¿Has ido a la guerra?
«¿Has ido a la guerra?
¿Has tenido miedo?
Vamos a matarte.»
El soldado sabe que esta vez no podrá escapar. Son muchos los que le acosan y él está solo, desarmado y fuera de trinchera. Una gota de sudor resbala por su sien al tiempo que cada uno de sus músculos se tensa y todo se afloja por dentro, oh, no... ese calor húmedo resbalando por su muslo bajo el uniforme de batalla, ya sabe lo que es. Quizá uno pensaría que es lo de menos, pero para el soldado es la derrota anticipada previa a la tortura: ya es suyo, ya es de ellos y no le queda otra que ser consciente de su -a todas luces incuestionable- debilidad.
Es inminente, la tortura ocurrirá. No es la primera vez que le capturan y acorralan; él está curtido en mil batallas a las cuales día a día sobrevive para bien o para mal.
Dentro de unas horas saldrá del (infierno) callejón cerca del colegio para volver a casa. Se moverá tanteando entre contenedores de basura, retirándose una monda de naranja de la frente, aún con la banda sonora de las risas y los insultos reverberando en su cabeza. Recogerá lo que queda de sus libros -"hablas raro, niño sabihondo"- y cuadernos -"todo el rato dibujando machangos con alas, tronado"-, también las canicas que encuentre desperdigadas para volver a guardarlas en su bolsillo. Adora sus canicas: periquitos, españolas, galaxias, gasolinas, ojos de gato, picassos.
El soldado llegará a casa tarde y recibirá una dura reprimenda por haberse meado encima a sus 8 años de edad, ensuciarse el uniforme escolar y oler a basurero. Con el tiempo, tal vez esa letanía áspera de aquel al que ahora teme se convierta en su propio mantra interior.
Le mandan a la cama después de cenar porque "hay que levantarse tempranito", y, por si acaso, "no digas que no quieres ir al colegio cuando es tu ÚNICA obligación. La vida de un niño es fácil, ojalá yo tuviera tu edad". Al fin y al cabo trabajan duro para pagarle ese colegio, eso el soldado lo sabe, así que no se atreverá a replicar (ni siquiera se le pasará por la cabeza).
En la oscuridad del dormitorio, de nuevo solo, el soldado repasa los acontecimientos de ese día y aún se estremece. Cuaderno de bitácora: con certeza peor que ayer, probablemente no tal mal como mañana. Y sólo es martes.
Una angustia sin nombre que ya es familiar se apodera de él y le atenaza la garganta: sólo queda la tregua de la noche, demasiado corta, demasiado oscura hasta el día siguiente.
--Hasta mañana.
--Hasta mañana, mamá.
Y mañana, otra vez.
Entre unos y otros le llaman cerdo porque se mea, cobarde porque no se defiende, marica por tener miedo y por llorar (de paso sembrando el germen de la homofobia porque es gratis), vago y tonto porque suspende, nulidad, perdedor, pringao. Es irónico porque, de hecho, él es un soldado valiente cuya mayor victoria es levantarse y seguir andando día tras día.
Le dirán "HAZTE DURO, te lo digo por tu bien", cuando las personas no tienen que dejar de ser sensibles para estar en equilibrio, sino al contrario. Le harán creer que la fuerza es hija de la brutalidad y no del conocimiento, que la sensibilidad es una debilidad y no una capacidad. Le dirán muchas cosas que tomará como verdades para el resto de su (guerra) vida o... hasta que decida probar a cuestionarlas, si lo hace alguna vez.
El adulto es el niño que sobrevivió.
¿Has ido a la guerra?
¿Has tenido miedo?
Vamos a matarte.»
El soldado sabe que esta vez no podrá escapar. Son muchos los que le acosan y él está solo, desarmado y fuera de trinchera. Una gota de sudor resbala por su sien al tiempo que cada uno de sus músculos se tensa y todo se afloja por dentro, oh, no... ese calor húmedo resbalando por su muslo bajo el uniforme de batalla, ya sabe lo que es. Quizá uno pensaría que es lo de menos, pero para el soldado es la derrota anticipada previa a la tortura: ya es suyo, ya es de ellos y no le queda otra que ser consciente de su -a todas luces incuestionable- debilidad.
Es inminente, la tortura ocurrirá. No es la primera vez que le capturan y acorralan; él está curtido en mil batallas a las cuales día a día sobrevive para bien o para mal.
Dentro de unas horas saldrá del (infierno) callejón cerca del colegio para volver a casa. Se moverá tanteando entre contenedores de basura, retirándose una monda de naranja de la frente, aún con la banda sonora de las risas y los insultos reverberando en su cabeza. Recogerá lo que queda de sus libros -"hablas raro, niño sabihondo"- y cuadernos -"todo el rato dibujando machangos con alas, tronado"-, también las canicas que encuentre desperdigadas para volver a guardarlas en su bolsillo. Adora sus canicas: periquitos, españolas, galaxias, gasolinas, ojos de gato, picassos.
El soldado llegará a casa tarde y recibirá una dura reprimenda por haberse meado encima a sus 8 años de edad, ensuciarse el uniforme escolar y oler a basurero. Con el tiempo, tal vez esa letanía áspera de aquel al que ahora teme se convierta en su propio mantra interior.
Le mandan a la cama después de cenar porque "hay que levantarse tempranito", y, por si acaso, "no digas que no quieres ir al colegio cuando es tu ÚNICA obligación. La vida de un niño es fácil, ojalá yo tuviera tu edad". Al fin y al cabo trabajan duro para pagarle ese colegio, eso el soldado lo sabe, así que no se atreverá a replicar (ni siquiera se le pasará por la cabeza).
En la oscuridad del dormitorio, de nuevo solo, el soldado repasa los acontecimientos de ese día y aún se estremece. Cuaderno de bitácora: con certeza peor que ayer, probablemente no tal mal como mañana. Y sólo es martes.
Una angustia sin nombre que ya es familiar se apodera de él y le atenaza la garganta: sólo queda la tregua de la noche, demasiado corta, demasiado oscura hasta el día siguiente.
--Hasta mañana.
--Hasta mañana, mamá.
Y mañana, otra vez.
Entre unos y otros le llaman cerdo porque se mea, cobarde porque no se defiende, marica por tener miedo y por llorar (de paso sembrando el germen de la homofobia porque es gratis), vago y tonto porque suspende, nulidad, perdedor, pringao. Es irónico porque, de hecho, él es un soldado valiente cuya mayor victoria es levantarse y seguir andando día tras día.
Le dirán "HAZTE DURO, te lo digo por tu bien", cuando las personas no tienen que dejar de ser sensibles para estar en equilibrio, sino al contrario. Le harán creer que la fuerza es hija de la brutalidad y no del conocimiento, que la sensibilidad es una debilidad y no una capacidad. Le dirán muchas cosas que tomará como verdades para el resto de su (guerra) vida o... hasta que decida probar a cuestionarlas, si lo hace alguna vez.
El adulto es el niño que sobrevivió.
¿Has ido a la guerra?