Inicio provisional: todo puede acortarse, cambiarse o tirarse sin ningún problema, por favor <3 compañera.
No había dormido muchas horas, pero el despertador no tendría piedad. “Otro día más”, se dijo sin hablar mientras se incorporaba.
Poco a poco, su mente organizativa fue despertando dulcemente sin que él se diera cuenta. Caminó con paso vacilante –un tanto zombie aun- hacia la ducha, espacio donde definitivamente volvería a la vida.
“Las cintas”, recapituló, con la cabeza y el corazón ya a pleno rendimiento mientras abría los grifos. Las cintas para Marta, no podía olvidarse. Y los lápices de colores que le había prometido a la nena nueva de la habitación 210… a ella y a su muñeca Anita Trapitos, claro, porque dibujarían las dos juntas. Sonrió bajo el chorro de la ducha, pensando en la pequeña valiente, enviándole desde aquel mismo momento toda su energía (si acaso en sueños no lo había hecho ya).
Se sentía afortunado, muy afortunado, de poder trabajar en aquel hospital, a pesar de la falta de personal, y de tener un contrato de suplencia larga y corre-turnos en el servicio de incidencias. Se paseaba por todo el centro cubriendo bajas o para cualquier contratiempo; nunca sabía en qué servicio le iba a tocar trabajar cada día, si en urgencias o en planta, o incluso en UCI. Pero esto no era problema, y, de cualquier modo, no modificaba en absoluto el privilegio que era poder acompañar en la lucha a los que libraban la batalla por la vida. Pasara lo que pasara, era la ocupación que deseaba abrazar, era su honor y su vida.
“No te impliques jamás con los pacientes”, aconsejaban muchos profesionales, con la mejor intención. Incluso se lo habían dicho en la escuela de enfermería donde estudió. Pero claro, ¡claro que se implicaba! Cómo no hacerlo. No conocía otro modo que implicarse en cuerpo y alma, en corazón y cabeza, para poder trabajar, y no quería otro. La cuestión era mantenerse sereno ante el sufrimiento para no quedar paralizado. Un equilibrio dinámico, inestable quizá, pero válido para poder seguir trabajando por aquellas personas que, en un momento determinado de sus vidas, necesitaban un compañero, un amigo y un profesional.
Era enfermero desde el año 2001. Amaba su trabajo. Era cuidador. Lo que siempre había querido hacer era eso: cuidar y acompañar, simplemente porque los seres humanos nos necesitamos unos a otros, y porque cualquiera puede pasar por un momento de lo que llaman “enfermedad”, por un periodo transitorio de necesidad en el que incluso tal vez no podría uno valerse por sí mismo.
A veces se trataba de acompañar hacia la vida, y otras… otras veces la cosa iba de promover bienestar en el tramo final, todo el posible. Algunas personas se rehabilitaban, y para él era su suerte formar parte del proceso; otras no se curaban, y para eso también estaba él y quería estar. Ninguna de esas personas perdía la batalla, ninguna. No existía posibilidad de perder la batalla, sencillamente, porque solo intentarlo todo (él con todo el equipo sanitario y con ellos, ellos con él) era ya haber vencido.
(* Lo de "las cintas" es porque Marta me ha "contado" que es una freak de lo vintage-retro y tiene un radiocasete que se llevó al hospital, o que uno de los inmortales le trajo. Y habló con el enfermero de música. Él tiene algunas cintas en casa porque tb es un poco freak xD, así que quedó en llevárselas, tal vez porque tiene alguna que Marta quería escuchar. Que igual es el "como estais muchachos" del rambo total o el claro de luna xDDD eso ya no lo sé, me pega todo.
**la nena de Abel no sé cómo se llama, ¿se llama Anita tb? para ponerlo. Si no, le preguntamos.
***por favor lo que no te guste lo tiramos sin piedad. Y perdóname por escribir tan rápido, no quiero distraerte para el otro proyecto tuyo, no hay prisa ninguna nunca por favor. besos.)
Poco a poco, su mente organizativa fue despertando dulcemente sin que él se diera cuenta. Caminó con paso vacilante –un tanto zombie aun- hacia la ducha, espacio donde definitivamente volvería a la vida.
“Las cintas”, recapituló, con la cabeza y el corazón ya a pleno rendimiento mientras abría los grifos. Las cintas para Marta, no podía olvidarse. Y los lápices de colores que le había prometido a la nena nueva de la habitación 210… a ella y a su muñeca Anita Trapitos, claro, porque dibujarían las dos juntas. Sonrió bajo el chorro de la ducha, pensando en la pequeña valiente, enviándole desde aquel mismo momento toda su energía (si acaso en sueños no lo había hecho ya).
Se sentía afortunado, muy afortunado, de poder trabajar en aquel hospital, a pesar de la falta de personal, y de tener un contrato de suplencia larga y corre-turnos en el servicio de incidencias. Se paseaba por todo el centro cubriendo bajas o para cualquier contratiempo; nunca sabía en qué servicio le iba a tocar trabajar cada día, si en urgencias o en planta, o incluso en UCI. Pero esto no era problema, y, de cualquier modo, no modificaba en absoluto el privilegio que era poder acompañar en la lucha a los que libraban la batalla por la vida. Pasara lo que pasara, era la ocupación que deseaba abrazar, era su honor y su vida.
“No te impliques jamás con los pacientes”, aconsejaban muchos profesionales, con la mejor intención. Incluso se lo habían dicho en la escuela de enfermería donde estudió. Pero claro, ¡claro que se implicaba! Cómo no hacerlo. No conocía otro modo que implicarse en cuerpo y alma, en corazón y cabeza, para poder trabajar, y no quería otro. La cuestión era mantenerse sereno ante el sufrimiento para no quedar paralizado. Un equilibrio dinámico, inestable quizá, pero válido para poder seguir trabajando por aquellas personas que, en un momento determinado de sus vidas, necesitaban un compañero, un amigo y un profesional.
Era enfermero desde el año 2001. Amaba su trabajo. Era cuidador. Lo que siempre había querido hacer era eso: cuidar y acompañar, simplemente porque los seres humanos nos necesitamos unos a otros, y porque cualquiera puede pasar por un momento de lo que llaman “enfermedad”, por un periodo transitorio de necesidad en el que incluso tal vez no podría uno valerse por sí mismo.
A veces se trataba de acompañar hacia la vida, y otras… otras veces la cosa iba de promover bienestar en el tramo final, todo el posible. Algunas personas se rehabilitaban, y para él era su suerte formar parte del proceso; otras no se curaban, y para eso también estaba él y quería estar. Ninguna de esas personas perdía la batalla, ninguna. No existía posibilidad de perder la batalla, sencillamente, porque solo intentarlo todo (él con todo el equipo sanitario y con ellos, ellos con él) era ya haber vencido.
(* Lo de "las cintas" es porque Marta me ha "contado" que es una freak de lo vintage-retro y tiene un radiocasete que se llevó al hospital, o que uno de los inmortales le trajo. Y habló con el enfermero de música. Él tiene algunas cintas en casa porque tb es un poco freak xD, así que quedó en llevárselas, tal vez porque tiene alguna que Marta quería escuchar. Que igual es el "como estais muchachos" del rambo total o el claro de luna xDDD eso ya no lo sé, me pega todo.
**la nena de Abel no sé cómo se llama, ¿se llama Anita tb? para ponerlo. Si no, le preguntamos.
***por favor lo que no te guste lo tiramos sin piedad. Y perdóname por escribir tan rápido, no quiero distraerte para el otro proyecto tuyo, no hay prisa ninguna nunca por favor. besos.)