectos"... ¿de qué cabeza iluminada salió ese cuento?¿Cuántos cuentos nos contaron a los humanos sin que nos enterásemos? Lo gracioso es que fueron otros humanos quienes contaron los cuentos, hasta donde se tiene constancia. Los humanos nos enredamos los unos a los otros por lo pronto, al margen de las teorías de conspiraciones extraterrestres, leyendas de pactos con arcontes y asintriones, etc. Ni qué decir tiene que en ese jardín no me meteré, pero lo que es seguro es que el ser humano estaba/estábamos ahí, como agente y, al mismo tiempo, como masa de barro fácil de moldear y manipular de la forma que fuese.
Definitivamente, ejercer la capacidad de decisión en cada momento -o al menos intentarlo- tiene más que ver con "ser" que el slogan vomitivo "sé tú mismo, ten personalidad".
He usado la palabra "lastre", has leído bien. La identidad es un lastre sin el cual no es posible vivir en el universo mental. La identidad responde a la pregunta "¿qué ego (no) me define hoy?", equiparable a "qué bragas o qué calzones me pongo" (hoy, o a lo peor mañana, o a lo peor "siempre".). Y cualquier cosa que uno se "ponga", cualquier cosa o atributo que uno crea que le define, paradójicamente nunca será cierta, porque será siempre una cosa y no (un) ser. Porque será siempre una cosa, una actitud, un modo; una moda, una costumbre, una etiqueta, un ideal. Un fantasma. No es verdad que alguien sea "rencoroso", "enamoradizo", "generoso", "patriota", "triunfador", "perdedor", "bueno" o "malo" más allá de las circunstancias y por definición, de forma monolítica e inamovible, como lo que llaman "forma de ser".
¡"Forma de ser"! ¿Qué diablos de cuento es ese? ¿De alguna manera puede demostrarse que existe algo así? Si acaso una serie de actitudes, modos, etiquetas recurrentes, elegidas o aleatorias, podría acercarse al concepto.
Identidad. Pasar de ser a soy, de soy a quién soy, a soy algo, a soy "una cosa". Una cosa no tiene nada que ver con (un) ser, nada en absoluto.
Justo desde esa identidad, de la cual un humano no podría despojarse más que a través de lo que llaman locura, Eres le echaba en cara a Alan precisamente eso mismo: «Alan, ¿Por qué no puedes simplemente desconectar por un rato la mente y Ser, por un instante y otro, respirar, en presente?¿Por qué te escondes siempre detrás de tu escritura en lugar de ser? ¿Por qué, tanto tú como Alicia, jugáis a esta mezcla rara entre “el gato y el ratón” y el “tú la llevas” en lugar de trataros el uno al otro como seres humanos que sois? ¿Por qué no te mueves de tu puto sofá?»
Había logrado la exasperada musa serenarse lo bastante para liberarse de las cosas más molestas, sin embargo. Al menos lo bastante para poder proyectar y emitir lo único real: lo que podía Sentir. Esa Energía de Amor Incondicional, el Sentimiento desde su ser completo. Para esto, simplemente, había que elegir Sentir (elegir Amor). A veces no era sencillo mantenerse en la luz de lo único real, pero, si se intentaba con plena intención, era posible. Era posible desistir de una vez de entender, y centrarse en Sentir. “Difícil” significaba eso al final: “posible”.
Finalmente, a pesar de las interferencias humanas, Eres había logrado concentrar un buen flujo de Alta Vibración “divina”. El Sentimiento puro era real por sí mismo al fin y al cabo, no como las interferencias (reacciones emocionales, pensamientos, esquemas de pensamiento implantados, falsas creencias), que eran reales cuando alguien creía en ellas y les otorgaba poder. Había traspasado el Sentimiento a Alicia a través de la conexión energética que les unía, porque entendía que todo ser humano tenía derecho a liberarse de chatarra. Porque el humano que no quisiera liberarse, simplemente no se iba a liberar, hiciera una musa lo que hiciese. Sin embargo, para el humano que sí se quería liberar -en lo posible- de todo cuanto no era Amor, la Vibración Alta tenía siempre ese efecto: despejaba, transmutaba o alejaba interferencias emocionales, de pensamiento y hasta físicas. Y claro, dado que la energía/materia no se creaba ni se destruía, esta densidad energética de las interferencias era colocada donde correspondía en el universo, una vez despejada de un sistema que había decidido no ser su sitio.
—Adiós, Ali…—musitó, inclinándose para besarla cuando advirtió que el sol despuntaba a través de la ventana—Lo siento mucho. No quiero irme, lo siento. Lo siento.
Suspiró. Porque no se trataba tanto de pedir perdón –no necesitaba que Alicia le dejase ir de esa manera, y por otro lado tampoco estaba seguro de merecerlo- sino de simplemente “sentirlo”. Lo sentía, y tanto que sí.
—Ojalá pueda venir a hacer el amor todas las noches que me quieras… si me vuelves a llamar—suspiró. Y dijo algo a continuación que le sorprendió a él mismo en su propia voz—Te quiero. Te elijo.
Frunció el ceño el elfito, aunque entendía que experimentar confusión era también parte lógica del proceso de la vida.
Amar era más divino que humano. Querer era más humano que divino. Eran sentimientos distintos, y ambos eran reales. Ambos procedían de todo su ser, aunque Amar iba desprovisto de coordenadas. Amar era el camino del alma, y querer era una elección en el eje espacio-tiempo que enmarcaba lo que los humanos llamaban "vida". "Querer" era eso, una elección sustentada en lo importante en un momento y lugar, en las ganas, en la pasión, en la presencia, con consciencia plena dentro de los límites. Ah, qué maravillosa era la experiencia en la tercera dimensión, aunque “doliera” en aquel momento salir por la ventana.
Ciudad Cristal
El reino de fantasía que está en todas partes también vivía en la mente de Alan. En la mente y en el corazón de Alan –en Alan a secas, más bien, en todo él-, este reino tenía el aspecto particular de una ciudad de cristal infinita. Allí se desplegaba el “limbo” donde las criaturas diversas –las plantas, las flores, los personajes de todo tipo, las musas- pernoctaban bajo las estrellas cuando no ocupaban palabras. Ciudad Cristal era uno de los muchos, infinitos hogares donde vivían todas las criaturas mientras el creador no escribía, o cuando alguien cerraba uno de sus libros. Había edificios grandes y otros pequeños; casas, casitas, torres y palacios, lagos y bosques. Algunas fachadas eran casi transparentes; otras de plata bruñida y otras como ópalo de fuego. Otras seguían siendo cristalinas pero mostraban opacidad, como el cuarzo ahumado, con algún arcoíris por fractura interna. Todas las construcciones parecían respirar y cambiar cuando uno dejaba de observarlas, porque todas ellas, en verdad, estaban vivas. No había elemento inerte ni naturaleza muerta en Ciudad Cristal.
El lugar estaba animado aquella madrugada. Cuando Alan dormía o semi-dormía, se montaban en la plaza unas fiestas legendarias. No tenía Eres mucho ánimo de fiesta al llegar, por desgracia, sin embargo.
—Hey, musita—le llamó una voz socarrona desde uno de los tejados—¿Estás buscando a tus hermanas?
Eres –a quien en aquellos lares conocían más por Yinn de la Soledad, la Oscuridad y el Verbo- levantó la vista para saludar al demonio Dharta, que era quien había hablado. Allí mismo estaba el personaje, encaramado al tejado de una hermosa casa abandonada, sentado en el borde del alero con las piernas colgando. Sonreía de oreja a oreja para no variar, entre mascadas al chicle de fresa ácida que rumiaba, mientras la brisa nocturna le revolvía los larguísimos cabellos.
—En realidad solo tengo ganas de meterme en un armario y morir un poco—confesó la musa.
Dharta tenía fama de impresentable y de crápula, y precisamente por eso era un gustazo estar con él, por lo menos para Eres. Sentía que con él podía ser sincero siempre sin temor a escandalizar, ofender o herir, y esto era un alivio grande. Siendo Eres/Yinn la musa del verbo, medir todos los días lo que decía para no soliviantar a los más frágiles oídos sin mentir terminaba resultando agotador.
El demonio soltó una carcajada al viento y saltó al suelo, aterrizando como gato sobre ambos pies sin hacer apenas ruido, justo delante de Eres.
—Ah, cabronazo—Apreciaba bastante a la musa, y no quería cabrearla sin necesidad por hablarle en femenino; era cuidadoso el demonio, cuando quería serlo—Te has pegado una juerga de la leche, eh. Maldito seas, aun te baila el cuerpo entero.
Eres miró al demonio con expresión indefinida. Por un momento se sintió tentado a abrir la boca para sincerarse del todo, para decir algo como “estoy hecho mierda, Dharta. No sé lo que estoy haciendo y tengo miedo de que todo se me vaya de las manos”. Pero, por otro lado, fuera del mundo humano ya, era más sencillo Sentir… y, bueno, independientemente de la nostalgia, del apego y de otras cosas, la musa tenía que admitir que comenzaba a sentirse bien. Se encontraba triste pero tranquilo al mismo tiempo, permeable la paz que irradiaban los muros del lugar sagrado que era Ciudad Cristal, y poco a poco impregnándose de ella. Ciudad Cristal: allí donde lo irreal no podía poseer a una criatura, nunca, jamás. Ese era el estado natural de Eres como musa y criatura en su lugar de origen: Paz. Incluso paz en la incomodidad que obligaba al movimiento. Maravilloso equilibrio inestable era la danza de la vida.
—Cómo te envidio…—masculló Dharta sin dejar de sonreír, sacudiendo la cabeza—Alan me lo ha mostrado todo, angelito es. Sabes, musa, esa humana te ha elegido a ti… ¡porque no me conoce a mí!—se pegó unas buenas risas con todo su morro— “Alma de Universo”, “cosquillas en el cerebro”, blablablá.
Eres alzó una ceja mientras miraba a Dharta de través. Ah, le tenía demasiado aprecio al demonio para que le molestara ni tan siquiera un poco lo que soltaba por la boca… pero bueno, tampoco tenía ganas de reírle la gracia. También sabía que exageraba, porque dudaba mucho que Alan le hubiera mostrado “todo”, como él decía. En fin, el demonio era así, hasta cierto punto entrañable le parecía a Eres.
—Amigo, háblame, va. Estás muy serio, ¿qué pasa? —Dharta había fruncido el ceño y ahora miraba a la musa con discreta confusión—¿No irá en serio que estás mal por…?
Eres resopló. Tomó una bocanada de aire, y sus hombros cayeron al exhalar. Su cuerpo conservaba los colores aunque se había vuelto casi tan etéreo como los edificios que le rodeaban –lo mismo que el cuerpo de Dharta-, pero él aún continuaba estremecido por sentirlo.
—Da igual. Da igual, solo necesito… necesito un rato de tranquilidad. Nada más. Oye, ¿por casualidad no habrás visto a Hache?
El demonio negó con la cabeza. Hacía siglos que no veía al trilero llamado así, a decir verdad. De hecho, ni se había enterado de que el trilero se transformó en un mago.
—No, qué va. Quien sí ha estado dando vueltas por aquí es tu hermana la loca, y a ratos… tu otra hermana, esta que es como un cadáver andante.
“Essel”. Dharta sabía perfectamente que el cadáver andante se llamaba Essel, la quinta musa, la musa de la Muerte y del Final. La otra, la “hermana loca”, era Aldérik, la musa del Cambio: La Séptima, o “Al Téspami”, como ella solía decir. El cadáver andante era dulce y amable en el trato, pero a la otra no había quien la entendiese, porque solo se comunicaba en aparente caos de anagrama sistemático. A él, personalmente, le estresaban bastante las dos, y ya encima juntas para qué decir.
Eres suspiró de nuevo. Todo un enamorado humano estaba hecho, deshaciéndose en suspiros.
—Ya, bueno, no… no tengo muchas ganas de ver a ninguna de mis hermanas, la verdad. —“Si acaso a Aru”, pensó. Aru era Amor. Amor-de-Alan, la llamaban. Y bueno, Amor-de-Ki, porque Ki era de hecho el padre de Alan… pero esa sí que es una historia demasiado complicada para contar ahora (y no queremos que nadie sufra un colapso, claro que no) —¿Qué vas a hacer tú?
Lo preguntaba por curiosidad, no porque le apeteciera acompañarle a nada. Dharta lo sabía, y le pareció muy bien.
—Ah. Yo… supongo que estoy esperando a Maddox. Estamos en cola para ir a la casa de putos, ja, ja.
Oh. Eres no estuvo seguro de entender aquella última frase, pero claro, supuso que sería cosa de Alan. Ya se conectaría con él y miraría al fondo de ese cajón, porque eso de la casa de putos sonaba al tipo de historia que el no-escritor disfrutaría como un enano. Y si Alan se enganchaba con una historia, todo aquel habitante de Ciudad Cristal susceptible de ser transformado en palabras quedaría enganchado también, de uno u otro modo. Era un vivir al límite constante para escritor y para sus criaturas, y quizá también para quién sabía quiénes más; era un auténtico privilegio, algo así como el más tierno secreto a voces al borde de un barranco.
—No está lejos—continuó Dharta, refiriéndose a la mencionada casa de putos—Hay una réplica ahí mismo, no sé si alcanzas a ver las luces de neón.
—Las veo, las veo. Tan bajito no soy, joder.
—Ah. Pues eso. Esa es la idea. Si te acercas, seguramente oirás gritos, gemidos y chasquidos de látigo.
La musa esbozó una pequeña sonrisa que no tuvo que forzar.
—Wow. Parece guay. Ya me contarás cómo va.
—Seguro que irá de miedo. Maddox se quiere volver a morir—el demonio soltó una carcajada aspirada en un soplido—pobrecito.
—Pobrecito, sí—corroboró Eres sin atisbo de duda—Bueno, Dharta. Creo que iré un rato al cañaveral y luego… en fin. Ya nos vemos. Cuídate, amigo.
Levantó una mano para despedirse del demonio y acto seguido se giró, dándole la espalda también al resplandor de neón que llegaba desde aquella réplica de presunto club nocturno. Comprendía que Dharta quisiera ir a visitar la nueva construcción de la ciudad, al menos para satisfacer curiosidad momentánea. Seguramente el demonio se moría por ir al lugar de verdad, aunque, si Alan le llevaba ahí, una vez Dharta fuera parte de la historia no recordaría nada de “la idea” que había visitado en Ciudad Cristal. Era el efecto colateral de vivir allí como criatura: que pocas cosas recordabas sobre gente y lugares cuando salías para formar parte de páginas escritas. Ser escrito era, para casi todas las criaturas, como volver a nacer y empezar de cero en todo. Solo las musas recordaban el camino de regreso, aunque en realidad todas las criaturas salían y entraban a voluntad, porque Alan nunca decía que no cuando alguna necesitaba renacer. Bueno, en honor a la verdad, a veces era necesario patearle la “barriga” un poco, pero en fin, tarde o temprano el creador siempre daba a luz a todo aquello que necesitara salir.
—Cuídate tú también. Y háblale de mí a tu humana. Dile que yo la tengo más grande, ja.
—Ja, ja. No puedo hacer eso, ya sabes que no puedo mentir—guiñó el ojo en gesto de camaradería y volvió a agitar la mano, antes de echar a andar hacia el área apartada de las construcciones donde se encontraba el cañaveral.
El lugar estaba animado aquella madrugada. Cuando Alan dormía o semi-dormía, se montaban en la plaza unas fiestas legendarias. No tenía Eres mucho ánimo de fiesta al llegar, por desgracia, sin embargo.
—Hey, musita—le llamó una voz socarrona desde uno de los tejados—¿Estás buscando a tus hermanas?
Eres –a quien en aquellos lares conocían más por Yinn de la Soledad, la Oscuridad y el Verbo- levantó la vista para saludar al demonio Dharta, que era quien había hablado. Allí mismo estaba el personaje, encaramado al tejado de una hermosa casa abandonada, sentado en el borde del alero con las piernas colgando. Sonreía de oreja a oreja para no variar, entre mascadas al chicle de fresa ácida que rumiaba, mientras la brisa nocturna le revolvía los larguísimos cabellos.
—En realidad solo tengo ganas de meterme en un armario y morir un poco—confesó la musa.
Dharta tenía fama de impresentable y de crápula, y precisamente por eso era un gustazo estar con él, por lo menos para Eres. Sentía que con él podía ser sincero siempre sin temor a escandalizar, ofender o herir, y esto era un alivio grande. Siendo Eres/Yinn la musa del verbo, medir todos los días lo que decía para no soliviantar a los más frágiles oídos sin mentir terminaba resultando agotador.
El demonio soltó una carcajada al viento y saltó al suelo, aterrizando como gato sobre ambos pies sin hacer apenas ruido, justo delante de Eres.
—Ah, cabronazo—Apreciaba bastante a la musa, y no quería cabrearla sin necesidad por hablarle en femenino; era cuidadoso el demonio, cuando quería serlo—Te has pegado una juerga de la leche, eh. Maldito seas, aun te baila el cuerpo entero.
Eres miró al demonio con expresión indefinida. Por un momento se sintió tentado a abrir la boca para sincerarse del todo, para decir algo como “estoy hecho mierda, Dharta. No sé lo que estoy haciendo y tengo miedo de que todo se me vaya de las manos”. Pero, por otro lado, fuera del mundo humano ya, era más sencillo Sentir… y, bueno, independientemente de la nostalgia, del apego y de otras cosas, la musa tenía que admitir que comenzaba a sentirse bien. Se encontraba triste pero tranquilo al mismo tiempo, permeable la paz que irradiaban los muros del lugar sagrado que era Ciudad Cristal, y poco a poco impregnándose de ella. Ciudad Cristal: allí donde lo irreal no podía poseer a una criatura, nunca, jamás. Ese era el estado natural de Eres como musa y criatura en su lugar de origen: Paz. Incluso paz en la incomodidad que obligaba al movimiento. Maravilloso equilibrio inestable era la danza de la vida.
—Cómo te envidio…—masculló Dharta sin dejar de sonreír, sacudiendo la cabeza—Alan me lo ha mostrado todo, angelito es. Sabes, musa, esa humana te ha elegido a ti… ¡porque no me conoce a mí!—se pegó unas buenas risas con todo su morro— “Alma de Universo”, “cosquillas en el cerebro”, blablablá.
Eres alzó una ceja mientras miraba a Dharta de través. Ah, le tenía demasiado aprecio al demonio para que le molestara ni tan siquiera un poco lo que soltaba por la boca… pero bueno, tampoco tenía ganas de reírle la gracia. También sabía que exageraba, porque dudaba mucho que Alan le hubiera mostrado “todo”, como él decía. En fin, el demonio era así, hasta cierto punto entrañable le parecía a Eres.
—Amigo, háblame, va. Estás muy serio, ¿qué pasa? —Dharta había fruncido el ceño y ahora miraba a la musa con discreta confusión—¿No irá en serio que estás mal por…?
Eres resopló. Tomó una bocanada de aire, y sus hombros cayeron al exhalar. Su cuerpo conservaba los colores aunque se había vuelto casi tan etéreo como los edificios que le rodeaban –lo mismo que el cuerpo de Dharta-, pero él aún continuaba estremecido por sentirlo.
—Da igual. Da igual, solo necesito… necesito un rato de tranquilidad. Nada más. Oye, ¿por casualidad no habrás visto a Hache?
El demonio negó con la cabeza. Hacía siglos que no veía al trilero llamado así, a decir verdad. De hecho, ni se había enterado de que el trilero se transformó en un mago.
—No, qué va. Quien sí ha estado dando vueltas por aquí es tu hermana la loca, y a ratos… tu otra hermana, esta que es como un cadáver andante.
“Essel”. Dharta sabía perfectamente que el cadáver andante se llamaba Essel, la quinta musa, la musa de la Muerte y del Final. La otra, la “hermana loca”, era Aldérik, la musa del Cambio: La Séptima, o “Al Téspami”, como ella solía decir. El cadáver andante era dulce y amable en el trato, pero a la otra no había quien la entendiese, porque solo se comunicaba en aparente caos de anagrama sistemático. A él, personalmente, le estresaban bastante las dos, y ya encima juntas para qué decir.
Eres suspiró de nuevo. Todo un enamorado humano estaba hecho, deshaciéndose en suspiros.
—Ya, bueno, no… no tengo muchas ganas de ver a ninguna de mis hermanas, la verdad. —“Si acaso a Aru”, pensó. Aru era Amor. Amor-de-Alan, la llamaban. Y bueno, Amor-de-Ki, porque Ki era de hecho el padre de Alan… pero esa sí que es una historia demasiado complicada para contar ahora (y no queremos que nadie sufra un colapso, claro que no) —¿Qué vas a hacer tú?
Lo preguntaba por curiosidad, no porque le apeteciera acompañarle a nada. Dharta lo sabía, y le pareció muy bien.
—Ah. Yo… supongo que estoy esperando a Maddox. Estamos en cola para ir a la casa de putos, ja, ja.
Oh. Eres no estuvo seguro de entender aquella última frase, pero claro, supuso que sería cosa de Alan. Ya se conectaría con él y miraría al fondo de ese cajón, porque eso de la casa de putos sonaba al tipo de historia que el no-escritor disfrutaría como un enano. Y si Alan se enganchaba con una historia, todo aquel habitante de Ciudad Cristal susceptible de ser transformado en palabras quedaría enganchado también, de uno u otro modo. Era un vivir al límite constante para escritor y para sus criaturas, y quizá también para quién sabía quiénes más; era un auténtico privilegio, algo así como el más tierno secreto a voces al borde de un barranco.
—No está lejos—continuó Dharta, refiriéndose a la mencionada casa de putos—Hay una réplica ahí mismo, no sé si alcanzas a ver las luces de neón.
—Las veo, las veo. Tan bajito no soy, joder.
—Ah. Pues eso. Esa es la idea. Si te acercas, seguramente oirás gritos, gemidos y chasquidos de látigo.
La musa esbozó una pequeña sonrisa que no tuvo que forzar.
—Wow. Parece guay. Ya me contarás cómo va.
—Seguro que irá de miedo. Maddox se quiere volver a morir—el demonio soltó una carcajada aspirada en un soplido—pobrecito.
—Pobrecito, sí—corroboró Eres sin atisbo de duda—Bueno, Dharta. Creo que iré un rato al cañaveral y luego… en fin. Ya nos vemos. Cuídate, amigo.
Levantó una mano para despedirse del demonio y acto seguido se giró, dándole la espalda también al resplandor de neón que llegaba desde aquella réplica de presunto club nocturno. Comprendía que Dharta quisiera ir a visitar la nueva construcción de la ciudad, al menos para satisfacer curiosidad momentánea. Seguramente el demonio se moría por ir al lugar de verdad, aunque, si Alan le llevaba ahí, una vez Dharta fuera parte de la historia no recordaría nada de “la idea” que había visitado en Ciudad Cristal. Era el efecto colateral de vivir allí como criatura: que pocas cosas recordabas sobre gente y lugares cuando salías para formar parte de páginas escritas. Ser escrito era, para casi todas las criaturas, como volver a nacer y empezar de cero en todo. Solo las musas recordaban el camino de regreso, aunque en realidad todas las criaturas salían y entraban a voluntad, porque Alan nunca decía que no cuando alguna necesitaba renacer. Bueno, en honor a la verdad, a veces era necesario patearle la “barriga” un poco, pero en fin, tarde o temprano el creador siempre daba a luz a todo aquello que necesitara salir.
—Cuídate tú también. Y háblale de mí a tu humana. Dile que yo la tengo más grande, ja.
—Ja, ja. No puedo hacer eso, ya sabes que no puedo mentir—guiñó el ojo en gesto de camaradería y volvió a agitar la mano, antes de echar a andar hacia el área apartada de las construcciones donde se encontraba el cañaveral.
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Se sentó en la estrecha lengua de arena que conformaba una especie de playita entre vegetación y río. A ambos lados del talud, los juncos se balanceaban y doblaban dulcemente para besar el agua, apenas hendiendo su superficie cuando eran acariciados por la brisa de la noche. Se sentía uno en silencio y protegido, salvaguardado ahí.
—Te echo de menos…—musitó, abrazándose las rodillas y dejando que su mirada esmeralda se perdiera en las aguas negras ante sí—Quisiera… quisiera volver a tu lado. Echo de menos oírte reír.
Echaba de menos todo. La risa de Alicia, su voz, el brillo en sus ojos. Su cuerpo tensándose y luego soltando amarras para dar curso al placer y concatenar orgasmos. Echaba de menos la caricia de su mirada en la propia piel.
Sonrió con tristeza, mientras alargaba la mano para coger un palito y ponerse a juguetear con él, trazando formas sinuosas sobre la arena. Afortunadamente estaba en Ciudad Cristal ahora, en su hogar donde lo Real jamás se perdía de vista y lo irreal no podía poseerle a uno. Y no que Eres fuera una criatura humana susceptible de ser poseída o atrapada por lo que no era Amor, pero… bueno, las idas y venidas del mundo humano tenían ese rastro, dejaban esa huella de nostalgia y tristeza que también tenía su parte bella.
—Yinn…
La musa dio un pequeño bote mientras sus ojos se dirigían hacia la vocecita que inmediatamente había acertado a reconocer. Una voz suave que se mecía entre los juncos y se confundía con el murmullo de su vaivén.
—Aru.
—Hola, Yinni.
Desnuda y envuelta en un cálido halo de luz blanca –luz potente pero no deslumbrante-, una criaturita más pequeña y más delgada aun que Eres emergió de entre la vegetación para avanzar hacia este. Se movía con delicadeza natural, prácticamente flotando sobre la arena sin llegar a apoyar en ella los pies descalzos. Sus cabellos parecían hechos de jirones de aire, si acaso con la misma consistencia que el plumón del diente de león: esa bolita sobre la que uno sopla para confiarle un deseo secreto y dejarlo volar.
—Hola.
—¿Te importa si me siento contigo? ¿Prefieres que me vaya? —inquirió el ser de luz blanca, buscando una respuesta sincera porque en verdad quería adaptarse a lo que su hermana Oscura necesitase.
Yinn/Eres negó con la cabeza. En verdad, la compañía de Aru (Amor-de-Alan) era tan liviana que sería la única que podría soportar en aquel momento. Por algo Aru era la Primera de las siete musas alumbradas, y quizá gracias a ella fue que nacieron las otras seis.
—No, para nada. Quédate—musitó—aunque no quiero… no quiero ponerte triste, Aruru.
—Oh. ¡Pero no hay problema con eso!—sonrió feliz como niño la criaturita—Me gusta estar a tu lado, estemos como estemos—concluyó, con tono cariñoso de estar diciendo algo que era obvio y que su hermana ya debería saber.
Eres sonrió a su vez. Aru no pedía explicaciones jamás, y tampoco era de dar la charla gratuita. Quizá por eso su complexión era tan liviana y etérea como su compañía… aunque al mismo tiempo, precisamente por esto, no podría estar más presente donde quiera que estuviera.
—Gracias, Aruru.
—Gracias a ti por dejarme estar. ¿Quieres… quieres hablar de lo que te pasa?
De buena gana hubiera estrechado Aru a su hermana Oscura entre sus brazos de luz, pero no se atrevería a invadir su espacio sin permiso.
Eres/Yinn se encogió levemente de hombros y volvió a mirar fijamente al frente, dejando de nuevo que sus ojos se perdieran en las suaves ondulaciones del agua.
—Pues… no tengo muchas palabras. No sé.
—Ah, vaya. Eso es una novedad—rio Aru con inocencia—Tú eres quien siempre tiene palabras cuando nadie más tiene.
La musa Oscura soltó una pequeña risa a su vez. Era cierto, y qué ironía que las palabras se le resistieran precisamente ahora, cuando más las necesitaba. Porque el hecho es que sentía que le vendría bien -mejor que bien, a decir verdad- descargar y desahogar a través del verbo algunas de sus preocupaciones. Sabía que su hermana Aru escucharía.
—¿Sabes? Si te soy sincero, no entiendo muy bien lo que me pasa. Se supone que no debería reaccionar…
—¿Reaccionar?
Eres asintió y volvió a clavar en Aru su mirada fosforescente.
—Estoy… estoy triste. Echo de menos a Alicia. Me… duele—tragó saliva y se aguantó las lágrimas que de pronto amenazaron con asomar al borde de sus ojos, al tiempo que sin darse cuenta colocaba la mano a la altura de su corazón, por encima de la sudadera azul noche.
—Ay, Yinni. No lo entiendo, o no sé. Pero puedo sentirlo.
—¿Crees que es porque he estado demasiado cerca? Me he impregnado de humanidad—se mordió el labio y volvió a tragar saliva—y lo jodido es que me encanta.
Aru echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada cantarina.
—¡Te siento, hermana! Me hiciste cosquillas con eso. Oye, pero no consigo ver el problema. Perdóname, por favor. Incluso si te impregnas a ratos de humanidad… ¿cuál es el problema, si eso te hace feliz?
—No es tan sencillo, Aruru—rezongó Eres, rectificando su postura sobre la arena y secándose los ojos con la manga de la sudadera.
—No es como que vayas a perder tu inmortalidad o esos cuentos, ¿no? —rio el ser de luz blanca. Le hacía tremenda gracia que los humanos desconociesen que ellos mismos eran infinitos e inmortales en esencia, exactamente igual que ella misma—No sé, no ganas ni pierdes, simplemente cambias. Todos cambiamos, que se lo digan a Aldérik.
—Que me digas eso precisamente tú, que nunca cambias.
—Ah, sí que cambio. Me libero cada vez más, hermana. A cada momento soy más libre, bueno… lo que Alan me permite. Él lo intenta.
—Alan. Pff—Eres resopló y rompió de nuevo el contacto visual con su hermana de luz—esa es otra. Creo que estoy un poco enfadado con él.
Aru asintió y se removió sobre la arena de la playita, levantando una suave polvareda. Pensar -o más bien regirse por el pensamiento- no era lo suyo, pero se esforzaba.
—Mmmmh. Yinn, oye… igual voy a decir una tontería, pero…—musitó tras un breve lapso de reflexión—creo que estás enfadado con Alan porque te gustaría que Alan se acercase a Alicia. Porque si él lo hiciera, sería… sería la manera natural para tú poder estar siempre con ella también. Que yo sé que ya… ya estás siempre con ella, pero digo en el mundo humano. En definitiva, Eres eso que Alan cree que él no puede ser. Eres cuando él no sabe, no puede o no quiere ser… aún.
—¿Aún? —La musa oscura rio—Ya, ya. He pensado eso mismo también, Aruru. Tienes razón, no veo que sea una tontería, hermanita.
Extendió la mano para rozar cariñosamente el hombro ajeno envuelto en luz.
—Ah, ja,ja. No, la tontería viene ahora.
—¿Y cuál es la tontería?
Aru cerró los ojos un momento para concentrarse en las palabras que escogería. Solo en Ciudad Cristal podía hablar, y solo con sus hermanas. Y, desde luego, ni el pensamiento ni el lenguaje eran su terreno, pero lo intentaría con todas sus fuerzas y con todo su ser. Ella siempre hacía las cosas así: con todo su ser.
—Pues la “tontería” es… que quizá deberías decírselo a Alan, Yinn.
—¿Eh?
—Claro. Tú eres la única musa que puede comunicarse con Alan a través de palabras. Tú le despertaste mil veces así.
—Ya, pero, Aru, no se trata de...
—Pues díselo entonces. Empújale un poco. ¡Puedo decirle al Aldérik que te ayude si quieres, o incluso a Uxu!
Eres retrocedió sobre la arena por impulso, viendo que Aru se empezaba a emocionar. Elevó ambas manos como si quisiera parar un camión invisible que viniese directo a embestirle.
—No, no, ni de broma. A Uxu jamás.
Uxu era la cuarta de las siete hermanas, la musa de los imposibles. Era la más pequeña de todas en tamaño, apenas una bolita de luz anaranjada, pero su abrazo a los humanos había desatado guerras. Para Eres, Uxu era peligrosa si transitaba libre por la mente de Alan, y por eso había convencido a este años atrás, con buenas palabras, para que la encerrase en una cárcel dentro de sí. La cuestión era decidir cuándo romper los barrotes que confinaban a la pequeña kamikaze –así llamaban cariñosamente a Uxu-, barrotes cuya materia de base era una mezcla de voluntad, prudencia y miedo cristalizado. Desatar la luz de Uxu ponía siempre en riesgo a Alan; no necesariamente en riesgo de muerte, pero bueno, Eres no quería que el náufrago hiciese vete a saber qué locura que le provocara sufrimiento, y menos por su culpa.
—Bueno, vale. A Uxu no.
—A Uxu no. Pero… sí. Tal vez… tal vez deba… hablar con él.
A medida que decía esto, Eres se daba cuenta de que no tenía ni la más remota idea de qué decirle al náufrago. Y tal como estaba, con el cabreo un tanto a flor de labios, se temía que acabaría por soltarle algo como “acércate a ella, gilipollas”. No se le ocurría ninguna manera alternativa de negociar, salvo…
—Yo te ayudaré, como siempre. En verdad, solo tenemos que hacer lo de siempre. Ayudarle a Alan a que vaya donde quiere ir, y a que esté con quien quiere estar. Alan no le regala un libro suyo a cualquier persona por casualidad.
Eres sonrió. No era raro que Aru se le anticipara.
—¿Y crees que él quiere realmente acercarse a Ali?
El ser de luz blanca volvió a reír.
—¡Eso es lo que intentaba decirte desde el principio! Nunca te hubiera sugerido esto si sintiera que significa forzarle a algo que no quiere hacer. Por supuesto que quiere acercarse a ella, Yinn. De otro modo, jamás te habrías acercado tú.
Se sentó en la estrecha lengua de arena que conformaba una especie de playita entre vegetación y río. A ambos lados del talud, los juncos se balanceaban y doblaban dulcemente para besar el agua, apenas hendiendo su superficie cuando eran acariciados por la brisa de la noche. Se sentía uno en silencio y protegido, salvaguardado ahí.
—Te echo de menos…—musitó, abrazándose las rodillas y dejando que su mirada esmeralda se perdiera en las aguas negras ante sí—Quisiera… quisiera volver a tu lado. Echo de menos oírte reír.
Echaba de menos todo. La risa de Alicia, su voz, el brillo en sus ojos. Su cuerpo tensándose y luego soltando amarras para dar curso al placer y concatenar orgasmos. Echaba de menos la caricia de su mirada en la propia piel.
Sonrió con tristeza, mientras alargaba la mano para coger un palito y ponerse a juguetear con él, trazando formas sinuosas sobre la arena. Afortunadamente estaba en Ciudad Cristal ahora, en su hogar donde lo Real jamás se perdía de vista y lo irreal no podía poseerle a uno. Y no que Eres fuera una criatura humana susceptible de ser poseída o atrapada por lo que no era Amor, pero… bueno, las idas y venidas del mundo humano tenían ese rastro, dejaban esa huella de nostalgia y tristeza que también tenía su parte bella.
—Yinn…
La musa dio un pequeño bote mientras sus ojos se dirigían hacia la vocecita que inmediatamente había acertado a reconocer. Una voz suave que se mecía entre los juncos y se confundía con el murmullo de su vaivén.
—Aru.
—Hola, Yinni.
Desnuda y envuelta en un cálido halo de luz blanca –luz potente pero no deslumbrante-, una criaturita más pequeña y más delgada aun que Eres emergió de entre la vegetación para avanzar hacia este. Se movía con delicadeza natural, prácticamente flotando sobre la arena sin llegar a apoyar en ella los pies descalzos. Sus cabellos parecían hechos de jirones de aire, si acaso con la misma consistencia que el plumón del diente de león: esa bolita sobre la que uno sopla para confiarle un deseo secreto y dejarlo volar.
—Hola.
—¿Te importa si me siento contigo? ¿Prefieres que me vaya? —inquirió el ser de luz blanca, buscando una respuesta sincera porque en verdad quería adaptarse a lo que su hermana Oscura necesitase.
Yinn/Eres negó con la cabeza. En verdad, la compañía de Aru (Amor-de-Alan) era tan liviana que sería la única que podría soportar en aquel momento. Por algo Aru era la Primera de las siete musas alumbradas, y quizá gracias a ella fue que nacieron las otras seis.
—No, para nada. Quédate—musitó—aunque no quiero… no quiero ponerte triste, Aruru.
—Oh. ¡Pero no hay problema con eso!—sonrió feliz como niño la criaturita—Me gusta estar a tu lado, estemos como estemos—concluyó, con tono cariñoso de estar diciendo algo que era obvio y que su hermana ya debería saber.
Eres sonrió a su vez. Aru no pedía explicaciones jamás, y tampoco era de dar la charla gratuita. Quizá por eso su complexión era tan liviana y etérea como su compañía… aunque al mismo tiempo, precisamente por esto, no podría estar más presente donde quiera que estuviera.
—Gracias, Aruru.
—Gracias a ti por dejarme estar. ¿Quieres… quieres hablar de lo que te pasa?
De buena gana hubiera estrechado Aru a su hermana Oscura entre sus brazos de luz, pero no se atrevería a invadir su espacio sin permiso.
Eres/Yinn se encogió levemente de hombros y volvió a mirar fijamente al frente, dejando de nuevo que sus ojos se perdieran en las suaves ondulaciones del agua.
—Pues… no tengo muchas palabras. No sé.
—Ah, vaya. Eso es una novedad—rio Aru con inocencia—Tú eres quien siempre tiene palabras cuando nadie más tiene.
La musa Oscura soltó una pequeña risa a su vez. Era cierto, y qué ironía que las palabras se le resistieran precisamente ahora, cuando más las necesitaba. Porque el hecho es que sentía que le vendría bien -mejor que bien, a decir verdad- descargar y desahogar a través del verbo algunas de sus preocupaciones. Sabía que su hermana Aru escucharía.
—¿Sabes? Si te soy sincero, no entiendo muy bien lo que me pasa. Se supone que no debería reaccionar…
—¿Reaccionar?
Eres asintió y volvió a clavar en Aru su mirada fosforescente.
—Estoy… estoy triste. Echo de menos a Alicia. Me… duele—tragó saliva y se aguantó las lágrimas que de pronto amenazaron con asomar al borde de sus ojos, al tiempo que sin darse cuenta colocaba la mano a la altura de su corazón, por encima de la sudadera azul noche.
—Ay, Yinni. No lo entiendo, o no sé. Pero puedo sentirlo.
—¿Crees que es porque he estado demasiado cerca? Me he impregnado de humanidad—se mordió el labio y volvió a tragar saliva—y lo jodido es que me encanta.
Aru echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada cantarina.
—¡Te siento, hermana! Me hiciste cosquillas con eso. Oye, pero no consigo ver el problema. Perdóname, por favor. Incluso si te impregnas a ratos de humanidad… ¿cuál es el problema, si eso te hace feliz?
—No es tan sencillo, Aruru—rezongó Eres, rectificando su postura sobre la arena y secándose los ojos con la manga de la sudadera.
—No es como que vayas a perder tu inmortalidad o esos cuentos, ¿no? —rio el ser de luz blanca. Le hacía tremenda gracia que los humanos desconociesen que ellos mismos eran infinitos e inmortales en esencia, exactamente igual que ella misma—No sé, no ganas ni pierdes, simplemente cambias. Todos cambiamos, que se lo digan a Aldérik.
—Que me digas eso precisamente tú, que nunca cambias.
—Ah, sí que cambio. Me libero cada vez más, hermana. A cada momento soy más libre, bueno… lo que Alan me permite. Él lo intenta.
—Alan. Pff—Eres resopló y rompió de nuevo el contacto visual con su hermana de luz—esa es otra. Creo que estoy un poco enfadado con él.
Aru asintió y se removió sobre la arena de la playita, levantando una suave polvareda. Pensar -o más bien regirse por el pensamiento- no era lo suyo, pero se esforzaba.
—Mmmmh. Yinn, oye… igual voy a decir una tontería, pero…—musitó tras un breve lapso de reflexión—creo que estás enfadado con Alan porque te gustaría que Alan se acercase a Alicia. Porque si él lo hiciera, sería… sería la manera natural para tú poder estar siempre con ella también. Que yo sé que ya… ya estás siempre con ella, pero digo en el mundo humano. En definitiva, Eres eso que Alan cree que él no puede ser. Eres cuando él no sabe, no puede o no quiere ser… aún.
—¿Aún? —La musa oscura rio—Ya, ya. He pensado eso mismo también, Aruru. Tienes razón, no veo que sea una tontería, hermanita.
Extendió la mano para rozar cariñosamente el hombro ajeno envuelto en luz.
—Ah, ja,ja. No, la tontería viene ahora.
—¿Y cuál es la tontería?
Aru cerró los ojos un momento para concentrarse en las palabras que escogería. Solo en Ciudad Cristal podía hablar, y solo con sus hermanas. Y, desde luego, ni el pensamiento ni el lenguaje eran su terreno, pero lo intentaría con todas sus fuerzas y con todo su ser. Ella siempre hacía las cosas así: con todo su ser.
—Pues la “tontería” es… que quizá deberías decírselo a Alan, Yinn.
—¿Eh?
—Claro. Tú eres la única musa que puede comunicarse con Alan a través de palabras. Tú le despertaste mil veces así.
—Ya, pero, Aru, no se trata de...
—Pues díselo entonces. Empújale un poco. ¡Puedo decirle al Aldérik que te ayude si quieres, o incluso a Uxu!
Eres retrocedió sobre la arena por impulso, viendo que Aru se empezaba a emocionar. Elevó ambas manos como si quisiera parar un camión invisible que viniese directo a embestirle.
—No, no, ni de broma. A Uxu jamás.
Uxu era la cuarta de las siete hermanas, la musa de los imposibles. Era la más pequeña de todas en tamaño, apenas una bolita de luz anaranjada, pero su abrazo a los humanos había desatado guerras. Para Eres, Uxu era peligrosa si transitaba libre por la mente de Alan, y por eso había convencido a este años atrás, con buenas palabras, para que la encerrase en una cárcel dentro de sí. La cuestión era decidir cuándo romper los barrotes que confinaban a la pequeña kamikaze –así llamaban cariñosamente a Uxu-, barrotes cuya materia de base era una mezcla de voluntad, prudencia y miedo cristalizado. Desatar la luz de Uxu ponía siempre en riesgo a Alan; no necesariamente en riesgo de muerte, pero bueno, Eres no quería que el náufrago hiciese vete a saber qué locura que le provocara sufrimiento, y menos por su culpa.
—Bueno, vale. A Uxu no.
—A Uxu no. Pero… sí. Tal vez… tal vez deba… hablar con él.
A medida que decía esto, Eres se daba cuenta de que no tenía ni la más remota idea de qué decirle al náufrago. Y tal como estaba, con el cabreo un tanto a flor de labios, se temía que acabaría por soltarle algo como “acércate a ella, gilipollas”. No se le ocurría ninguna manera alternativa de negociar, salvo…
—Yo te ayudaré, como siempre. En verdad, solo tenemos que hacer lo de siempre. Ayudarle a Alan a que vaya donde quiere ir, y a que esté con quien quiere estar. Alan no le regala un libro suyo a cualquier persona por casualidad.
Eres sonrió. No era raro que Aru se le anticipara.
—¿Y crees que él quiere realmente acercarse a Ali?
El ser de luz blanca volvió a reír.
—¡Eso es lo que intentaba decirte desde el principio! Nunca te hubiera sugerido esto si sintiera que significa forzarle a algo que no quiere hacer. Por supuesto que quiere acercarse a ella, Yinn. De otro modo, jamás te habrías acercado tú.
Despierta, Alan.
Detestaba muchas cosas, y una de ellas –casi la peor de todas, al menos en aquel preciso momento cuando casi tenía que sacarse las legañas con una palanca- era madrugar. Pero no le había quedado más remedio que hacerlo, porque era imposible eludir la mudanza.
Había hecho meses atrás una especie de pacto consigo mismo: si lograba terminar ese maldito libro llamado Per-Sona, se mudaría por fin a aquel barrio inhóspito del extrarradio al que le había echado el ojo, a cierto ático cerca del cielo que había visto allí. Irónicamente, dicho ático era bastante más pequeño que su vivienda actual… pero eso no era algo malo para alguien a quien le empezaba a sobrar el espacio.
Así que de ese modo se encontraba aquella mañana: empantanado entre cajas y pertenencias varias que se amontonaban en completo caos, aun frotándose los ojos. Tras la violenta pitada del despertador y dos tazas de café que bien podría haberse inyectado por la vena, se había agachado en el salón junto a las cajas en las que metía con ausente resignación lo que iba eligiendo llevarse con él. Tenía también un par de bolsas de basura cerca, como insaciables bocas abiertas de par en par, que eran los agujeros negros donde lanzaba todo aquello que ya no creía necesario en su vida. Intentaba conservar el mínimo criterio para diferenciar entre lo amable y lo desechable, mientras por los altavoces sonaba ahora “Behind Blue eyes”, de la banda que el llamaba Galleta Blandurra.
Suspiró con hastío. Y es que, joder, cuántas cosas había ido acumulando en su guarida con el paso de los años. Hasta encontró tesoros, como una foto de su sobrino pequeño que ni recordaba que tenía –al sobri le recordaba, por supuesto, pero a la foto no-, a pesar de que el marco plateado era demasiado enorme y hortera para pasar desapercibido. Esa foto fue a la caja del amor, evidentemente. Detrás de esa fotografía había, escondida de forma un tanto trapera, otra de él mismo hacía la pila de años, cuando aún no se le veía el cartón a través de las greñas y conservaba intacta la sonrisa. Enarbolaba por alguna razón estúpida un bate de béisbol –razón estúpida porque él nunca jugó a dicho deporte- donde se leía “lanzador”. Tras unos instantes de duda, lanzó esa también a la caja de los viejos amores, a la caja del rescate.
Cuadernos con apuntes tan infinitos como ilegibles, hojas cuarteadas y manchadas algunas con la huella de una taza de café. Anotaciones de antiguas novelas y tachones por doquier; se deshizo de todo eso, tanto de lo que había visto la luz como de lo que siempre permanecería ahí y nunca conocería otra encuadernación que no fuera en espiral.
Ceniceros y mecheros a punta pala, eso iba a la caja del amor, por descontado.
Salvó todos sus libros, no ya los escritos por él mismo sino los que amaba como lector. Entre ellos estaba el poemario de Alicia –“Entrañas Vacías”-, el cual tomó en las manos y se quedó mirando durante unos instantes sin saber muy bien por qué, antes de colocarlo con cuidado en una de las cajas de rescate.
—Si puedo hacer poesía alguna vez, tus versos serán los renglones que me guíen— Masculló para sí mismo, solo porque le salió. Ah, era cierto que odiaba con todas sus fuerzas la palabra “escritor”, pero admiraba a aquellos cuya lengua materna era la poesía. La prosa también tenía música, pero prosa y poesía eran cánticos distintos. Cánticos distintos que a veces armonizaban juntos, eso Alan lo aprendió leyendo “Árbol y Hoja” de Tolkien, cuando tenía diecisiete años. Y qué decir, tenía que admitir que la poesía de Malicia era atrapante.
“Pues me ha follado, Imbécil”, recordó de pronto que había dicho ella durante esa extraña conversación telefónica hacía unos días, refiriéndose a Eres. Se le escapó una carcajada, porque aquella frase que se le había colado ahora en la cabeza seguía pareciéndole de lo mejor que había oído en meses. Era poesía en línea, decididamente. Poesía improvisada: eso era lo mejor.
«Ah, viejo. ¿Te imaginas que fuera literal?» sonó de pronto la voz de Yinn/Eres en su cabeza. Alan rio solo de nuevo como gilipollas.
«Sí, sí, viejo. ¿Te imaginas que en efecto hubiéramos follado de verdad, ella y yo?»
—No me lo digas. No quiero imaginarlo—musitó.
Cualquiera que le viera desde fuera pensaría que estaba hablando solo, pero claro, no había nadie allí.
«Sí. Sí que quieres, venga. Imagínatelo.»
Alan rio por tercera vez, en esta ocasión en voz más alta y con un punto de extraña vergüenza. Y Yinn también rio, porque el no-escritor había empezado ya a imaginar antes de decir “no quiero”.
«Ja, ja. ¿Ves como en el fondo tú lo sabías, que era literal? Puedo mostrártelo, incluso.»
—Anda ya. Déjame en paz.
«En realidad nada de esto hubiera pasado si a ti no te dieran ganas de masturbarte solo con rozar la pena negra en sus palabras. Siempre has tenido la curiosidad morbosa de asomarte por detrás de la fachada, admítelo.»
—No sé qué tiene eso que ver con pajearse.
La risa de Eres en su cabeza fue estrepitosa.
«Tiene todo que ver, animalito inocente. Es lo que tiene ser humano, que en realidad todo está ligado, tú mismo lo has escrito mil veces.»
—Pero yo jamás he pensado en ella de esa forma, joder.
Bueno. Había algo que sí tendría sentido, pero no era solo un tema masturbatorio por animalismo. En verdad, la “pena negra” de Alicia le había despertado a Alan simplemente ganas de poner placer en ella. Ganas de ver volar a Alicia, de verla feliz. Se rascó la cabeza a medida que poco a poco iba siendo consciente de esto. Sí, eso podía tener relación con el sexo, la pieza encajaba: solo su deseo instintivo de presenciar disfrute en Alicia, como si el gatillo de su excitación fuera la perspectiva del placer ajeno. Sí. La “pena negra” en las “Entrañas vacías” de Alicia le provocaba eso y él no sabía por qué (ni tampoco necesitaba saberlo): ganas no de borrarle la tristeza sino de hacer a Alicia reír por encima de ella. Ganas de que ella fuera feliz de una puta vez, dejando por un momento de lado el estereotipo letal de “fuerza/debilidad”. Ser feliz a momentos, bebiéndose la vida y embriagándose hasta el desmayo, implicaba también retorcerse encima de una cama con las piernas abiertas, lo mismo que ponerse las botas comiéndose la mejor tarta de manzana. Oh, tarta de manzana. Su estómago rugió.
«Si al menos te masturbaras más a menudo no estarías en celo reprimido 24/7. Pero hasta darte gusto te da pereza, angelito.»
Eso era verdad también y Alan no podía negarlo. Bueno, ja, por poder sí podía, pero era irremediable admitir para sí mismo que en todo lo que decía Eres se escondía una parte de urente verdad.
—Para ya. Me estoy sintiendo como un cerdo con gatillazo.
«Nah. Solo eres un niño queriendo jugar a cosas de mayores.»
—Estás siendo cruel conmigo, ¿estás enfadado por algo?
«Pero no te preocupes» La musa seguía adelante y al parecer no parecía dispuesta a bajarse del carro, prácticamente embistiendo a Alan con sus palabras. Por el tono cortante de su voz era evidente que sí, estaba cabreado. Y el cabreo escalaba. «No te preocupes, que ya juego yo por ti. Imbécil.»
—Ni que todo fuera fornicar.
«Ya, ahí está el tema. Ahí le has dado, gilipollas. Me enerva que en el fondo tú ya lo sabes todo. Si no lo supieras sería imposible que yo te lo dijera.»
—Me temo que no te estoy entendiendo, Eres.
«Sí, sí. Sabía que dirías algo así. Pues te digo una cosa, Alan. Es verdad que hemos follado, es la pura verdad. Ahora me duele la maldita piel que no tengo por echarla de menos a ella, porque he probado sus besos y sus orgasmos. Pregúntaselo a ella si no te lo crees.»
—Sí, vamos. No me faltaba más que eso.
«Pregúntaselo. Pregúntale por qué lo dijo. Pregúntaselo si tienes valor.»
Y en ese mismo momento, como por arte de magia (de una despiadada, irónica y más que un tanto cabrona magia), el teléfono de Alan sonó. En la pantalla, dos palabras parpadeando: “Malicia llamando”.
—¿Qué cojones de broma es esta?
«Ja, ja, ja. Una vez más se demuestra que la telepatía existe.»
Alan cerró con fuerza los ojos tras los cristales de las gafas, y los volvió a abrir para fijarlos de nuevo en la pantalla iluminada. Algo se encogió por dentro a la altura de los testículos y el perineo, subiendo la contracción hasta el ombligo. Maldito chakra raíz.
«¿No se lo vas a coger, desgraciado?»
Se rio mientras le daba al botón de recepción de llamada, y su voz sonó con un fleco de carcajada cuando respondió.
—Hola.
Alicia guardó silencio unos segundos al otro lado de la línea, de pronto no sabiendo qué decir, aunque realmente era sencillo saludar en retorno. Pero es que le había pillado de sorpresa que el náufrago contestara al teléfono… considerando que ella le había llamado tan pronto. En el fondo, tenía la secreta esperanza de que Alan estuviera inmerso en su resaca tabáquica, o durmiendo las horas que le habría robado a la noche haciendo sabía dios qué.
—Hola, Alan. No te habré despertado, ¿verdad?
Definitivamente la voz de él no había sonado arrastrada como la última vez.
—No, no. Qué va. Estaba aquí… con las cajas.
—¿Con las cajas?
—Con las cajas de música—rio él su propia broma sin sentido—quiero decir, estoy de mudanza. Un rollo.
—Oh, ¿vas a mudarte? ¿Vas lejos?
No supo Alicia muy bien por qué le hizo esa pregunta que salió en escopetazo.
—Ahm… no, no. Lejos diría que no. Solo a las afueras. Al barrio de la Estrella—concretó. No tenía muy buena fama esa región del extrarradio, pero sí mucho encanto. Por lo menos para él.
—Anda. Me gusta la zona.
—¿Sí? A mí también. Hay buenos lugares para pasear con la perrija.
“Perr-hija”, sí. Alicia sonrió.
—Vaya. Bueno, perdóname. Te estoy interrumpiendo, entonces.
—No, no. En absoluto.
—Lo siento.
—No, de verdad. Dime, ¿qué querías?
« “¿Qué querías?” ¿Qué es esa mierda de “qué querías”, Alan?»
Ambos guardaron unos instantes de tenso silencio, cada uno por sus motivos en su respectivo rincón del hilo telefónico.
—No, pues… nada, sólo… je. Bueno, no… es que…
—Oye, ¿te apetece que tomemos un café? —soltó entonces Alan a bocajarro, tirándose al río cual kamikaze.
« ¡Bien! ¡Bien! Bien, Alan, bien. Ja, ¿te imaginas que se te va la olla y le propones lo que quieres de verdad?» Qué cosas. Ni sabría formular Alan lo que quería "de verdad".
Antes de que Alan ostiase a Yinn en su cabeza, ya estaba respondiendo Alicia.
—¿Un café?
—Si es que tienes sitio en tu apretada agenda. Ja, ja.
—Ja, ja. Qué simpático. Pues sí, sí tengo. ¿Esta tarde? ¿A las siete?
El náufrago ni se lo pensó. El siete era, sin lugar a dudas, su número favorito.
—Es una hora perfecta.
—¿No te da problema con la mudanza?
—Tranquila. A esa hora suelo estar suicidándome en el sofá—uhg, qué crudo había sonado eso sin pretenderlo. Bueno, no se lo tomaría nadie a la tremenda, esperanzadoramente—En serio, es perfecto.
—Ay, Alan. No digas eso ni en broma, por favor.
—Es que los transportistas no vienen hasta mañana por la mañana, qué quieres. Algún plan había que tener.
—Sí, claro. Suicidarte hasta el día siguiente—Alicia reía sin querer. En el fondo, el náufrago la había asustado un poco si tan solo porque “entre broma y broma algo de verdad asoma” —El mejor plan.
—Es mejor tomar café.
—Sin duda. Oye, se me ocurre que… si necesitas ayuda con las cajas, yo podría…—“podría ir sin problema” — y tomamos…—“tomamos el café en tu casa. Cualquier cosa menos que te suicides, Alan. En el sofá o… donde sea”.
El no-escritor frunció el ceño, sintiendo cómo las gafas se le empañaban de repente.
—Ah. No, pero… bueno, es que… esto está muy desordenado, ¿sabes? Está todo hecho una mierda.
—No me importa.
—A mí sí. Eh… ¿Qué tal si vamos a… qué tal en alguno de estos cafés en la calle principal? La ambientación está bonita. El ambiente pre-navideño, quiero decir.
Se dio Alan un face-palm muy grande porque, en fin, que obsceno que dijera aquello él, considerando que odiaba las navidades casi tanto como Scrooge. Pero al mismo tiempo era increíble que no tenía la sensación de haber mentido, pues realmente le apetecía darse una vuelta por allí y disfrutar del mencionado ambiente… en compañía de Alicia. Le daba bastante terror también solo de pensarlo, pero esquivaba su fobia como un campeón en aquel momento, o, dicho de otro modo, no se tomó su miedo muy en serio precisamente porque no lo subestimaba. Al fin y al cabo, abandonar su isla para ver a Alicia merecía (la pena) el esfuerzo.
Había hecho meses atrás una especie de pacto consigo mismo: si lograba terminar ese maldito libro llamado Per-Sona, se mudaría por fin a aquel barrio inhóspito del extrarradio al que le había echado el ojo, a cierto ático cerca del cielo que había visto allí. Irónicamente, dicho ático era bastante más pequeño que su vivienda actual… pero eso no era algo malo para alguien a quien le empezaba a sobrar el espacio.
Así que de ese modo se encontraba aquella mañana: empantanado entre cajas y pertenencias varias que se amontonaban en completo caos, aun frotándose los ojos. Tras la violenta pitada del despertador y dos tazas de café que bien podría haberse inyectado por la vena, se había agachado en el salón junto a las cajas en las que metía con ausente resignación lo que iba eligiendo llevarse con él. Tenía también un par de bolsas de basura cerca, como insaciables bocas abiertas de par en par, que eran los agujeros negros donde lanzaba todo aquello que ya no creía necesario en su vida. Intentaba conservar el mínimo criterio para diferenciar entre lo amable y lo desechable, mientras por los altavoces sonaba ahora “Behind Blue eyes”, de la banda que el llamaba Galleta Blandurra.
Suspiró con hastío. Y es que, joder, cuántas cosas había ido acumulando en su guarida con el paso de los años. Hasta encontró tesoros, como una foto de su sobrino pequeño que ni recordaba que tenía –al sobri le recordaba, por supuesto, pero a la foto no-, a pesar de que el marco plateado era demasiado enorme y hortera para pasar desapercibido. Esa foto fue a la caja del amor, evidentemente. Detrás de esa fotografía había, escondida de forma un tanto trapera, otra de él mismo hacía la pila de años, cuando aún no se le veía el cartón a través de las greñas y conservaba intacta la sonrisa. Enarbolaba por alguna razón estúpida un bate de béisbol –razón estúpida porque él nunca jugó a dicho deporte- donde se leía “lanzador”. Tras unos instantes de duda, lanzó esa también a la caja de los viejos amores, a la caja del rescate.
Cuadernos con apuntes tan infinitos como ilegibles, hojas cuarteadas y manchadas algunas con la huella de una taza de café. Anotaciones de antiguas novelas y tachones por doquier; se deshizo de todo eso, tanto de lo que había visto la luz como de lo que siempre permanecería ahí y nunca conocería otra encuadernación que no fuera en espiral.
Ceniceros y mecheros a punta pala, eso iba a la caja del amor, por descontado.
Salvó todos sus libros, no ya los escritos por él mismo sino los que amaba como lector. Entre ellos estaba el poemario de Alicia –“Entrañas Vacías”-, el cual tomó en las manos y se quedó mirando durante unos instantes sin saber muy bien por qué, antes de colocarlo con cuidado en una de las cajas de rescate.
—Si puedo hacer poesía alguna vez, tus versos serán los renglones que me guíen— Masculló para sí mismo, solo porque le salió. Ah, era cierto que odiaba con todas sus fuerzas la palabra “escritor”, pero admiraba a aquellos cuya lengua materna era la poesía. La prosa también tenía música, pero prosa y poesía eran cánticos distintos. Cánticos distintos que a veces armonizaban juntos, eso Alan lo aprendió leyendo “Árbol y Hoja” de Tolkien, cuando tenía diecisiete años. Y qué decir, tenía que admitir que la poesía de Malicia era atrapante.
“Pues me ha follado, Imbécil”, recordó de pronto que había dicho ella durante esa extraña conversación telefónica hacía unos días, refiriéndose a Eres. Se le escapó una carcajada, porque aquella frase que se le había colado ahora en la cabeza seguía pareciéndole de lo mejor que había oído en meses. Era poesía en línea, decididamente. Poesía improvisada: eso era lo mejor.
«Ah, viejo. ¿Te imaginas que fuera literal?» sonó de pronto la voz de Yinn/Eres en su cabeza. Alan rio solo de nuevo como gilipollas.
«Sí, sí, viejo. ¿Te imaginas que en efecto hubiéramos follado de verdad, ella y yo?»
—No me lo digas. No quiero imaginarlo—musitó.
Cualquiera que le viera desde fuera pensaría que estaba hablando solo, pero claro, no había nadie allí.
«Sí. Sí que quieres, venga. Imagínatelo.»
Alan rio por tercera vez, en esta ocasión en voz más alta y con un punto de extraña vergüenza. Y Yinn también rio, porque el no-escritor había empezado ya a imaginar antes de decir “no quiero”.
«Ja, ja. ¿Ves como en el fondo tú lo sabías, que era literal? Puedo mostrártelo, incluso.»
—Anda ya. Déjame en paz.
«En realidad nada de esto hubiera pasado si a ti no te dieran ganas de masturbarte solo con rozar la pena negra en sus palabras. Siempre has tenido la curiosidad morbosa de asomarte por detrás de la fachada, admítelo.»
—No sé qué tiene eso que ver con pajearse.
La risa de Eres en su cabeza fue estrepitosa.
«Tiene todo que ver, animalito inocente. Es lo que tiene ser humano, que en realidad todo está ligado, tú mismo lo has escrito mil veces.»
—Pero yo jamás he pensado en ella de esa forma, joder.
Bueno. Había algo que sí tendría sentido, pero no era solo un tema masturbatorio por animalismo. En verdad, la “pena negra” de Alicia le había despertado a Alan simplemente ganas de poner placer en ella. Ganas de ver volar a Alicia, de verla feliz. Se rascó la cabeza a medida que poco a poco iba siendo consciente de esto. Sí, eso podía tener relación con el sexo, la pieza encajaba: solo su deseo instintivo de presenciar disfrute en Alicia, como si el gatillo de su excitación fuera la perspectiva del placer ajeno. Sí. La “pena negra” en las “Entrañas vacías” de Alicia le provocaba eso y él no sabía por qué (ni tampoco necesitaba saberlo): ganas no de borrarle la tristeza sino de hacer a Alicia reír por encima de ella. Ganas de que ella fuera feliz de una puta vez, dejando por un momento de lado el estereotipo letal de “fuerza/debilidad”. Ser feliz a momentos, bebiéndose la vida y embriagándose hasta el desmayo, implicaba también retorcerse encima de una cama con las piernas abiertas, lo mismo que ponerse las botas comiéndose la mejor tarta de manzana. Oh, tarta de manzana. Su estómago rugió.
«Si al menos te masturbaras más a menudo no estarías en celo reprimido 24/7. Pero hasta darte gusto te da pereza, angelito.»
Eso era verdad también y Alan no podía negarlo. Bueno, ja, por poder sí podía, pero era irremediable admitir para sí mismo que en todo lo que decía Eres se escondía una parte de urente verdad.
—Para ya. Me estoy sintiendo como un cerdo con gatillazo.
«Nah. Solo eres un niño queriendo jugar a cosas de mayores.»
—Estás siendo cruel conmigo, ¿estás enfadado por algo?
«Pero no te preocupes» La musa seguía adelante y al parecer no parecía dispuesta a bajarse del carro, prácticamente embistiendo a Alan con sus palabras. Por el tono cortante de su voz era evidente que sí, estaba cabreado. Y el cabreo escalaba. «No te preocupes, que ya juego yo por ti. Imbécil.»
—Ni que todo fuera fornicar.
«Ya, ahí está el tema. Ahí le has dado, gilipollas. Me enerva que en el fondo tú ya lo sabes todo. Si no lo supieras sería imposible que yo te lo dijera.»
—Me temo que no te estoy entendiendo, Eres.
«Sí, sí. Sabía que dirías algo así. Pues te digo una cosa, Alan. Es verdad que hemos follado, es la pura verdad. Ahora me duele la maldita piel que no tengo por echarla de menos a ella, porque he probado sus besos y sus orgasmos. Pregúntaselo a ella si no te lo crees.»
—Sí, vamos. No me faltaba más que eso.
«Pregúntaselo. Pregúntale por qué lo dijo. Pregúntaselo si tienes valor.»
Y en ese mismo momento, como por arte de magia (de una despiadada, irónica y más que un tanto cabrona magia), el teléfono de Alan sonó. En la pantalla, dos palabras parpadeando: “Malicia llamando”.
—¿Qué cojones de broma es esta?
«Ja, ja, ja. Una vez más se demuestra que la telepatía existe.»
Alan cerró con fuerza los ojos tras los cristales de las gafas, y los volvió a abrir para fijarlos de nuevo en la pantalla iluminada. Algo se encogió por dentro a la altura de los testículos y el perineo, subiendo la contracción hasta el ombligo. Maldito chakra raíz.
«¿No se lo vas a coger, desgraciado?»
Se rio mientras le daba al botón de recepción de llamada, y su voz sonó con un fleco de carcajada cuando respondió.
—Hola.
Alicia guardó silencio unos segundos al otro lado de la línea, de pronto no sabiendo qué decir, aunque realmente era sencillo saludar en retorno. Pero es que le había pillado de sorpresa que el náufrago contestara al teléfono… considerando que ella le había llamado tan pronto. En el fondo, tenía la secreta esperanza de que Alan estuviera inmerso en su resaca tabáquica, o durmiendo las horas que le habría robado a la noche haciendo sabía dios qué.
—Hola, Alan. No te habré despertado, ¿verdad?
Definitivamente la voz de él no había sonado arrastrada como la última vez.
—No, no. Qué va. Estaba aquí… con las cajas.
—¿Con las cajas?
—Con las cajas de música—rio él su propia broma sin sentido—quiero decir, estoy de mudanza. Un rollo.
—Oh, ¿vas a mudarte? ¿Vas lejos?
No supo Alicia muy bien por qué le hizo esa pregunta que salió en escopetazo.
—Ahm… no, no. Lejos diría que no. Solo a las afueras. Al barrio de la Estrella—concretó. No tenía muy buena fama esa región del extrarradio, pero sí mucho encanto. Por lo menos para él.
—Anda. Me gusta la zona.
—¿Sí? A mí también. Hay buenos lugares para pasear con la perrija.
“Perr-hija”, sí. Alicia sonrió.
—Vaya. Bueno, perdóname. Te estoy interrumpiendo, entonces.
—No, no. En absoluto.
—Lo siento.
—No, de verdad. Dime, ¿qué querías?
« “¿Qué querías?” ¿Qué es esa mierda de “qué querías”, Alan?»
Ambos guardaron unos instantes de tenso silencio, cada uno por sus motivos en su respectivo rincón del hilo telefónico.
—No, pues… nada, sólo… je. Bueno, no… es que…
—Oye, ¿te apetece que tomemos un café? —soltó entonces Alan a bocajarro, tirándose al río cual kamikaze.
« ¡Bien! ¡Bien! Bien, Alan, bien. Ja, ¿te imaginas que se te va la olla y le propones lo que quieres de verdad?» Qué cosas. Ni sabría formular Alan lo que quería "de verdad".
Antes de que Alan ostiase a Yinn en su cabeza, ya estaba respondiendo Alicia.
—¿Un café?
—Si es que tienes sitio en tu apretada agenda. Ja, ja.
—Ja, ja. Qué simpático. Pues sí, sí tengo. ¿Esta tarde? ¿A las siete?
El náufrago ni se lo pensó. El siete era, sin lugar a dudas, su número favorito.
—Es una hora perfecta.
—¿No te da problema con la mudanza?
—Tranquila. A esa hora suelo estar suicidándome en el sofá—uhg, qué crudo había sonado eso sin pretenderlo. Bueno, no se lo tomaría nadie a la tremenda, esperanzadoramente—En serio, es perfecto.
—Ay, Alan. No digas eso ni en broma, por favor.
—Es que los transportistas no vienen hasta mañana por la mañana, qué quieres. Algún plan había que tener.
—Sí, claro. Suicidarte hasta el día siguiente—Alicia reía sin querer. En el fondo, el náufrago la había asustado un poco si tan solo porque “entre broma y broma algo de verdad asoma” —El mejor plan.
—Es mejor tomar café.
—Sin duda. Oye, se me ocurre que… si necesitas ayuda con las cajas, yo podría…—“podría ir sin problema” — y tomamos…—“tomamos el café en tu casa. Cualquier cosa menos que te suicides, Alan. En el sofá o… donde sea”.
El no-escritor frunció el ceño, sintiendo cómo las gafas se le empañaban de repente.
—Ah. No, pero… bueno, es que… esto está muy desordenado, ¿sabes? Está todo hecho una mierda.
—No me importa.
—A mí sí. Eh… ¿Qué tal si vamos a… qué tal en alguno de estos cafés en la calle principal? La ambientación está bonita. El ambiente pre-navideño, quiero decir.
Se dio Alan un face-palm muy grande porque, en fin, que obsceno que dijera aquello él, considerando que odiaba las navidades casi tanto como Scrooge. Pero al mismo tiempo era increíble que no tenía la sensación de haber mentido, pues realmente le apetecía darse una vuelta por allí y disfrutar del mencionado ambiente… en compañía de Alicia. Le daba bastante terror también solo de pensarlo, pero esquivaba su fobia como un campeón en aquel momento, o, dicho de otro modo, no se tomó su miedo muy en serio precisamente porque no lo subestimaba. Al fin y al cabo, abandonar su isla para ver a Alicia merecía (la pena) el esfuerzo.